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Un amplio valle extendiese ante ella, fértil y rico como una piedra preciosa. En el centro del valle, una cadena de pequeñas lagunas brillaban azules debajo del cielo luminoso, alimentadas por una cascada que se derramaba desde un risco en medio de centelleantes arcos iris. Más allá de las lagunas, bajo las ramas de un grupo de pinos, se levantaba una pequeña cabaña de simple y tosca construcción, y de su chimenea salía una delgada columna de humo que se enroscaba en el aire.

Shanna vio huellas de varios caballos y espoleó a Jezebel. Pasó entre un grupo de sauces, cruzó el pequeño y límpido arroyo y llegó al terreno que rodeaba la cabaña. La puerta estaba entreabierta y había un hacha sobre una pila de leños recién cortados. Más allá de la cabina, Un cerco rodeaba un prado donde pastaba una tropilla de caballos que rivalizaban en gracia y belleza con el que ella montaba.

Inquieta, Jezebel golpeó con sus cascos la hierba que crecía abundante y Shanna tiró con firmeza de las riendas, mientras contemplaba la belleza del pacífico valle. Sintió un leve ruido a sus espaldas, se volvió y vio a Ruark que apoyaba su largo rifle en un tocón. Sonriendo, él se acercó y la ayudó la apearse.

– ¿Cómo sabías donde me encontrarías?

Ella le sonrió.

– Gabrielle me lo dijo.

– Me alegro -dijo él. Se inclinó y la besó en la boca. Shanna suspiró, feliz, y se dejó abrazar por esos brazos fuertes. Pero entonces recordó lo que la había llevado hasta allí.

– El magistrado lord Harry está en Williamsburg -murmuró, y se apartó un poco para mirarlo a los ojos.

– Ese bastardo -gruñó Ruark.

– ¿Qué haremos? -preguntó Shanna en tono de preocupación. Ruark le acarició la mejilla.

– No temas, amor mío. Nos salvaremos de eso.

La besó nuevamente, retrocedió un paso y emitió un grito suave arrulante. Un movimiento en los arbustos detrás de la cabaña llamó la atención de Shanna, y en seguida apareció Jeremiah. El también llevaba un largo mosquete y vestía como Ruark, con suaves calzones de piel de ciervo, chaleco y camisa de lino.

– Señor Ruark -dijo Jeremiah, con voz extrañamente cargada de risa-. Creo que será mejor que yo vaya a arreglar esa rotura del cerco antes, de que las yeguas lo encuentren. Me tomará un tiempo.

Con eso, levantó el hacha y se alejó casi al trote. Shanna hubiera jurado que oyó una risita.

Ruark lo miró alejarse.

– Muchacho listo. Siempre dispuesto a hacer más de lo que le corresponde.

Shanna arrugó la frente y sintió como si entre ellos hubiera sucedido algo que a ella se le escapaba completamente. ¿Pero qué importaba mientras ella y Ruark pudieran estar a solas?

El tomó la cola del vestido de ella y levantó el borde de la hierba húmeda.

– Necesitarás un par de calzones si piensas vagabundear por aquí. Déjame que suelte a Jezebel. Después te enseñaré el lugar.

Shanna se levantó la falda y lo siguió. En el corral, Ruark sacó la brida a la yegua. El animal lo siguió como un perro entrenado mientras él la llevaba hasta la puerta y la dejaba pasar.

Feliz, Shanna corrió hacia la sombra que proyectaba un alto pino. Bailó y pateó sobre la espesa alfombra de agujas de pino. Después se volvió junto a Ruark y se le arrojó en los brazos, como una jovencita recién enamorada.

– ¿Quieres ver la cabaña? -preguntó él roncamente, besándola en la boca. Shanna asintió con vehemencia y se dejó conducir. Frente a la cabaña, Ruark la levantó en brazos y traspuso con ella la puerta. Adentro la cabaña era sencilla, débilmente iluminada por el fuego que ardía en el hogar. Ruark dejó a Shanna en el suelo, tomó un leño encendido del hogar y encendió su pipa. Intrigada por la sólida comodidad del interior, Shanna pasó la mano por la superficie de una rústica mesa y miró una gran olla de hierro que colgaba al lado del fuego. Saltó retozona sobre la cama, tocó la rica manta de pieles y se volvió.

– Oh, Ruark ¿no sería maravilloso si pudiéramos tener algo como esto? -exclamó entusiasmada.

El la miró a través de las volutas de humo que se elevaban de su pipa.

– Vamos, Shanna, ¿de veras estarías satisfecha aquí?

– ¿Acaso lo dudas? Soy fuerte, señor Beauchamp, y muy capaz de enfrentar cualquier desafío. Aprenderé a cocinar. Quizá no tan bien como las cocineras de papá, pero no me gustan los maridos gordos. -Se tocó el vientre y preguntó-: ¿Me amarás cuando mi barriga esté hinchada por la criatura?

– Oh, Shanna -dijo Ruark y la abrazó-. Te amaré hasta el día de mi muerte.

Ella se apretó contra él y respondió a sus besos.

– ¿Cuánto tiempo tardará Jeremiah en regresar?

– Sólo vendrá cuando yo lo llame -dijo Ruark, y fue a cerrar la puerta.

Las ramas desnudas del roble rozaban de tanto en tanto la ventana de la habitación de Shanna, quien estaba mirando la noche estrellada. Su tarde pasada con Ruark en la cabaña la había convencido del hecho de que quería vivir con él, cualesquiera que fueran las dificultades o las alegrías que se presentaran. Ya estaba decidida, pero se sentía muy sola. Era como si se encontrara sola en el mundo y todo el peso de su locura descansara sobre sus hombros. Lo que pensaba hacer podía dejada sin nadie, sin Ruark, sin su padre. ¿Realmente los Beauchamps la aceptarían pese a su vergüenza, como había dicho Nathanial?

Shanna apoyó una mano en su vientre y sintió la vida que florecía en ella. Súbitamente supo que nunca estaría sola.

Orlan Trahern estaba sentado en el sillón de cuero de la habitación de huéspedes y estudiaba varios mapas y papeles. La producción de esta tierra era lo bastante rica para hacer estremecer a su corazón de comerciante. En realidad, había empezado a ver las ventajas de adquirir una propiedad aquí para él, quizá sobre el río James, donde su f1ota de barcos podría llegar.

Un ligero golpe en la puerta interrumpió sus cavilaciones y la voz de Shanna dijo, suavemente:

– Papá, ¿estás despierto?

El dejó los papeles sobre el escritorio y dijo:

– Entra, Shanna, entra.

La puerta se abrió y Shanna entró y cerró. Se le acercó, lo besó en la frente y vio que él sonreía.

– ¿Sucede algo malo, papá?

– No, criatura. Sólo estaba recordando. -La miró con ternura. Se la veía pequeña entre los amplios pliegues de su bata de terciopelo-. Parecías asustada, como cuando eras pequeña y había tormenta. Llamabas a nuestra puerta y te refugiabas entre tu madre y yo.

Shanna se estremeció interiormente y buscó una silla para calmar su temblor.

– Papá, yo… -dijo en voz baja, casi trémula. Aspiró profundamente y soltó todo rápidamente-. Papá, estoy encinta y el padre es John Ruark.

Siguió un momento de profundo silencio y Shanna no pudo levantar los ojos para mirar la cara de su padre.

– ¡Buen Dios, mujer!

Shanna saltó cuando oyó la exclamación de él. OrIan se levantó de su silla y en un paso estuvo ante ella. Shanna se preparó para lo peor, pero la voz de él sonó más baja, aunque resonó ronca y fuerte en la habitación silenciosa.