Выбрать главу

Shanna luchaba contra la. soledad de su cabina. Una pequeña estufa daba algo de calor, pero el frío de la noche la hacía echar de menos la proximidad de Ruark junto a ella en la cama. Pensativa, fue hasta un cofre y sacó la caja de música. El le había pedido que la trajera en el viaje y la misma era, por el momento, el vínculo que la unía más íntimamente a él. La caja era sólida y pesada, aunque su exterior, ricamente tallado y ornamentado, no permitía sospecharlo.

Cuando levantó la tapa, la música cantarina llenó la cabina con la presencia de Ruark. La melodía era la misma que ella le había oído silbar o tararear a menudo. Cerró los ojos y recordó esos brazos fuertes y esos ojos dorados que la miraban ardientes.

El último eco de las notas se apagó en la cabina. Shanna abrió los ojos y notó que una extraña niebla le enturbiaba la visión. Suspiró profundamente y guardó la caja de música. Apagó la linterna y se metió en la cama.

– Un día o dos, amor mío -susurró en la oscuridad-. Una eternidad. ¡Sí, amor mío! Te amo, Ruark Beauchamp, y nunca más te daré motivos para que lo dudes.

Después de un desayuno ligero, Shanna subió a cubierta con su padre pues no quería perderse detalles de esta nueva tierra. Los dos quedaron fascinados con la interminable variedad de lo que veían.

– El sueño de un comerciante -murmuró Trahern-. Un mercado intacto.

En las orillas Veíase una. rica tierra negra; pequeñas y redondas colinas empezaron a aparecer, ocasionalmente coronadas de afloramientos rocosos entre el espeso bosque que llegaba hasta la orilla del río. Vieron casas, algunas de ladrillo rojo y lo suficientemente grandes como para indicar cuantiosas fortunas. El río tenía más de una milla de ancho pero la corriente era fuerte.

Shanna estaba radiante y animosa pese al día inestable y tormentoso. Empezó a saludar con la mano cuando veía personas en las orillas y mantuvo su espíritu alegre hasta cuando Gaylord se aventuró sobre cubierta: malhumorado, y se quejó de la inclemencia del clima. Pero todos se sintieron aliviados cuando el caballero, temblando dentro de su capa forrada con pieles de zorro, regresó a su cabina.

Cuando llegó la noche, el señor Bailey ordenó arrojar el ancla aunque Richmond estaba solamente a unas veinte millas.

– No es prudente remontar el río de noche -dijo el piloto-. Una corriente imprevista podría hacemos encallar y es imposible ver los obstáculos sumergidos.

A la mañana siguiente el viento gemía entre la arboladura y venía cargado de una helada llovizna que obligó a Shanna a permanecer en su cabina. Empezó a pasearse de un lado a otro y súbitamente sintió se insegura de sí misma. ¿Cómo haría para no arrojarse en los brazos de Ruark apenas lo viera? Tendría que echar mano a todas sus fuerzas para poder dominarse. Un paso en falso ahora podría enviarlo a él a la cárcel.

Se abrió la puerta y entró Pitney, seguido de una fuerte ráfaga de viento.

– Casi hemos llegado -dijo él-. Faltan solamente una milla o dos.

Shanna aspiró profundamente, controló firmemente sus emociones y asintió serena con la cabeza. Cuando Pitney y su padre subieron a cubierta, ella los siguió, exteriormente dócil.

Los tripulantes trabajaban en las gavias para asegurar las velas mientras el Hampstead era remolcado por calabrotes hacia el embarcadero. No bien estuvo asegurada la planchada, Ruark subió a bordo casi corriendo, envuelto en una capa mojada. Del ala de su sombrero caían hilillos de agua cuando le tendió la mano a Trahern y sonrió apesadumbrado.

– Es un día malo para darles la bienvenida, pero aquí hay quienes sostienen que la lluvia es señal de buena suerte.

– Confío que así será -rugió Trahern, y empezó a hablar del que últimamente se había convertido en su tema favorito-. Por Dios, Señor Ruark, esta tierra suya es un verdadero depósito de tesoros. Nunca había visto tantas riquezas sin explotar, rió con anticipado regocijo- y aguardando que un buen comerciante les traiga vida.

