– Parece que has recobrado tu coraje ahora que estás lejos del buen reverendo Jacobs -dijo en tono ligeramente burlón.
Shanna respondió como hacía rato que deseaba hacerlo:
– Canalla descarado, cuide, su lengua o lanzaré a Pitney sobre usted. Pitney bajó su sombrero sobre su, ancha frente y apoyó la cabeza en el respaldo, de su asiento como si fuera a dormirse. Parecía que su joven ama nuevamente sería capaz de defenderse sola.
Ruark observó a su hosco compañero y después dirigió nuevamente toda su atención a Shanna, quien casi retrocedió cuando él estiró una mano hacia ella.
El le tomó una mano que estaba crispada sobre el regazo y la aterró con fuerza. Sonrió despreocupadamente y trató de llevársela a 'los labios mientras Shanna se agitaba nerviosamente, en su asiento y dirigía rápidas miradas a su protector para ver si realmente dormía.
– Eres realmente una flor, Shanna -:-dijo Ruark y sus ojos se posaron fugazmente en Pitney -pero hieres, me hieres dolorosamente. Ciertamente, Shanna, eres una rosa, una belleza del bosque de suave y dulce textura, tentadora, implorando que te tomen, pero si una mano descuidada trata de hacerlo, sólo encontrará una cantidad de agudas espinas. -Rió suavemente y ello aumentó la inquietud de Shanna. Aplicó sus labios en un punto sobre la delicada muñeca de ella-. Pero además hay alguien que visita el jardín y no recibe las punzadas de las espinas. Con mano cuidadosa, toma el capullo y gentilmente quiebra el tallo donde crece. Entonces la rosa es para siempre suya.
Shanna retiró violentamente la mano.
– Compórtese, señor -dijo secamente-. No diga tonterías.
Shanna se afirmó resueltamente en su rincón y él levantó la cabeza y la estudió. Ella no sabía exactamente qué podría hacer ese asesino convicto. Lo que no podía soportar era esa sonrisa lenta, burlona que exhibía constantemente, como si ella sólo sirviera para divertido. ¿Dónde estaba la cólera de este hombre? Si él levantaba una mano para golpearla Pitney estaba allí para impedirlo. Entonces no había necesidad de fingir ni siquiera un poco de tolerancia hacia él ni de soportar su presencia en el coche. Tendrían que encadenarlo y obligarlo a viajar arriba, con los guardias.
Una violenta sacudida del carruaje envió a Ruark casi encima de ella y Shanna retrocedió súbitamente asustada y levantó un brazo como para protegerse del ataque de él. Ruark rió divertido cerca de' su oído, lo' cual hizo que ella recuperara el coraje en un relámpago de orgullo herido, y él le apoyó una mano en el muslo. Shanna se estremeció de furia. Fingiendo torpeza, pensó ella, los largos dedos de él, intencionadamente o no, la tocaron a través del vestido donde ningún hombre se había atrevido a tocada.
¡No me toque! -dijo ella, casi sofocada por la cólera, y lo empujó con todas sus fuerzas-. Vaya a acariciara sus remeras en la cárcel.
Pitney los miró debajo de su tricornio y Shanna se acomodo nerviosamente la falda.
– ¿Y dónde está esa posada? -preguntó ella con impaciencia-. ¿Cree que llegaremos antes de que muera de tantas sacudidas?
– Cálmese, muchacha -dijo Pitney con una.risita-. Pronto llegaremos. Aunque duró apenas unos minutos más, el resto del viaje hasta la posada fue intolerablemente larga para Shanna. Aun con la, mirada cautelosa pero tranquila de Pitney sobre ellos, la proximidad, ciertamente la mera presencia de su esposo colonial le resultaba sofocante y la hacía dolorosamente consciente de la artimaña que había perpetrado.
Por fin el carruaje se detuvo frente a la posada. Un letrero debajo del portal se sacudía violentamente en el viento y los árboles se inclinaban casi hasta tocar el suelo, como si sus ramas desnudas buscaran en la tierra empapada un refugio contra la tempestad. Los guardias expuestos a toda la fuerza de la lluvia y el viento durante el viaje, no se demoraron atendiendo a los pasajeros y corrieron a protegerse, dejando a Pitney a cargo de la tarea.
