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– Creo que no hará falta gastar dinero en esto. -Tendió un documento de aspecto oficial, lleno de sellos-. Esto es para ser entregado al más próximo oficial de la corona, señor. ¿Quiere aceptarlo?

El mayor tomó la carta con renuencia. Empezó a leer, moviendo silenciosamente los labios. Miró a Ruark, dejó su copa y siguió leyendo. Empezó a hacerlo en voz alta.

"…Por lo tanto, vistas las nuevas evidencias y accediendo a una petición del marqués de Beauchamp, todas las actuaciones en el caso de Ruark Deverell Beauchamp quedan suspendidas hasta que nuevas investigaciones hayan aclarado los hechos en este asunto."

El mayor Carter dejó de leer y se dirigió a todos los presentes:

– lleva los sellos del marqués y del tribunal de pares. -Miró a Ruark y a Shanna y les sonrió con evidente alivio-. Parece que está usted libre, señor Beauchamp.

Shanna dio un grito de alegría y echó los brazos al cuello de Ruark. Se oyeron suspiros de alivio en toda la habitación.

– ¿Quiere decir -interrumpió Ralston con voz estridente, y todos se volvieron para mirarlo- que un asesino fugitivo puede ser dejado en libertad por un -se adelantó y aferró un ángulo del documento antes que el mayor pudiera ponerlo fuera de su alcance- por un pedazo de papel? ¡Esto es una injusticia! ¡Una grosera equivocación!

El mayor se irguió en toda 'su altura.

– Esta carta lo explica todo, señor. La mujer tenía marido y además recibía a otros hombres. Antes hubo quejas de hombres que fueron robados. Ellos dijeron que después de visitarla, ninguno pudo recordar nada, excepto que despertaron a una buena distancia de la posada. Además, varios caballeros de Escocia reconocieron la llegada del señor Beauchamp desde las colonias. El no hubiera podido ser el padre de la criatura y ahora se sospecha que el marido la mató por celos.

– ¿Una buena muchacha inglesa fue brutalmente asesinada, estando encinta, y ahora su atacante queda en libertad? -Ralston parecía no haber entendido lo que no se ajustaba a sus deseos.

– ¡Señor Ralston! -rugió Trahern.

El mayor Carter apoyó una mano en el pomo de su espada. – ¿Desafía.usted una orden del tribunal de pares, señor?

La desaprobación de estos dos hombres de autoridad fue suficiente para calmar al agitado Ralston. Sin embargo, fue la llama de ira en los ojos de Shanna, quien se adelantó hacia él, lo que lo hizo retroceder.

El hombre sólo pudo tartamudear.

– Yo solo… ¡No! ¡Claro que no! -Tragó con dificultad y su nuez de Adán se agitó convulsivamente.

– Vuelva a pronunciar el nombré de mi marido -dijo Shanna- y le arrancaré los labios de su cara. -Aunque la voz fue apenas un susurro, Ralston entendió como si le hubieran gritado. Asintió ansiosamente.

– ¡Si! ¡Si! Quiero decir… ¡nunca! ¡Jamás!

Ralston permaneció inmóvil hasta que ella se alejó.

Cuidadosamente sacó su bota del hogar y limpió las cenizas de la suela de su bota. Siguió a Shanna con la mirada hasta que ella estuvo nuevamente tomada del brazo de su marido. El agente empezaba a recobrar su compostura pero volvió a perderla cuando Pitney lo tocó en un brazo.

– Señor Ralston, he encontrado esto. Creo que es suyo. -El hombre tendió la fusta que antes había mostrado a Ruark y observó atentamente al otro.

– ¡Oh, sí! ¡Gracias! – Ralston se mostró aliviado y aceptó la fusta-. Sí, es mía. Es difícil cabalgar con solamente una vara de sauce para azuzar al caballo. -Se interrumpió, hizo una mueca desagradable y observó más atentamente el objeto que tenían en la mano-. ¿Qué es esto?

