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– Siervos y esclavos arrogantes -murmuró Gaylord para sí mientras cruzaba los prados con su andar desgarbado-. Deberían ser azotados. -Sonrió interiormente-. Pero después de la boda, me encargaré de ponerlos en el lugar que les corresponde.

Ruark se apoyó en el bastón de endrino y observó alejarse al inglés. -Por lo menos, ese bobo tiene el buen sentido de saber cuándo no se desea su compañía.

Cuando quedaron solos, a Shanna le resultó difícil mantener una apariencia de serenidad. Su corazón latía con fuerza en su pecho y ella se sentía como una jovencita tímida ante su primer cortejante. Por el rabillo del ojo, vio -fue él tropezaba y al mirarlo a la cara alcanzó a ver una expresión de dolor antes de que él pudiera disimular.

– ¡Tu pierna! -Fue como si ella misma sintiera el dolor-. Debe de dolerte terriblemente.

Ruark la miró a los ojos y el tiempo tembló hasta detenerse. Shanna apoyó gentilmente una mano en el hombro de él. Permanecieron inmóviles, tocándose. Esos labios rosados, suavemente curvados, parecían atraerlo cada vez con más fuerza…

– Tendríamos que regresar -dijo Shanna-. No estás acostumbrado a esto.

– Eso es verdad -dijo Ruark roncamente-. No estoy habituado a estar cerca de ti. Estás poniendo a prueba mi capacidad de controlarme.

Shanna se volvió para no encontrarse nuevamente con la mirada de él. Ruark se acercó y le puso una mano en la cintura.

– ¡No! -dijo ella, luchando por controlarse-. No me toques.

– Trató de reír alegremente pero medio se ahogó-. ¿Debo recordarle, señor, que estamos sin compañía? Mantenga su distancia.

Las palabras sonaron densas, no ligeras y divertidas como había sido su intención.

– ¿Es algo que dije o hice? -preguntó Ruark suavemente.

– No. -Shanna trató de sonreír pero fracasó.

– Han pasado tres noches desde que… desde que te quedaste a mi lado -murmuró Ruark-. Anoche, tarde, te oí moverte en tus habitaciones, como si estuvieras alterada por algo. ¿Estás enfadada conmigo?

– ¡No! -La respuesta salió con demasiada vehemencia. Shanna negó con la cabeza y apretó los labios

Ruark se inclinó para acariciar un rizo de sus cabelles.

– ¿Puedo tocarte… sólo un momento? -preguntó roncamente. Ella no respondió.

– Te deseo -susurró él.

– ¡Oh, Ruark, no digas, eso! -Las palabras salieron como un sollozo-. No puedo…

Shanna se llevó una mano temblorosa a los labios.

– ¿No quieres que te toque? -preguntó él con voz dura-. Shanna, ¿me tienes miedo?

Ella abrió los ojos y vio un relámpago de ira en los de él.

"¡Sí, sí, sí!" gritó la mente de ella hasta que la cabeza empezó a dolerle, pero parecía haber perdido la voz y se limitó a mirado en silencio. "Sí", dijeron silenciosamente sus pensamientos. "Tengo miedo de ti, tengo miedo de que me toques porque podría desplomarme. Tengo miedo de que digas que me amas. Tengo miedo de no poder resistirme más. ¿No comprendes? Ahora estoy indefensa. Me has conocido demasiado íntimamente y yo te he conocido en la misma forma. He atendido tus heridas y calmado tus penas como tú calmaste las mías. He aguardado angustiada alguna palabra de esperanza de tus labios y te he contemplado débil e indefenso en la cama. No puedo seguir negándome a ti".

Pero permaneció silenciosa ante Ruark, retorciéndose las manos y humedeciéndose los labios súbitamente secos.

– Yo… mi padre regresará pronto. -Su voz sonó aguda y tensa como una cuerda de violín-. Debo ocuparme de su almuerzo.

