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No bien lo hubo dicho, Shanna comprendió que se había traicionado. Espantada, se llevó una mano a la boca como si pudiera hacer retroceder las palabras, pero fue demasiado tarde. Milly estaba comprendiendo lentamente la verdad y su cara iba adquiriendo una expresión de penosa sorpresa.

– ¡Usted! -exclamó-. ¡Usted! ¡Ooohhhh Nooo! -Su voz se volvió lastimoso quejido. Ahora sollozando fuertemente, Milly se volvió y huyó por-el camino que llevaba al pueblo.

Shanna golpeó el suelo con el pie, furiosa por su estupidez. Se volvió para llevar a Jezebel al establo pero se encontró frente a frente con Ruark.

– Señora, me temo que acaba de contar la verdad al pregonero del pueblo.

– ¡Oh, Ruark! -Shanna se arrojó en sus brazos-. Ella acudirá directamente a mi padre. El se pondrá tan furioso que no se detendrá a escuchar. ¡Te devolverá a Inglaterra para que te cuelguen!

– Tranquilízate, amor mío, serénate. – Ruark la abrazó y le susurró al oído-. De nada sirve afligirse. Si ella se lo dice, nosotros lo admitiremos. Tu padre es un hombre razonable. Por lo menos, nos escuchará.

Sorpresivamente, la idea de tener que confesar su casamiento ya no le pareció tan terrible.

– Por lo menos, Milly ya no te molestará -sollozó ella débilmente.

Ruark se protegió los ojos con la mano y miró a la distancia.

– ¿Y qué hay de Gaylord? -preguntó-. ¿Dónde está tu buen amigo? Sé que él salió contigo.

Shanna rió regocijada al pensar en las malas aptitudes de jinete del caballero-.

La última vez que lo vi, estaba en dificultades con su cabalgadura. Fue poco después que dejamos los establos, y ahora probablemente aún está tratando de hacer que el caballo se vuelva para regresar a casa.

– Últimamente parece exigir mucho de tu tiempo -dijo él, en tono más cortante que lo que hubiera querido.

– Vaya, Ruark, no puedes estar celoso de sir Gaylord.

Ceñudo, Ruark volvió el rostro.

– No puedo tolerar sus modales afectados, eso es todo. -Pero con más sinceridad admitió roncamente-, no puedo soportar que te corteje y te mire. Ese privilegio, señora, me pertenece.

– Tú también me miras -replicó ella en tono de broma- y muy intensamente.

Ella entró al establo conduciendo a Jezebel, Ruark gruñó y le dio una palmada en las nalgas.

– Grosero -dijo ella-. ¿Cuándo aprenderás a tener quietas las manos?

– Jamás -declaró Ruark. Le rodeó la cintura con un brazo y la atrajo hacia sí-. Por todas las veces que debo mirarte sin poder tocarte, juro que me desquitaré cuando estemos solos. Tu padre no regresará hasta, tarde. Ven conmigo a mi cabaña.

Shanna asintió de buena gana, y casi en éxtasis dejó que, él la condujera hasta un tronco donde se apoyó mientras él se ocupaba apresuradamente de desensillar la yegua. Después, él cerró la puerta, del establo y la tomó de la mano.

Era casi de noche cuando Shanna se deslizó en la mansión y subió rápidamente la escalera. Hergus, que la esperaba en sus habitaciones, la miró con severidad.

– ¡Otra vez ha estado con él dijo la sirvienta-. ¡Ya plena luz del día! Es una vergüenza lo que está haciendo con el señor Ruark bajo las narices de su padre.

Shanna enrojeció intensamente.

– Era una dama decente hasta que llegó él -continuó Hergus-.Y ahora no puede contenerse. ¡Y él! ¡Igual que, un animal! Parece que siente su olor y aguarda a que su padre se ausente para buscada. Ya la veo con el vientre hinchado con una criatura. ¡El debe de estar orgulloso de lo que tiene dentro de sus calzones para usado tan a menudo con usted!

