– Usted, no ha visto a Shanna en ocasiones como esta. -Señaló con la cabeza hacia las puertas ventanas-. Hombres mejores lo han intentado. Si quiere inquietarse, hágalo por sir Gaylord.
El salón quedó silencioso y sólo Ruark y Ralston demostraban alguna emoción. Ruark estaba intranquilo mientras Ralston sonreía bobamente de satisfacción.
De pronto llegó un grito airado desde el porche. Ruark saltó y Ralston dejó su copa intrigado. Inmediatamente se oyó una sonora bofetada, el comienzo de una maldición murmurada por Gaylord, seguido de un grito también del caballero.
Pitney consultó su reloj y le dijo a Trahern:
– ¡Ale!
Todos, incluido Ralston, miraron inmediatamente las puertas, pero antes que nadie pudiera tocarlas se abrieron y Shanna entró en la habitación sosteniéndose el corpiño desgarrado de su vestido con una mano, y flexionando la otra como si le doliese. Su hermoso rostro estaba encendido.
Trahern detuvo a su hija y sus ojos buscaron atentamente alguna señal de malos tratos.
– ¿Estás bien, criatura?
– Sí, papá -respondió ella-. Mejor de lo que puedes imaginar, pero me temo que nuestro señorial huésped está, adornando los arbustos con su forma varonil.
Trahern pasó junto a ella mientras Ruark se quitó su chaqueta y la puso sobre los hombros de su esposa. Shanna lo miró suavemente cuando él le tomó la mano para examinarla.
– ¿Debo vengada, mi lady? -preguntó en voz baja, sin levantar la mirada.
– No, mi capitán pirata Ruark -murmuró ella-. El pobre individuo ha tenido lo que se merecía.
Señaló las puertas que en ese momento eran abiertas por su padre y Pitney. Trahern pareció ahogarse con algo cuando la débil luz iluminó el porche y la figura desgarbada de sir Gaylord, quien luchaba para pasar por la barandilla que bordeaba el porche. Su chaqueta tenía adheridos trozos de hojas y tallos. Cuando levantó la cabeza, vio que tres de los cuatro hombres lo miraban sonrientes mientras que el cuarto parecía atontado por la sorpresa.
Sir Gaylord levantó el mentón, pasó altanero junto a ellos e ignoró completamente a Shanna. Sin embargo, su andar no era muy señorial porque había perdido un zapato.
Shanna hizo una pequeña reverencia.
– Buenas noches, caballeros -dijo, y salió de la habitación.
Trahern miró su copa vacía, suspiró y fue a servir dos ales, uno de los cuales entregó a Pitney. Ralston se sirvió un brandy, lo bebió de un trago y se despidió. Trahern sirvió un ale y se lo ofreció a Ruark.
– Ah, caballeros -dijo el hacendado con una risita-, no sé qué haré para divertirme cuando la muchacha se haya marchado. Creo que me retiraré. Estoy poniéndome demasiado viejo para todo esto.
Salió de la habitación. Pitney llenó nuevamente las copas y señaló hacia la puerta.
– ¿Un poco de aire fresco, señor Ruark?
Salieron a la amplia terraza y admiraron la luna llena. John Ruark ofreció tabaco a su compañero. El hombre sacó una pipa de arcilla de su bolsillo, la llenó y le agradeció.
– Me hice al hábito navegando en uno de los barcos de Orlan -murmuró Pitney-. Aquí es difícil conseguir buen tabaco, pero éste es excelente.
Caminaron un momento en silencio, dejando una fragante estela de humo. Casi habían regresado al salón cuando Pitney se detuvo para vaciar la cazoleta de su pipa.
– Una pena -comentó el hombre mientras golpeaba la pipa en la barandilla.
Ruark le dirigió una mirada de interrogación.
– Una pena que su hermano, el capitán Beauchamp, no haya podido viajar con nosotros.
– ¿Mi hermano? -dijo Ruark.
– Ajá -repuso Pitney-. Y a veces se me ocurre que en Ruark Beauchamp hay más cosas de las que John Ruark deja que se sepan.
