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– Esta es la habitación de mi hijo cuando está en casa -explicó la señora Beauchamp, mientras encendía las velas de un candelabro-. Espero que no le importe usarla, puesto que todas las habitaciones para huéspedes estarán ocupadas. Supongo qué falta un toque femenino.

– Es hermosa -murmuró Shanna. Su mirada se encontró con la de Ruark. Enrojeció y cruzó las manos cuando se dio cuenta de que la mujer estaba observándolos-. Mi baúl grande. ¿Lo ha visto, señor Ruark?

– Sí, ahora bajaré a buscarlo.

– Que David le ayude a traerlo, señor Ruark -sugirió Amelia. La puerta se cerró tras él y la mujer se inclinó para abrir la cama.

– Envié a Hergus, su criada, a la cama con una bandeja. Pobre mujer, parece haber sufrido mucho con el viaje.

Sin duda, compartiendo el coche con Gaylord y Ralston, pensó Shanna. En voz alta, dijo:

– Nunca le gustó mucho viajar.

Distraída, Shanna tomó un libro encuadernado en cuero que estaba sobre la mesa de escribir y dirigió a la señora Beauchamp una mirada de interrogación, al ver que en el mismo no había una sola palabra que ella pudiera entender.

– Griego. Es de mi hijo -replicó la mujer, mientras ahuecaba una almohada-. Siempre está leyendo o haciendo algo.

Llamaron suavemente a la puerta. Ruark entró con un hombre mayor, inmaculadamente vestido como sirviente. Entre los dos pusieron el gran baúl de Shanna a los pies de la cama, y se marcharon.

– Te ayudaré con tu vestido, criatura. ¿Quieres que te haga subir una bandeja?

– Oh, no. Sólo descansaré un momento

Shanna volvió la espalda a Amelia y permaneció quieta mientras la mujer le desabrochaba el vestido.

– ¿Quieres que te busque un camisón? -ofreció amablemente la mujer. Shanna negó con la cabeza y Amelia sonrió y fue hasta la puerta-. Entonces me marcharé. Que descanses.

Abrió la puerta y se detuvo para mirar por encima de su hombro a la hermosa joven.

– Creo -dijo- que si un hombre puede ganarse la aprobación de tu padre como aparentemente ha hecho el señor Ruark, entonces es un hombre que sabe manejarse en cualquier situación. Yo no me preocuparía, criatura.

Cuando la mujer se marchó, Shanna se sentó en el borde de la cama donde permaneció un largo momento. No se había percatado de que sus emociones eran tan evidentes. Y si la señora Beauchamp las había percibido, entonces Orlan Trahern podría descubrir muy pronto que su hija estaba enamorada de su siervo.

El sonido de una puerta que se cerró en algún lugar de la casa despertó a Shanna, quien se sentó, sobresaltada. Sólo había tenido intención de dormir unos minutos, pero habían pasado horas y súbitamente sintió hambre. Un pequeño reloj sobre la repisa de 1a chimenea indicaba que eran las ocho y media. Seguramente no la habían esperado para cenar.

Sacó una bata de terciopelo de su baúl y se la puso. Aunque tuviera que ir a los establos para obtener la ayuda de Ruark, debía encontrar algo para comer. Nunca antes había sentido tanta hambre.

"Debe ser a causa del bebé" pensó. Súbitamente sintió impaciencia por acunar a una criatura en sus brazos.

Shanna bajó cuidadosamente la escalera. Todo estaba silencioso en el comedor y el salón. Sólo una débil linterna ardía allí. Pero venían voces desde el fondo de la casa. ¿Sirvientes, quizá?

Siguiendo un corredor, llegó a lo que creyó sería la cocina. Abrió la puerta y la recibió un coro de risas.

– ¡Shanna! -dijo Charlotte a sus espaldas, y Shanna se volvió y vio a la mujer, de pie, con Amelia y Jeremiah. Gabrielle se puso inmediatamente de pie y los hombres dejaron de reír.