– ¡Hergus! ¡Basta! Pero Hergus insistió.

– Muchacha, sabe cuánto la quiero. Pero no puedo tolerar esto que está haciéndose a sí misma. He estado a su lado desde que era pequeñita. Yo tenía dieciocho años. -Se echó atrás y aspiró profundamente-. Y ahora la veo entregándose clandestinamente a un vulgar siervo. Mi Jamie y yo -por un momento su mirada se volvió lejana- veníamos de un clan pobre de las tierras altas y no estuvimos mucho tiempo juntos. Pero usted señorita Shanna, ¿tiene idea de lo que hace? ¿No se siente avergonzada?

– No. -El susurro fue tan suave que la sirvienta tuvo que esforzarse para oír la palabra. Shanna le dio la espalda y empezó a desabrochar el corpiño de su vestido-. No me siento avergonzada. El me ama y yo…

Shanna sacudió la cabeza. Suspiró.

– Hay mucho acerca del señor Ruark y de mí que tú no comprendes, Hergus. Creo que todo se sabrá si Milly se sale con la suya.

– ¿Qué sabe Milly?

– Mucho, me temo replicó Shanna preocupada.

Para Hergus, una cosa era criticar las acciones de su ama, pero otra diferente era que alguien hablara mal de ella. En ese sentido, su lealtad era muy firme.

– Esa chiquilla hará bien en frenar su lengua -dijo.

Shanna la miró, intrigada, y se encogió de hombros.

– Su papá está en el salón con el, señor Ralston, el señor.Pitney y ese sir Billingham..Será mejor que se dé prisa. El ha llegado hace tiempo y preguntó por usted. Le dije que usted había regresado.

Hergus limpió una repisa inmaculada llena de objetos curiosos y pasó los dedos por un polvo imaginario. Se volvió otra vez a Shanna.

– Oí a sir Billingham preguntar dónde estaba usted. El encontró su caballo en el establo pero usted se había marchado sin decirle adónde. Supongo que él cree que su padre la vigila muy de cerca. -La mujer pensó un momento-. Quizá su papá está preguntándose acerca de usted, aquí arriba, con el señor Ruark a sólo unos pasos. Pero supongo que él cree que puede confiar en usted. Es una lástima que lo traicione.

Shanna no dio importancia a las protestas de la criada y empezó a desvestirse. Pero con su cuerpo todavía agitado y encendido por la pasión, no se atrevió a quitarse la camisa. La sirvienta comprendió y se marchó, con un último comentario por encima de su hombro.

– Volveré para peinarla.

Shanna se levantó el cabello que aseguró en un rodete en su nuca, se metió en la tina llena de agua perfumada y empezó a pasarse lentamente la esponja por brazos y hombros. Su mente estaba ocupada en soñadoras evocaciones, cuando oyó que alguien silbaba alegremente en el pasillo, fuera de su saloncito. Sonrió suavemente, sabiendo que sólo podía ser Ruark, y se entregó a los recuerdos de la tarde que pasaron juntos.

Las ilusiones desparecieron abruptamente cuando Hergus llamó a la puerta del dormitorio y entró. Shanna se puso de pie, se envolvió el cuerpo con una toalla, y empezó a secarse.

CAPITULO VEINTIDOS

Shanna bajó la escalera casi volando. Nuevamente se sentía como una muchachita, inquieta por llegar con retraso, ruborizada y sin aliento. Hergus apenas había podido sujetarle los rizos con una cinta cuando Shanna se dio cuenta de que era tarde. Si algo provocaba infaliblemente la ira de su padre, eran las demoras innecesarias para comer.

Jasón estaba alto y erguido en su puesto junto a la puerta principal. Parecía estudiar la pared del frente, con una expresión severa y ceñuda. No dio señal de notar la presencia de Shanna. Como en los días de su infancia, ella sintió la reprobación del criado, se detuvo, alisó su falda azul, irguió orgullosamente la cabeza y siguió caminando con una majestuosa lentitud.

– Usted está encantadora esta noche, señora. -Gracias, Jasón.