Ruark salió por la puerta pequeña y se apoyó en la pared. Aspiró profundamente varias veces y se masajeó el muslo que le dolía. Era imposible que nadie que estuviera en la sala de destilar no hubiera notado su presencia, de modo que sólo le quedó suponer que alguien tenía motivos para hacerle daño.
Sus ojos recorrieron el patio en busca de señales del atacante y se detuvieron. A corta distancia, cerca de la tolva, estaban dos hombres, uno alto y flaco y vestido de negro. El hombre con quien éste hablaba era uno de los obreros, un individuo membrudo con gruesos brazos. Cuando su mirada se encontró con la de Ruark, Ralston se puso rígido. Se volvió bruscamente, fue hasta su caballo y el obrero se quedó mirándolo con la boca abierta.
Ruark se puso ceñudo. Ahora que lo pensaba, recordaba haber oído ruido de cascos a cierta distancia detrás de él, cuando venía por el camino al trapiche. ¿El agente lo había seguido con malas intenciones? Quizá Ralston temía que él pudiera contarle a Trahern acerca de la compra de siervos en la cárcel, pero en ese caso el hombre debía comprender que él tenía que cuidar su secreto, pues tenía mucho que perder con la cuerda del verdugo alrededor de su cuello.
Ruark pasó las riendas sobre la cabeza de Attila, montó y partió. El semental estaba en excelente forma y Ruark le dejó que estirase los músculos.
Había dejado la silla y la brida en su lugar en el establo y estaba frotando los flancos de Attila con un puñado de gruesa arpillera cuando Ruark oyó, o sintió, un pequeño movimiento a sus espaldas. Fue rápido para mirar por temor a que se abatiera sobre él otro desastre. Era Milly, quien lo miraba desde la puerta del establo. Por un momento la muchacha pareció decidida a huir, pero reunió coraje, enderezó los hombros y se le acercó meneando las caderas en lo que ella esperó que fuera una forma provocativa. Ruark continuó su tarea, sin saber si sentirse aliviado o más receloso.
– Buenos días, señor Ruark -dijo perezosamente la joven-. Lo vi venir por el camino en ese hermoso caballo. -Attila resopló y rozó con el morro el hombro de Milly. Ella rió-. Me entiendo muy bien con los animales. No estamos tan alejados.
Ruark gruñó y tendió la sudadera para que se secara. Empezó a peinar las crines y la cola del animal.
– Bueno, querido Johnnie -el tono de Milly se endureció- tú puedes ignorarme si lo deseas, pero es a ti a quien he venido a ver.
Ruark se detuvo y la miró intrigado.
– Claro, muchacha -dijo-. ¿A mí? ¿Y qué asunto te trae a un establo maloliente?
Ruark levantó uno de los cascos de Attila para ver si había quedado allí algún guijarro.
– Es el único lugar -dijo ella- donde puedo hablar contigo sin que esa altanera señora Beauchamp se cuelgue de tu cuello.
Ruark rió.
– ¡Basta, Milly! -se burló gentilmente-. Pero parece que tienes algún asunto que aclarar.
– ¡Claro que sí! -estalló ella con sorprendente rencor-. Y lo que tengo que decir pondrá a esa perra Shanna en su debido lugar.
Ruark se irguió y miró a la joven por encima del lomo del caballo.
– Vamos, Milly, habla de una vez. Esa mujer tiene un genio muy vivo y no le gustaría la forma en que te refieres a ella. -Dio la vuelta alrededor de Attila y apoyó un brazo en una tabla del establo-. Ten mucho cuidado con lo que dices.
Milly separó las piernas, se inclinó hacia adelante y con el índice señaló su propio pecho.
– Estoy en-cin-ta -dijo, y rió con altanería.
Cada sílaba fue acentuada con fuerza y Ruark perdió todo su buen humor. Súbitamente, la situación se había vuelto difícil. Antes de que ella hablara el supo cuales serian sus próximas palabras.
