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Es mi esposa -dijo- aunque usted piense otra cosa. Ahora bien, no soy hombre de empezar una pelea con otro en un lugar como este, pero le advertiré esto: si intenta detenerme e impedir que dedique a Shanna mis atenciones, sería mejor que saque ahora mismo su pistola y termine conmigo. Nada tengo que perder y ella vale cualquier riesgo.

Con eso, Ruark dio media vuelta y fue hasta la ventana para mirar el paisaje barrido por la lluvia y dejó a Pitney con un ceño pensativo. Shanna también observaba a su flamante esposo. Había una actitud serenamente alerta en él, como en un gato o un lobo, con su fuerza lista para explotar pero dócil, por el momento. Ella pensó en una gran pantera negra que había visto en uno de sus viajes. En reposo, los músculos del animal eran largos y gráciles; empero, cuando la bestia se movió, los tendones se flexionaron y tensaron con un ritmo fantástico de vida que resultaba mesmerizante. Ruark era esbelto pero fuerte y se movía con una gracia casi sensual. Había en su andar una seguridad como si planeara cuidadosamente dónde pondría el pie en cada paso que daba. Por el momento parecía relajado y sereno, pero Shanna sintió que él era perfectamente consciente de todo lo que sucedía a su alrededor.

El se volvió nuevamente hacia ella y se le acercó con ese andar seguro y elástico. Shanna no pudo dejar de admirar la hermosa figura de él en las costosas ropas que llevaba. Ella lo había descrito al sastre como un hombre delgado, musculoso, de espaldas anchas y caderas estrechas, fina cintura y vientre plano. Era satisfactorio comprobar que los resultados se acercaban mucho a la perfección. En realidad, los calzones habrían sido indecentes si el sastre los hubiese hecho un poco más ceñidos, porque ajustaban perfectamente.

Shanna se percató súbitamente de dónde se habían detenido sus ojos y levantó rápidamente la vista para encontrar la mirada divertida de Ruark quien no había dejado de observarla ni un solo instante. Se le acercó más y le murmuró al oído en voz tan baja que solamente ella pudo escucharlo:

– ¿Curiosidad de esposa, amor mío?

Shanna enrojeció intensamente y se volvió confundida. El la abrazó por la cintura y ella se sobresaltó ligeramente cuando él le apoyó en la espalda su pecho firme.

La voz profunda de Ruark pareció resonar en todos los rincones de la estancia cuando anunció suavemente:

– Parece que nuestro día de bodas será con agua.

En ese momento los pensamientos de Shanna estaban lejos de la tormenta que se desataba afuera y centrados en la tempestad que rugía en su interior. Un blanco relámpago de duda sacudió su confianza y súbitamente se sintió insegura de su capacidad para poder tratar debidamente a Ruark Beauchamp.

CAPITULO TRES

Los documentos quedaron listos y los testigos pusieron sus marcas pues no sabían escribir, de modo que los guardias pudieron salir a preparar el carruaje. Pitney indicó que era el turno de Ruark y Shanna contuvo el aliento pues había olvidado preguntarle si sabía firmar. No hubiera debido preocuparse. El firmó con mano rápida y segura. A continuación el ministro tendió la pluma a la novia. Shanna puso su nombre primero en el registro y después en una cantidad de documentos para la parroquia, el condado y la corona. Después vino una copia de los votos matrimoniales tal como fueron pronunciados. Cuando acercó la pluma al pergamino, sus ojos cayeron sobre una frase: "A mi esposo amaré, honraré y obedeceré". Acallando los gritos de su conciencia, Shanna puso su nombre al pie del documento y cuando trazaba su elaborada rúbrica final un relámpago iluminó el interior de la iglesia con una luz blanca y fantasmal. Antes de que se apagara, un trueno retumbó rápidamente y terminó con ruido ensordecedor. Los cristales de las ventanas vibraron y las tejas del techo parecieron bailar.

