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– ¿Y qué cree usted que me complacería?

– El señor Ruark -dijo él suavemente.

Ella buscó en el rostro de él alguna señal de descontento y desprecio, pero sólo encontró una sonrisa amable.

– No puedo negarlo -susurró ella, miró por la ventana e hizo girar con los dedos la sortija de oro que llevaba-.

Usted nos ha visto antes. Tal vez usted no lo apruebe, pero yo lo amo… y llevo un hijo de él en mis entrañas.

– ¿Entonces por qué esta farsa, Shanna? -Su, voz sonó amable y grave-. ¿Sería tan penosa la verdad?

– Estamos atrapados en ella -suspiró ella-. El no puede reclamarme por otras razones y yo aún tengo que encontrar la forma de calmar la cólera de mi padre. -Sacudió la cabeza y se miró las manos. _No puedo pedirle que me prometa guardar silencio porque eso sería hacerlo partícipe de mi engaño. Sólo puedo contar con su discreción. Pronto todo se sabrá.

Siguió una larga pausa hasta que Nathanial habló nuevamente.

– Puede contar con mi discreción, Shanna, pero le diré algo. – Aspiró profundamente-. Creo que ustedes dos no confían en nosotros para nada. ¿Acaso ve en su padre un ogro cruel? ¿La castigaría él por su amor? ¿Está rodeada de enemigos, o de amigos y aliados dispuestos a ayudarla? Y me atrevo a decir que su padre saldría en defensa suya si usted confesara su amor. Orlan Trahern me impresiona como un hombre, muy razonable.

Nathanial dio varios pasos, en dirección a la escalera y se volvió.

– Sí, creo que ustedes dos no confían en nosotros. Pero, como he dicho, aguardaré su revelación, cuando usted la considere conveniente.

Le tendió una mano.

– Vamos, Shanna, permítame acompañarla a su habitación. Es tarde. El rió suavemente y Shanna sintió que ese buen humor se le contagiaba.

– Me pregunto cuánto tiempo podrán guardar ustedes sus secretos. -dijo el-

CAPITULO VEINTISÉIS

La pálida luz del sol se filtraba a través de las cortinas y alegraba la habitación con su brillo matinal. Semi despierta, Shanna se estiró con deleite en la amplia cama y abrió perezosamente los ojos. Una mancha de color a su lado, sobre la almohada, le llamó la atención. Levantó la cabeza y vio una rosa roja. Tomó la flor y aspiró su fragancia. Las espinas habían sido cuidadosamente cortadas del largo tallo.

– Oh, Ruark -suspiró sonriendo.

Las huellas sobre la almohada, a su lado, le indicaron que él había estado allí durante la noche. Con una carcajada de alegría, Shanna estrechó la almohada contra su pecho. Pero la arrojó cuando sintió que llamaban a la puerta. Entró Hergus.

– Buenos días, señorita -saludó alegremente la criada-. ¿Ha dormido bien?

Shanna saltó de la cama y se estiró como una gata feliz. -Sí, muy bien. Pero tengo hambre.

Hergus la miró con recelo. -Eso, señorita, es una terrible señal.

Shanna se encogió de hombros con aire de inocencia. – ¿Qué quieres decir?

Hergus empezó a sacar vestidos del baúl.

– Creo que usted 1o sabe -dijo-. Y la forma en que trata de impedir que yo la vea desnuda. Creo que debería decirle al señor Ruark que va a ser padre.

– Ya 1o sabe -replicó Shanna quedamente y enfrentó la mirada atónita de la mujer-. Has acertado. Voy a tener un hijo de él.

– Ooohhhh, Nooo -gimió la sirvienta-. ¿Qué va a hacer-

– Lo único que se puede hacer. Decírselo a mi padre. -La idea hizo estremecer a Shanna-. Espero que no se enfurezca demasiado.

– Ja. -gruñó Hergus-. Puede apostar que el señor Ruark será castrado, como es justo.

Shanna se volvió y miró a la mujer con ojos llenos de cólera.