– Sangre -gruñó Pitney-. Y pelo. Pelo de Attila. Fue usada para golpear al animal hasta que relinchó y atrajo a Ruark a los establos. Pero, por supuesto, usted nada sabe de eso. Estuvo ausente toda la noche. ¿Cuál dijo que era el apellido, de su amigo?

– Blakely. Jules Blakely -respondió Ralston, con aire ausente.

– Blakely. Lo conozco -dijo George desde el otro extremo de la habitación-. Tiene una cabaña cerca de Mill Place. Lo oí hablar de un pariente en Inglaterra, pero era, déjeme pensar… era el hermano de su esposa.

Ralston no quiso mirar a nadie de frente y bajó la vista al suelo. Su voz sonó ronca, casi un susurro cuando por fin habló.

– Mi hermana… cuando yo era apenas un muchachito, fui falsamente acusado de robo y vendido en servidumbre. Ella… se casó con el hombre, un colonial. -La vergüenza de esta última información casi fue más de lo que el hombre podía soportar.

El mayor Carter, quien había permanecido de pie junto a Trahern escuchando todo lo que se decía, sacó del gran bolsillo de su chaqueta un grueso manual. Lo hojeó rápidamente, se detuvo a leer una página, pareció reflexionar profundamente y después empezó a hablar.

– He sido oficial de línea la mayor parte de mi carrera, excepto esa temporada en Londres. -Sonrió levemente e inclinó la cabeza hacia Ruark-. Y por lo tanto, estoy bien entrenado en las artes de batalla. Claro que ser un oficial de la corona en época de paz es algo muy diferente. Sin embargo, los mejores jueces de los tribunales han redactado un manual que puede reemplazar a la experiencia y que es de carácter orientador y no obligatorio. -Levantó el libro y lo mostró a todos-. Deja la libertad. de elegir entre seguirlo al pie de la letra o arriesgarse a una corte marcial. El mismo dice, aquí, que cuando un oficial encuentra en el campo civil un asunto que parece desusadamente confuso y/o sospechoso, debe imponer su autoridad para investigar y averiguar los hechos. -Golpeó la página con el dedo-. Y aunque pueda parecer presuntuoso, no podría encontrar mejores palabras para describir esta situación.

Se volvió y miró a Pitney a los ojos.

– Este asunto del establo. ¿Usted quiso decir que el incendio fue deliberado?

– No hay ninguna duda -intervino enfáticamente Nathanial-. La entrada estaba asegurada con un tronco y mi hermano había sido golpeado en la cabeza.

A instancias del mayor, fue relatada toda la historia. Al final el oficial levantó las manos, completamente desconcertado.

– Caballeros, por favor. Estoy tratando de entender esto y me resulta sumamente confuso. Quizá será mejor que empecemos desde el principio. -Se volvió lentamente y miró a Ruark-. Señor Ruark Beauchamp, no entiendo cómo fue que su nombre apareció entre la lista de condenados a la horca y ahora usted se encuentra aquí, aparentemente sano y salvo. ¿Cómo puede ser?

Ruark abrió los brazos.

– yo solo sé que fui sacado de mi celda, puesto con otros hombres y después llevado a bordo de un barco que zarpó hacia Los Camellos.

– Señaló a Ralston por encima el hombro del mayor-. Quizá el señor Ralston pueda explicarlo mejor. Fue él quien lo arregló todo.

– ¡Qué! – Trahern se irguió en su sillón y se volvió para mirar a Ralston-. ¿Usted lo compró en Newgate?

– Comprar no es exactamente la palabra, papá -dijo Shanna-. El carcelero, señor Hicks, tiene mucha inclinación hacia las monedas relucientes, como todos podemos atestiguar. -Miró fijamente a Ralston-. ¿Cuánto le cobró el señor Hicks? ¿Cien, doscientas libras?

Ralston tartamudeo y no pudo mirar al mayor a los ojos. Después miró a Shanna y pareció darse cuenta de algo.

– Usted me ha amenazado y acusado en varias ocasiones, señora, ¿pero cómo fue que se casó con un tal Ruark Beauchamp cuando el mismo hombre estaba alojado en una celda de Newgate?