Con los ojos llenos de pavor, Shanna miró el pergamino que acababa de firmar, consciente de la mentira al pie de la cual había puesto su nombre. Se levantó, dejó la pluma a un lado como si le quemara los dedos. Ahora la tormenta rugía todo a su alrededor. Densas cataratas de lluvia golpeaban la iglesia y el viento aullaba como un espíritu de mal agüero en las sombras crecientes del día que moría.

Viendo su quietud, el reverendo Jacobs la llevó aparte.

– Pareces preocupada y alterada, criatura. Quizá esté bien que tengas dudas, pero debo decirte esto. Según se han desarrollado los acontecimientos, me he convencido de que lo que ha sucedido hoy aquí está verdaderamente bendecido y dará un largo y perdurable testimonio de la voluntad de Dios. Mis plegarias te acompañarán, hija mía. Tu esposo, parece un joven bueno y no dudo de que sepa comportarse.

Ruark levantó la mano y animó gentilmente a su esposa a que se llevara la copa a los labios mientras la miraba tiernamente a los ojos.

– Bebe, amor mío, ya tendríamos que ponernos en camino.

Después que bebieron el jerez y dejaron sus copas, la señora Jacobs corrió a buscar sus capas. Ruark tomó la prenda forrada en pieles y la envolvió alrededor de Shanna y se echó la suya descuidadamente sobre los hombros la condujo a ella hacia la puerta, precedido por Pitney. Se despidieron y el ministro expresó sus buenos deseos.

Fuertes ráfagas de viento los envolvieron e hincharon sus capas cuando se abrió la pesada puerta. Gruesas gotas de lluvia les cayeron encima. Pitney corrió a abrir la portezuela del carruaje y bajar la escalerilla plegadiza mientras Ruark esperaba con Shanna al abrigo del portal. Los dos guardias ya estaban encaramados en el asiento del conductor, acurrucados entre los pliegues de sus capotes para protegerse de la lluvia. Pitney llamó por señas a los recién casados, pero cuando ellos salieron al aire libre, una ráfaga de viento cargado de lluvia helada les golpeó en las caras. Shanna ahogó una exclamación, se volvió y se encontró luchando por respirar contra el pecho de Ruark. El la abrazó y la cubrió a medias con su propia capa. En seguida se inclinó, la levantó en sus fuertes brazos y corrió directamente hacia el carruaje. La depositó en el abrigado interior, subió inmediatamente detrás de ella y se sentó a su lado. Pitney plegó rápidamente la escalerilla, subió de un salto y se sentó en el asiento frente a la pareja.

– Hay una posada sobre el camino, no lejos de aquí -dijo con voz áspera- donde podremos cenar.

Ruark miró al hombre con atención.

– ¿Cenar? -preguntó.

– Ajá -dijo Pitney asintiendo con la cabeza, y a la luz mortecina del oscuro crepúsculo sus ojos grises se encontraron con los de Ruark-.A menos que quiera regresar a la cárcel sin nada en la barriga hasta mañana por la mañana.

Ruark miró a Shanna, -quien parecía muy pequeña y silenciosa en su rincón.

El carruaje tomó el camino surcado por torrentes de agua.

Continuamente estallaban relámpagos y los truenos retumbaban entre las colinas. Entre los voluminosos pliegues de su capa, Shanna daba un respingo con cada ensordecedora explosión de sonido. Los rayos zigzagueantes atravesaban el cielo sombrío y sólo Pitney se daba cuenta de la inquietud de ella.

Ruark hizo una pregunta a Pitney: – ¿Regresará a Londres, esta noche?

– Ajá-respondió Pitney, casi en un gruñido.

Ruark pensó un momento en la breve respuesta del hombre antes de preguntar: – ¿Por qué no se queda en la posada? Será un viaje de tres horas, por lo menos, antes de llegar a Londres.

– Un viaje bastante largo, en una noche como esta -dijo Shanna secamente.

Su marido enarcó una ceja ante el tono de ella y miro, los llameantes ojos verdes que taladraban la oscuridad.