Ruark aguardó pero sir Gaylord no dijo nada. Entonces se sentó en un lugar que extrañamente se formó entre Shanna y su padre.
El posadero puso ante él un jarro humeante y la cocinera trajo una gran olla de apetitoso guiso y empezó a llenar los platos. Un muchachito trajo una bandeja de madera cargada con doradas hogazas de pan y platillos con mantequilla. También sirvieron pequeñas cazuelas con miel y mermeladas y pronto los hambrientos viajeros atacaron la comida con entusiasmo. Trahern probó cada plato en medio de elogios, hasta hacer -enrojecer a la posadera. Cuando se levantó para marcharse, ella le puso en las manos un gran trozo de budín para que comiera en el camino.
Cuando Ruark tomaba su sombrero y su chaqueta, Ralston se acercó a la puerta donde tomó el largo rifle y pasó su mano por la culata de suave arce pulido donde había una placa de bronce grabada.
– Tiene aquí un arma excelente, señor Ruark -comentó cuando el joven se acercó para tomarla. Un arma costosa. ¿Dónde la obtuvo?
Con ojos entrecerrados, Ruark miró a lo largo del cañón hasta encontrar una mirada de halcón. Shanna contuvo el aliento, porque el rifle apuntaba directamente a la cabeza de Ruark y los dedos flacos acariciaban el disparador como si Ralston deseara que el arma estuviera cargada.
– Debo advertirle, por si no lo sabe -dijo Ruark señalando despreocupadamente el arma- que está cargado.
Ralston sonrió lentamente. -Naturalmente -dijo.
– ¡Señor Ralston! -ladró Orlan Trahern-. Baje esa maldita cosa antes de que se vuele su propia cabeza tonta.
Con la orden de Trahern la sonrisa de Ralston desapareció, y obedeció de mala gana. Ruark tomó el rifle y bajo la mirada fría del otro, pasó un paño suave por la pulida culata y la placa de bronce y borró cuidadosamente las marcas de los dedos. El insulto fue leve pero directo. El hombre flaco giró sobre sus talones, salió de la taberna y cerró violentamente la puerta tras de sí.
El "Camino de los Tres Cortes" era largo, estrecho en algunos lugares, ancho en otros. La campiña siempre variaba. Viajaron entre altos riscos de granito y por senderos sembrados de rocas al borde de acantilados. El camino descendía a profundos valles y pasaba sobre troncos atravesados para cubrir el suelo demasiado blando. A media tarde pasaron frente a una rara plantación y unas pocas granjas pequeñas con cabañas de troncos. A un costado del camino apareció un letrero que proclamaba que una encrucijada lodosa era el camino de postas del Valle del Medio. Allí florecía una pequeña comunidad y más allá había una gran casa con un letrero que la identificaba como posada.
El grupo de cansados viajeros comió en silencio una cena de carne de venado. Se contentaban con estar sentados sobre una superficie que no se movía, a salvo de las sacudidas de los carruajes, y las conversaciones morían casi al empezar.
– Tenemos solamente tres cuartos para que pasen la noche -explicó el posadero-. Los hombres tendrán que acomodarse en dos y las mujeres en el otro.
Gaylord levantó la vista de su plato y señaló a Ruark con su tenedor. -El puede dormir en el establo con los cocheros -dijo-. Así el señor Ralston y yo dispondremos de un cuarto y el hacendado y el señor Pitney podrán dormir en el otro.
Trahern miró ceñudo al caballero y el posadero se encogió de hombros como disculpándose. -No tenemos más habitaciones -dijo- pero hay una vieja cabaña atrás de la casa que nadie usa. Alguien podría dormir allí.
Ruark se ofreció en seguida. Se llevó la copa a los labios. Sus ojos encontraron a los de Shanna. Entonces se levantó, dejó el jarro y se puso su chaqueta.
– Iré a ver los caballos de la señora Beauchamp, señor Trahern. Sugeriría que nos acostemos temprano pues mañana tendremos que viajar un largo trecho y eso será bastante cansado. -Se puso el sombrero. Dio media vuelta y fue hacia la puerta-. Buenas noches -dijo desde allí.
CAPITULO VENTICINCO
Irritada, junto a Hergus que roncaba, Shanna se preguntó qué hora sería. Ningún ruido de movimientos ni voces llegaba desde abajo, de las habitaciones que daban al pasillo, pero ella no tenía forma de cerciorarse de si todos dormían.
– Hergus -susurró, y para su satisfacción no recibió respuesta.
No podía emplear la misma maniobra con su padre o con Pitney. Pero calculó que en media hora más todos estarían dormidos.
Se levantó cautelosamente de la cama y fue hasta la silla donde Hergus había dejado la maleta. Sacó una capa de lana, se envolvió en ella y metió los pies en un par de pantuflas. La lluvia aún golpeaba contra los cristales de la ventana y el viento aullaba lúgubremente en los aleros. Una noche fría, húmeda, pero que vendría de maravillas para sus propósitos.
Shanna salió de la habitación, bajó sigilosamente la escalera, atravesó el salón común de la posada y salió al exterior. ¡Libre! Al correr metió los pies en charcos de agua pero su corazón levantó vuelo.
La cabaña era una silueta oscura debajo de árboles enormes, a cierta distancia de la posada. Tímidamente, Shanna llamó a la rústica puerta, que se abrió lentamente con un leve crujido – Nadie salió a recibirla y Shanna empujó la puerta hasta abrirla por completo. Ruark no estaba, pero en el hogar crepitaba un fuego acogedor que iluminaba las paredes de troncos y los muebles escasos y toscos. Shanna entró y se volvió para cerrar la puerta, pero ahogó una exclamación cuando una sombra oscura se irguió ante ella. Su temor duró poco, porque debajo del ala del sombrero que goteaba agua, reconoció el rostro amado.
– Esperaba que vinieras -dijo Ruark roncamente. Cerró la puerta con el pie, puso en el fuego un haz de leña que traía, apoyó su rifle junto a la puerta y arrojó su sombrero sobre la mesa.
– Dios mío, te eché mucho de menos -dijo él y la abrazó, sin pensar en sus ropas mojadas. Su boca cayó sobre la de ella como un ave de presa y la besó con voracidad. Shanna se aferró a él como si fuera la única cosa en su mundo que no girara locamente.
– Te amo -susurró ella, y lágrimas de alegría pusieron chispas en sus ojos cuando levantó la vista para mirarlo. El le tomó la cara entre las manos y la miró a los ojos, como para buscar la verdad en sus profundidades. -Oh, Ruark, te amo.
Riendo de felicidad, él la levantó casi hasta sus hombros y la hizo girar hasta que el ruido de sus risas se mezcló en un torbellino vertiginoso. Ruark la llevó más cerca del fuego y la dejó allí, sonriendo. Muy gentilmente, le acarició una mejilla. Shanna se estremeció en sus ropas mojadas, tanto de frío como de una sensación abrumadora de -dicha que crecía dentro de ella.
– caliéntate aquí. Aguarda un momento.
Ruark se apartó un poco y ella lo siguió con la mirada, como si estuviera hambrienta de verlo. El llevaba unas ropas extrañas: calzones de piel de ciervo que ceñían apretadamente los muslos esbeltos y musculosos y una chaqueta de piel de castor donde brillaban gotas de lluvia, que con el fuego se convertían en un millar de diminutos rubíes. El parecía un animal salvaje, un felino cazador, y ella sintió al mismo tiempo orgullo y temor. Pensó en la pregunta que se había formulado su padre y supo que si Ruark huía hacia su libertad ella lo seguiría a cualquier parte.