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– Mírame- murmuró él cuando ella se negó a reconocerlo. Involuntariamente, Shanna levantó unos ojos fríos e inquisitivos hacia los de él y encontró una sonrisa lenta y perezosa que parecía burlarse de ella. Lentamente, Ruark pasó un nudillo por el frágil pómulo de ella mientras sus ojos dorados se zambullían imprudentemente en las peligrosas profundidades del océano verde.

– Shanna, amor mío, lo tomaré muy a mal si me privas de esta noche contigo.

Fastidiada por este rudo recordatorio, Shanna echo la cabeza hacia atrás y levantó su fina nariz.

– Dudo de que esta buena gente tenga comodidades para huéspedes por una noche. Me temo, señor, Beauchamp, que tendrá que refrenar sus ardores hasta que tengamos más intimidad.

– ¿Y tendremos intimidad, querida mía? -insistió él-. ¿O dejarás pasar el, tiempo hasta que no quede nada?

– No puede esperar queme sienta ansiosa por meterme en la cama con usted, señor Beauchamp -replicó ella con petulancia-. Usted puede estar acostumbrado a las conquistas, fáciles, pero a mí la idea resulta desagradable.

– Es posible, señora mía -repuso él-. Pero el pacto fue por una noche completa en mis brazos, no menos.

– Ustedes un desvergonzado que se aprovecha de mi situación -declaró ella-. Si fuera u caballero…

Ruark rió suavemente y sus ojos color ámbar la desafiaron.

– ¿Acaso tú no te aprovechaste de mí? -dijo-. Dime, querida mía, ¿quién fue a esa miserable mazmorra a seducirme con modales arteros? Sí o no, dímelo sinceramente. ¿No fuiste tú quien se aprovechó de un pobre desgraciado, sabiendo que él estaba hambriento por la visión de una mujer? ¿No fuiste tú quien casi desnudó sus pechos para seducirme?

Shanna saltó como si la hubiera picado una avispa y su boca se abrió para expresar su indignación, pero no encontró palabras para castigar a este desvergonzado aunque repasó todo su vocabulario.

Ruark le puso un dedo debajo del mentón y lo levantó muy suavemente hasta que ella cerró los bellos labios.

– ¿Lo niegas? -se burló.

Shanna cerró los ojos y habló con los dientes apretados. – ¡Usted, mendigo vulgar, deberían colgarlo por vejar a las mujeres! los ojos de él brillaron y se endurecieron.

– Señora -dijo Ruark-_ creo que eso es lo que piensan hacer. Shanna tragó con dificultad. Casi había olvidado que él era un asesino. Trató de apartarse mientras el corazón le latía alocadamente en el pecho, pero él la retuvo con firmeza. Miró temerosa a su alrededor, en busca de Pitney, pero él estaba charlando con los guardias. A menos que hiciera una escena, no podría llamar su atención.

Sus palabras salieron torpemente de sus labios -Yo… fui una tonta al aceptar.

La expresión de Ruark era inescrutable pero algo brillaba en esos ojos con una luz que parecía vacilar por momentos.

– De modo -dijo con una lenta sonrisa- que ahora que tienes mi apellido, dices que el pacto es nulo.

La punzada del miedo se hizo más fuerte. Algo le advertía a ella que estaba arriesgando demasiado con su abierto desdén. Ruark rió despreocupadamente, la soltó y retrocedió un paso. Shanna, desconcertada, alzó la vista. El levantó una mano y llamó a través de los bancos vacíos de la iglesia.

La punzada del miedo se hizo más fuerte. Algo le advertía a ella que estaba arriesgando demasiado con su abierto desdén. Ruark rió despreocupadamente, la soltó y retrocedió un paso. Shanna, desconcertada, alzó la vista. El levantó una mano y llamó a través de los bancos vacíos de la iglesia.

– Buen señor…

El reverendo Jacobs, que estaba sentado cante un escritorio bajo, escribiendo los documentó s matrimoniales, se detuvo y levantó la vista. Pitney miró a su alrededor con expresión alerta.

– Señor, un momento, por favor -dijo Ruark-. Parece que mi señora…

Shanna ahogó una exclamación y se apresuró a interrumpirlo.

– No necesitamos molestarlo, amor mío. Ven, discutámoslo entre los dos.

Cuando el clérigo continuó escribiendo Shanna tomó un brazo de Ruark y lo apoyó firmemente contra su pecho. Con los ojos, lo desafió a que la rechazara.

– Usted es un grosero -dijo con los labios dulcemente curvados.

La llama ambarina de la mirada de él se intensificó y la quemo con su brillo. Los músculos del brazo de Ruark se tensaron contra el pecho de ella. Ruark se inclinó para besada en la mejilla y su boca ardiente se acercó demasiado a la de ella.

– No, no, Shanna. Sé amable. Mis días están contados y aquellos con alegría son todavía menos. Aparentemos, por lo menos, que estamos enamorados, aunque más no sea, por la señora Jacobs. Trata de fingir más ardor, querida mía.

Shanna trató de reprimir cualquier manifestación exterior de repulsión mientras él la besaba suavemente en la boca, pero ella siguió rígida, como si esperara su condenación.

– Tienes que aprender a relajarte -la regañó Ruark, respirando suavemente sobre los labios de ella.

Se irguió, deslizó el brazo alrededor de la cintura de Shanna y la atrajo posesivamente. Y la muchacha, de mala gana, aceptó las atenciones mientras él la acompañaba a la sacristía.

Mientras el ministro completaba laboriosamente los documentos y las anotaciones relativas al acontecimiento en el libro de registro, la señora Jacobs fue a buscar refrescos.

Mientras esperaban, Pitney concentró su ceñuda atención en el colonial, quien, en su opinión, mostraba por la novia más celo que el que era necesario. Un brazo apoyado ligeramente en el hombro de ella, una suave caricia por sus costillas, una palmada en el brazo donde la manga no lo cubría; los dedos largos, delgados, la exploraban con atrevimiento. Pitney podía imaginarse la trampa en la que se encontraba su joven ama al tener que soportar ese no deseado manoseo.

El ceño de Pitney se acentuó cuando su mirada se cruzó con la de Ruark, y le hizo al hombre una seña para que se le acercara

– Será mejor, que nos demos prisa -dijo Pitney-. Se aproxima la tormenta y podría sorprendemos aquí.

Ruark se detuvo para escuchar el sonido del viento que soplaba alrededor de un Ángulo de la iglesia y a medida que aumentaba silbaba de manera fantasma). Gotas de lluvia golpeaban los cristales de las' ventanas y caían en pequeños torrentes. Se encendieron velas para iluminar, la penumbra gris causada por la tormenta.

Ruark estudió cuidadosamente al otro hombre cuando éste replico, -Ajá, se lo diré a su ama.

Pitney puso tensa su fuerte mandíbula. -No le ponga las manos encima, muchacho -dijo-. Ella no es para tipos como usted..

– Usted es un sirviente leal, Pitney -repuso Ruark midiendo sus palabras-. Quizá demasiado leal. Ahora yo soy el marido.

– Solamente de nombre -replicó el otro-. Y ese hecho seguirá así hasta que acabe su vida.

– ¿Aun si usted debe acabar mi vida antes de que me llegue la hora? -preguntó Ruark.

– Se lo he advertido, muchacho. Ella es, una buena niña, y no de la clase que puedes encontrar en una Posada dando placer a los hombres.

Ruark unió sus manos detrás de su espalda, y miro a Pitney directamente a los ojos. Habló con mucha convicción.