Con esa débil excusa, Shanna huyó del jardín y dejó que Ruark regresara solo, apoyándose cuidadosamente en el bastón.

Súbitamente recordó las palabras de Ruark y se detuvo donde estaba, al comprender que nuevamente estaba paseándose por su habitación. Siete tortuosas noches habían pasado desde que ella acudiera junto a él. Pero su voluntad claudicaba. Lo ojos de Ruark la acosaban, la torturaban, porque en ellos veía un espejo de sus propios deseos y pasiones. Ahora que él había recuperado cierto grado de movilidad, siempre estaba cerca, observándola, vigilándola, aguardando. El único alivio se producía cuando venía alguno de los supervisores del aserradero a obtener detalles o explicaciones de sus dibujos, y ella se sentía unos momentos libre de la mirada de él.

En busca del sueño que tanto ansiaba, Shanna probó de todo: un baño caliente, leer, una comida ligera, poesía, hasta una copa de leche tibia que le trajo Hergus. Sin embargo, seguía inquieta. La cama parecía

Excesivamente grande y las sábanas frías al tacto. Aunque el reloj había dado las once, ella no tenía deseos de dormir. En realidad, sentía en su interior un nuevo despertar, tan agudo y punzante que casi era físico. Desde su retorno ponía más cuidado, en sus modales con Hergus y era más consciente del carácter dulce y afectuoso de Berta y de la ocasional brusquedad de Pitney, a veces hasta con su padre. Nunca había sido abiertamente demostrativa de afecto con ninguno de ellos, sino que, como una criatura, respondía afectuosamente cuando tenía ganas y se enfurecía cuando ellos no lo hacían.

Y además, estaba Ruark. Su pierna curaba con rapidez casi mágica, y aunque ella luchaba para enfriar el asunto, cada vez más se sorprendía comparándolo con todos los otros hombres. Ya no usaba como cartabón su imaginario caballero ideal. Y excepto Ruark todos le parecían defectuosos.

Temía hasta interrogarse sobre el significado de esto, temía tener que admitir cosas en las que se negaba pensar.

Con paso lento, Shanna salió al balcón. Soplaba una fresca brisa y se alegró de haber elegido una bata más abrigada después de su baño. Se sentó a medias en la balaustrada y miró pensativa el cielo sin luna. Las estrellas estaban brillantes y claras y titilaban contra el negro terciopelo de la noche. El brumoso fulgor de la Vía Láctea se arqueaba de horizonte a horizonte en magnífico esplendor.

Shanna empezó a caminar y llegó frente a las puertas ventanas de la habitación de Ruark. El cuarto estaba a oscuras. ¿Dormía él? ¿Estaba despierto? Había dicho que la escuchaba caminar a menudo. Sintió el deseo de satisfacer su curiosidad y sus pies la llevaron contra su voluntad. El estaba allí. Podía ver su forma bajo la sábana. Entonces se percató de que tenía los ojos abiertos y que la observaba.

Sus manos bajaron hasta su cinturón y la bata cayó al suelo. Su piel, suave, pálida, fulgió fugazmente en la oscuridad antes de que ella levantara la sábana y se acostara junto a él.

Los brazos de Ruark la rodearon, su boca la beso, insistente, moviéndose, buscando, encontrando, encendiendo fuegos que ardían con una intensidad insoportable en llamaradas de éxtasis. Era la bendición de la vuelta al hogar, el trueno de la renovada pasión, la dulzura de un despertar primaveral y el dolor de unirse en uno solo y mezclarse con los rítmicos movimientos de sus cuerpos mientras él entraba ansiosamente en ella. La unión fue explosiva y los fundió en uno solo, para elevarlos después a alturas vertiginosas hasta dejarlos agotados y sin aliento.

– ¿Ruark? -susurró ella contra el pecho velludo.

– ¿Sí, mi amor? Hubo un largo silencio.

– Oh… nada. -Ella se apretó contra él y sonrió antes de quedarse dormida.