Ruark se apeó, apretó su capa alrededor de su cuello, bajó el tricornio sobre su frente y cuando Shanna se asomó a la portezuela se volvió y la tomó en brazos, aunque ella protestó con indignación por este ultraje.
– El la cargó y la llevó sin hacer caso de sus protestas. Shanna.apretó los dientes disgustada y odió el atrevimiento de él y el estrecho contacto contra ese pecho duro y musculoso.
Como siempre, Pitney los siguió muy de cerca y cuando llegaron al portal cubierto, la gran masa de su cuerpo los protegió de la violencia de la tormenta. Una linterna de sebo colgada junto a la puerta, y a su luz vacilante pudo verse la cara de Shanna hermosamente encendida por el resentimiento.
– ¡Jamás había sido tan insultada en mi vida! -dijo casi ahogada con la furia-. ¡Déjeme!
Obedientemente, Ruark sacó el brazo que la sostenía por debajo de las rodillas y dejó que los pies de ella se deslizaran hasta el escalón; pero su otro brazo siguió sosteniéndola contra su pecho. Shanna lo empujó indignada para apartado. Atónita, se percató de que el encaje del corpiño de su vestido se había enganchado en un botón del chaleco de él.
– ¡Oh, mire lo que ha hecho! -gimió.
Le era imposible retroceder ni un solo paso. El tenía los pies ligeramente separados y ella estaba como atada a él, obligada a permanecer de pie en el espacio entre las piernas de él, o apartarse y desgarrar el corpiño de su vestido. Sintió los muslos duros y nones de él contra los suyos y la situación le resultó sumamente comprometedora y humillante. El brazo de Ruark rodeándola flojamente, su cabeza cerca de la de ella y su tibio aliento acariciándole la mejilla no facilitaban los intentos de Shanna por recuperar su compostura. Pitney, incómodo, se ¡aclaró la garganta pero siguió mudo. Los dedos de Shanna temblaban.
y aunque ella trató de desenredar el encaje enganchado en el botón se encontraba en tal estado que sólo consiguió enredarlo más. Furiosa, emitió un gemido de frustración ella.
– A ver, déjame a mí -dijo Ruark riendo y apartó las manos de Shanna se sintió sofocada y sus mejillas ardieron cuando los nudillos de Ruark se apretaron contra sus pechos y rozaron, por casualidad, los pezones mientras él trataba de desenredar el encaje. Sentíase sofocada por la proximidad de él y no podía respirar con esas manos en su pecho. Finalmente no pudo tolerar más ese manoseo.
– ¡Oh, basta ya, tonto chapucero! -gritó y perdiendo la paciencia lo empujó con fuerza.
Ruark retrocedió casi tropezando y su movimiento fue acompañado por el ruido de la tela al desgarrarse y una exclamación ahogada de Shanna. El encaje y su forro de seda habían cedido a la tensión. Un trozo pequeño de encaje quedó firmemente adherido al chaleco de Ruark. muda de horror, Shanna bajó la vista y vio que ahora sus pechos estaban apenas cubiertos por la delicada camisa de batista. Sus pechos redondos presionaban retozones con la delgada tela y los pezones suaves y rosados parecían ansiosos de reventar la camisa. Con la luz de la vela de sebo bañando la piel satinada, era un espectáculo excitante para Ruark, cuya forzada castidad de las últimas semanas habíale ofrecido muy poco alivio, fuera de las visiones conjuradas por su imaginación, dentro de las cuatro paredes desnudas de la celda de una prisión.
Ruark sintió que la boca se le secaba de repente y la respiración se le atascaba en la garganta con un doloroso nudo. Como un hombre famélico, miró las llenas, maduras delicias que tenía delante y casi no pudo resistir un impulso de tomar esos pechos en sus manos.
– ¡Usted, colonial idiota! -exclamó Shanna.
Al oír el grito Pitney se acercó preocupado, ignorante del motivo del disgusto de su ama.