Ruark se volvió y levantó un brazo. Dos carruajes y un carretón cubierto se acercaron al barco antes de que él estrechara la mano de Pitney como bienvenida.

– Estoy pensando, muchacho -rugió Pitney, mojándose los labios que un buen pichel de ale me calentaría las entrañas. ¿Tendrán ustedes, los coloniales, una taberna donde un; hombre pueda calmar su terrible sed?

– Sí -rió Ruark y señaló en dirección a la calle del muelle-. El Ferry pot., ese edificio encalado de allí, tiene, un barril del mejor ale de Inglaterra. Diga al cantinero que John Ruark pagará la primera ronda.

Pitney partió, a toda prisa. Gaylord se hizo a un lado rápidamente a fin de no ser arrojado sobre el empedrado del muelle. El caballero miró con altanería las anchas espaldas del hombre pero Pitney no se detuvo ni lo notó. Gaylord continuó su camino hacia la oficina de embarques para reclamar el equipaje que había enviado en la fragata inglesa.

Ralston también abandonó el barco, y por un momento Ruark lo observó caminar por el muelle, con el borde de su capa ondulando alrededor de sus nudosas pantorrillas.

Ruark aún no había dirigido, a Shanna ni siquiera una, mirada. Pero ahora la miró y sus ojos dijeron todo. La mano de ella tembló cuando él la cubrió con la calidez de la suya.

– Shanna… señora Beauchamp -dijo él con voz ligeramente ronca-. Usted ha producido el momento más brillante en este día mío.

Silenciosamente, con el movimiento de los labios agregó:

– Te amo.

Shanna sintió en la garganta un dolor casi intolerable cuando le dirigió una sonrisa amable y replicó:

– Señor John Ruark, he echado de menos su ingenio y su humor en la mesa, por no hablar de sus inteligentes comentarios y su habilidad de bailarín. ¿Ha participado últimamente en alguna festividad? Quizá alguna dama de las colonias le ha llamado la atención.

Le dirigió una mirada fría e interrogativa y Ruark rió ligeramente.

– Usted sabe que mi corazón está comprometido, y la diosa Fortuna ha decretado que yo no encuentre ninguna otra tan bella.

Ruark vio cómo ella enrojecía ligeramente de placer. Aún tenía la mano de Shanna en la suya y ahora la puso debajo de su brazo y dirigió una mirada torcida hacia el cielo.

– Hay un antiguo dicho oriental acerca de la sabiduría de permanecer bajo la lluvia -dijo en voz alta-. Si me lo permite, señora Beauchamp, los conduciré a usted y a su padre a un lugar donde podrán tomar una taza de té mientras son cargados los carruajes.

Trahern miró con ansias la ancha espalda de Pitney que en ese momento trasponía la puerta de la taberna. Soltó un suspiro e hizo un gesto con la mano.

– Vamos señor Ruark. Supongo que un padre tiene algunos deberes para con su hija que no pueden ser eludidos; -Se detuvo para reflexionar y añadió, en tono apesadumbrado-: Sin embargo, en ocasiones desearía que la muchacha hubiera nacido varón.

Ruark estaba sumamente contento de que Shanna hubiera nacido mujer, pero nada dijo.

Casi una hora más tarde, el conductor del primer coche vino a decir a Ruark que todo estaba listo y que podían ponerse en camino cuando lo desearan.

– Buscaré a Pitney -se ofreció Ruark, poniéndose de pie Busco unas monedas en su bolsa-. Dije que yo pagaría la primera ronda.

La taberna era un lugar ruidoso, repleto de marineros y de hombres de trabajo. Allí, en medio del bullicio, Pitney bebía silenciosamente su ale, apoyado en el bar junto a un hombre pelirrojo que parecía hablar con mucha vehemencia. Ruark no pudo oír lo que decía pero el hombre sacudía la cabeza y golpeaba el bar con un puño, o apuntaba con un dedo al pecho de su compañero.