– Lo siento -dijo Shanna tímidamente-, no fue mi intención interrumpir. Se dispuso a marcharse pero Amelia la detuvo.

– Espera, criatura, entra -dijo, y se dirigió a su.hija-: Gabrielle, tráele un plato.

– Pero, mamá…

– No importa. Haz lo que digo. Date prisa. ¿No ves que la pobre muchacha está hambrienta?

– No estoy vestida -dijo Shanna-. Será mejor que regrese a mi habitación.

– Tonterías. Hemos guardado un plato caliente para ti. Ven y siéntate.

Llegó un silbido desde atrás de la casa y se abrió la puerta. Ruark entró con un haz de leña en los brazos. Al ver a Shanna se detuvo y miró a los demás.

– Bueno, deja la leña, muchacho -dijo George después de un momento de tenso silencio, y señaló la caja de la leña-. ¿Has dicho que tienes hambre, verdad?

– Sí, señor -respondió Ruark y dejó su carga. Miró a Shanna y agregó-: Es lo menos que puedo hacer para pagarles la cena a estas buenas personas.

– ¡Hum! -exclamó Amelia, y Jeremiah se adelantó, frotándose nerviosamente las manos.

– Señor Ruark -dijo el muchacho- ¿le gustaría salir a cazar en las montañas, mañana? He visto grandes huellas allí. Bien temprano, si le es posible.

– Tendré que preguntar al hacendado -repuso Ruark. Arrojó un par de leños al fuego y miró a Shanna de soslayo.

Muy preocupada por su intromisión, Shanna se sentó en la silla que le ofrecía Charlotte. Gabrielle puso ante ella un plato rebosante y volvió al fogón para sacar otro del horno de ladrillo.

– Señor Ruark, siéntese por favor -dijo la joven. Charlotte sirvió dos grandes copas de leche fría. Ruark se sentó al lado de su esposa. Mientras comían, la conversación fue animándose y pronto Shanna se sintió parte de la familia. Se preguntó si no sería verdad. Quizá Ruark era un pariente, un primo lejano. El capitán Beauchamp lo había negado. ¿O no? Era para pensarlo.

Mucho después de las once, cuando la familia empezó a retirarse a sus habitaciones, Shanna se levantó de la mesa y dio las buenas noches al padre y a Nathanial, quien permanecía de pie cerca del fuego. Ruark empezó a ponerse de pie, pero George le puso una mano en un hombro y lo obligó a que se volviera a sentar.

– Estaba contándome de ese semental -dijo- y hay muchas cosas que quisiera preguntarle. Quédese un momento.

La mirada de Ruark siguió a Shanna; después se cerró la puerta. El camino para Shanna estaba a oscuras, iluminado solamente por una vela que ardía en una mesilla lateral en el comedor, y en el pasillo la única luz venía de la linterna del salón. Allí, en las sombras del vestíbulo, Shanna se detuvo ante los pequeños cristales que componían la ventana; más grande, atraída por el espectáculo de la luna llena. Su pálida luz bañaba las ramas semidesnudas de los gigantescos robles del frente de la casa.

El crujido de la puerta de la cocina interrumpió sus pensamientos. Y Shanna se volvió y vio que Nathanial se acercaba por el pasillo.

– Shanna -dijo él con una sonrisa-. Creo que ahora debería estar acostada.

Miró por la ventana, por encima de la cabeza de ella, el hermoso panorama.

– Usted ve con ojos de artista -comentó.

Shanna rió por lo bajo. -Sí, y me hubiera gustado serlo.

– ¿Le gustaría que conversemos un poco? -invitó él.

Shanna se apoyó en el marco de la ventana para contemplar la noche ventosa.

– ¿Acerca de qué, señor?

La respuesta llegó lentamente. -Cualquier cosa. -Se encogió de hombros-. Cualquier cosa que a usted le plazca.