Pitney se metió la pipa en el bolsillo y entró en la casa. Cuando Ruark entró momentos después, el salón estaba vacío.
Era tarde y la luna habíase convertido en una bola roja cerca del horizonte. Las calles en la aldea estaban a oscuras y Milly Hawkins se estremeció mientras caminaba nuevamente hasta el lugar de la cita para encontrarlo vacío. Se le erizó la piel de la espalda. Tenía la fuerte impresión de que la observaban. De pronto ahogó una exclamación cuando una alta sombra fue hacia ella.
– Oh, es usted, jefe -dijo-. Me asustó. Llega tarde.
El hombre se encogió de hombros y no dio ninguna explicación. -Bueno, jefe, tengo noticias para usted. Vamos a tener un hijo que no deseamos. Y el señor Ruark de nada me servirá, porque ya tiene esposa y usted nunca adivinaría quién es ella. La señora Shanna Beauchamp. De modo que ella no es más viuda. Ahora es la esposa de John Ruark. Y lo gracioso es que la misma señora me lo dijo.
Milly se detuvo para saborear la noticia que acababa de dar.
– Y se me ocurre que el padre no lo sabe -continuó-. Qué sorpresa se llevará él cuando se entere. Y también mi madre. Ella siempre está diciéndome que debo ser como la señorita Shanna. Y ahora, la señorita Shanna resulta que está casada con un siervo. Bueno, yo haré algo mejor que ella. -Milly estiró la mano y acarició al hombre en el brazo-. Yo tendré algo mejor que un siervo, porque usted, jefe, tendrá que casarse conmigo. No quiero ningún marinero que esté viajando todo el tiempo. Quiero un hombre que esté cerca de mí todo el tiempo.
El hombre empezó a golpearse suavemente una bota con la fusta de montar que llevaba en una mano. Después le puso un brazo sobre los hombros y empezó a conducirla calle abajo. Milly se sintió halagada por la desusada demostración de afecto.
– Conozco un sitio tranquilo en la playa -murmuró ella con una mirada cargada de sugerencias-. Es un lugar escondido con musgo suave para que nos sirva de almohada.
En la calle a oscuras, resonó el eco de su risa ligera.
El día siguiente amaneció despejado y fresco. Con las primeras luces del amanecer, Ruark y Shanna despertaron. El la besó y se dirigió sigilosamente a su habitación, donde se afeitó y vistió para aguardar las primeras señales de actividad en la mansión. Tendido en la cama, oyó que Shanna se movía en su habitación. Hergus estaba regañándola. Ahora ellos compartían la cama todas las noches.
Ruark fue al comedor pequeño y se sirvió, una taza de café. El sabor intenso y aromático de la bebida lo había cautivado, y en esta mañana raramente fresca, la bebió con deleite.
Milán había preparado una bandeja con carnes y pequeñas tortas de avena y Ruark estaba sentándose ante un plato abundante cuando Trahern y Shanna entraron riendo juntos en la habitación. El padre se maravillaba del cambio experimentado por su hija. En las últimas semanas sus mejillas habían ganado color, y desde su fuga de los piratas parecía haber perdido mucho de su almidonada formalidad. La frecuencia de sus comentarios mordaces había disminuido y ahora casi parecía una persona diferente, una mujer cálida y graciosa cuyo encanto rivalizaba con su belleza. Trahern rió por lo bajo, aceptando la buena suerte sin cuestionarla. El aroma de arepas con mantequilla le llegó a la nariz, y se apresuró a sentarse, dejando que el señor Ruark apartara la silla para su hija.
Se oyó un ruido de cascos en la parte delantera y momentos después Pitney entró en la casa frotándose las manos y saboreando el aroma de la comida. Arrojó su sombrero a Jasón y acercó una silla a la mesa.
Ante las miradas divertidas de padre e hija, gruñó:
– El suelo de mi casa estaba demasiado frío esta mañana para un hombre de mi edad. -Miró a su alrededor, como desafiando a cualquiera que cuestionara su sinceridad-. Además, terminé una mesa para el señor Donan, y él dijo que vendría aquí para ver al señor Ruark acerca de esa mula de él. Parece que el hombre quiere comprarla.