– Y tu -lo señalo con el dedo -ceras el padre.
Ruark apretó los labios y sus ojos despidieron rayos helados.
– Mi1ly ¿crees que me dejaré engañar tan fácilmente?
– No. -Ella dio un paso atrás y empezó a masticar una brizna de heno, llena de confianza y seguridad-. Pero tengo amigos que dirán que es así. Y yo sé todo acerca de ti y de la orgullosa señora Beauchamp. A su padre no le gustará enterarse de que su siervo duerme con su querida hijita. Ella hasta podría pagar por mi silencio. Si lo pienso, podría facilitamos mucho nuestra vida, cariñito.
Ruark la miró y comprendió que la muchacha hablaba muy en serio.
– No me dejo coercer fácilmente, Milly, y no haré de padre al crío de algún marinero porque a ti te convenga. -Habló en voz baja pero en un tono que hirió más que las palabras.
– Juraré que la criatura es tuya -lo desafió ella.
– Sabes que jamás te he tocado. Mentirías y pronto se descubriría la verdad.
– ¡Te obligaré a casarte conmigo!
– ¡No lo permitiré!
– El mismo Trahern se ocupará de ello.
– No puedo casarme contigo -gruñó él.
Milly lo miró desconcertada.
– Ya tengo esposa. -Fue lo único que pudo decir para detenerla. Ella abrió la boca y se tambaleó, como si la hubieran golpeado.
– ¡Esposa! -Rió ácidamente-. ¡Esposa! Claro, puedes tener una esposa en Inglaterra, y también hijos seguramente. La orgullosa señora Beauchamp quedará muy sorprendida cuando lo sepa. -Miró frenéticamente a su alrededor y empezó a reír histéricamente-. ¡Una esposa!
Medio llorando, medio gimiendo, huyó muy alterada.
Shanna, montada en Jezebel, estaba justamente en ese momento por entrar en los establos, cuando la yegua retrocedió y levantó las patas delanteras. Milly, huyendo, casi pasó bajo los cascos del animal.
– ¿Qué demonios estás haciendo, ahora, Milly? -estallo Shanna, irritada por el descuido de la muchacha.
Sollozando, Milly se hizo a un lado y la miró.
– ¡La orgullosa señora Shanna Trahern Beauchamp! ¿Así que usted se ha conseguido un hombre? Siempre elige lo mejor ¿verdad? Y ahora, consigue el hombre más apuesto para llevárselo a su cama. Bueno, tengo una noticia para usted. El no la necesita. El no puede casarse con usted. El ya tiene una esposa.
Horrorizada, Shanna intentó calmar a la furiosa muchacha.
– ¡Milly! ¡Milly! ¡No sabes lo que dices! ¡Cállate!
– ¡Oh, aguarde a que se enteren los demás! -gritó la muchacha-. Todos la consideran a usted tan blanca y pura como un lirio. Aguarde a que se enteren.
Shanna se apeó.
– ¡Milly, no! -imploró-. Tú no tienes idea de lo que sucede. ¡Milly!
La muchacha danzó en círculo alrededor de Shanna y espantó nuevamente a la yegua.
– ¡Quédate quieta, tonta!
– ¡Oh, que tonta fui! -dijo Mi1ly-. La orgullosa Shanna se acuesta con un siervo. Y aquí todos temían que los piratas la hubieran violado. Oh, aguarde a que lo sepan.
– ¡Milly! -dijo Shanna, en tono de severa advertencia.
– Usted lo tiene todo. Nunca trabajó. Nunca le faltó nada. Ahora consiguió un hombre. Pero no es mejor que yo. El es un hombre casado. Ojalá que usted también quede encinta.
La cara de Shanna se puso de color escarlata con este último comentario. No pudo seguir tolerando los insultos y estalló.
– ¿Y con quién crees que está casado él? -preguntó.