– No me digas lo que es o no es justo. Lo que es justo es que yo, amando a Ruark, tenga un hijo de él. Golpeó el suelo con el pie para acentuar sus palabras-. ¡No toleraré que nadie hable en contra de mi Ruark!

Hergus supo que había llegado a los límites de la paciencia de Shanna y cuidadosamente cambió de tema. Mientras ayudaba a vestirse a su ama, le pareció apropiado conversar.

– Los hombres han tomado el desayuno y se han marchado, todos excepto sir Gaylord. El parece muy atraído por la señorita Gabrielle.

Shanna hizo una mueca de desprecio. -El codicioso petimetre. Aún anda buscando una esposa rica. Tengo que advertir a Gabrielle.

– No será necesario -Hergus rió tapándose la boca con una mano. -Ella lo rechazó terminantemente. Le dijo que no toleraría que él le pusiera las manos encima y que en el futuro tenga cuidado con dónde las pone.

– Entonces supongo. que nuevamente vendrá en pos de mí -dijo Shanna, suspirando desalentada-. Quizá podamos encontrarle alguna viuda vieja y severa para que lo mantenga en línea.

Hergus se encogió de hombros. -No parecen gustarle las viejas. Pero tiene buen ojo para las muchachas bonitas. Vaya, si cuando pasábamos por Richmond casi se quebró el cuello cuando se asomó por la ventanilla para mirar a una joven que cruzaba el camino. -Rió y levantó la nariz-. Yo no lo aceptaría.

– Me pregunto si ha convencido a los Beauchamps de que inviertan dinero en su astillero. Ellos podrían acceder sólo para librarse de él.

– No es probable -dijo Hergus, con una risita-. Esta mañana oí al caballero que hablaba en el pasillo con el capitán Beauchamp. El capitán no parecía interesado en la idea.

Bien -sonrió Shanna-. Entonces, quizá él se marche pronto.

Cuando Shanna bajaba las escaleras, Amelia la llamó desde el salón.

– Ven, Shanna. Haré que te traigan una bandeja y una tetera. Charlotte y Gabrielle tocaron una alegre melodía en el clavicordio y después se sentaron en los sillones al lado del sofá donde se había sentado Shanna.

– Los hombres se marcharon esta mañana temprano para mostrarle la propiedad a tu padre. Ahora todo está muy silencioso -dijo Amelia riendo-. Creo que podría oír caer una pluma.

Un fuerte ruido pareció subrayar sus palabras, y las damas se volvieron para mirar el origen. Una criada estaba en la puerta del salón, mirando horrorizada la bandeja caída a sus pies. A su lado, Gaylord se sacudía su chaqueta de satén y su corbatín de encaje.

– ¡Tonta! Pon más cuidado la próxima vez -estalló él, Corriendo de ese modo, hubieras podido arruinar mi chaqueta.

La muchacha miró a la señora Beauchamp y se retorció las manos, muy apenada, mientras los ojos se le llenaban de lágrimas.

– No te aflijas, Rachel -dijo Amelia amablemente, y fue a ayudar a la criada a recoger los trozos de la tetera y el plato de porcelana. Después, la señora de la casa se volvió con una lentitud majestuosa que hablaba de su autoridad..

– Sir Gaylord -dijo-,-, mientras se encuentre en esta casa, debe recordar no hacer críticas y desprecios a los menos afortunados. Yo no lo toleraré. Rachel fue maltratada antes de trabajar para nosotros. No lleva mucho tiempo aquí, pero es una buena muchacha y yo aprecio mucho sus servicios. No querría que se marchara porque un huésped se muestre innecesariamente duro con ella.

– Señora -dijo Gaylord, atónito- ¿está corrigiendo mis modales? Señora, yo vengo de una de las mejores familias de Inglaterra y sé como tratar a la gente inferior. -La miró con altanería-. El magistrado, lord Gaylord, usted debe haber oído hablar de él. Es mi padre.

– ¿De veras? -dijo Amelia, con una sonrisa de tolerancia-. ¿Entonces usted quizá conoce, al marqués, el hermano de mi marido?