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Trahern se volvió lentamente Y miró a Shanna.

– Hum -dijo-, será muy interesante escuchar eso, criatura.

Shanna miró atentamente el broche que llevaba, alisó delicadamente la alfombra con el pie, sonrió tímidamente a Ruark, aspiró profundamente y miró a su padre a los ojos.

– yo fui allí en busca de un apellido, para dejarte conforme y cumplir con tus deseos. Encontré uno que no podía ser cuestionado y cuyo dueño, pensé, no sería para mí una carga por mucho tiempo. Los dos hicimos un pacto. -Sonrió por encima de su hombro y tendió una mano a Ruark. El la tomó, se le acercó y le rodeó la cintura con un brazo. Ella se dirigió nuevamente a su padre-. La mentira resultó muy amarga para mí, porque cuando descubrí que no era viuda, no pude admitirlo

– Se apoyó cómodamente en Ruark-. Siento haberte engañado, papá, pero si pudiera estar segura de que final sería el mismo, volvería a hacerlo nuevamente.

Trahern rió regocijado y la miró.

– Estaba preguntándome cuánto tiempo habrías aceptado el ultimátum. Por un tiempo tuve la seguridad de que te habías rendido, pero ahora veo que tienes más sangre Trahern de la que pensaba.

Shanna miró vacilante al mayor.

– Otro hombre fue sepultado en el ataúd que yo creí que era el de Ruark. Quizá un cadáver sin nombre destinado al cementerio de pobres.. Más allá de eso, yo nada sé.

Pitney se adelantó y tomó la palabra.

– yo recibí el ataúd, que me entregó el señor Hicks en Newgate. Era el de un anciano, flaco, macilento, muerto de hambre o de enfermedad, no sabría decirlo. Quienquiera que haya sido, yace debajo de una bella lápida con un buen apellido grabado en ella. Poco más hay que contar, sólo que yo encontré a un hombre que dice ser el marido de la muchacha asesinada, en Londres. -Cuando el mayor abrió la boca para hablar, Pitney levantó una mano-. Sé que el hombre está considerado un sospechoso. En este momento se encuentra en Richmond. En Londres el hombre estaba bebido y entonces solamente me dijo que Ruark no podía haber cometido el crimen.

Pitney vio -la mirada acusadora de Shanna y se apresuró a añadir: -Cuando descubrí que Ruark había escapado al verdugo, no vi motivos para seguir revolviendo el asunto. Pero en Richmond el marido de la muchacha dijo que pronto podría demostrar que Ruark era inocente, de modo que le dejé que hiciera lo que planeaba. Pudo ser una treta para salvarse él -Pitney se encogió de hombros- pero yo confié en el hombre.

– Hubo una muchacha asesinada en nuestra isla -dijo Trahern- y ella dibujó una "R" en la arena. Pitney posó su mirada en Ralston y la dejó allí hasta que el hombre empezó a temblar.

– ¿Usted me acusa? -ladró Ralston-. Yo detestaba a esa mujerzuela pero no tenía motivos para matarla. Ella era nada para mí.

Shanna lo miró ceñuda.

– Milly estaba encinta y usted le daba dinero. Ruark y yo lo vimos en el hall de la mansión.

– Ella iba a traerme pescado, eso era todo.

– ¿Por qué seguía a Ruark en la isla? -preguntó Pitney-. En varias ocasiones lo vi haciéndolo.

El hombre apretó la mandíbula con furia.

– A usted le gustaría acusarme de intentar asesinarlo ¿verdad? Usted y ella -señaló a Shanna- conspiraron en Londres a mis espaldas para arreglar el casamiento. Bueno, yo no sabía que ella estaba casada cuando los vi juntos cerca del trapiche. El señor Ruark se mostró muy atrevido con sus manos y comprendí que algo había entre ellos. Como responsable de que él se encontrara en la isla, yo sabía que si a él lo acusaban de propasarse con la hija del hacendado, surgirían preguntas y yo tendría que responder a más de una. Sólo me enteré de que estaban casados en el viaje hacia aquí, y no bien desembarcamos envié una carta a las autoridades. Yo tenía entendido que el señor Ruark era un asesino ¿no comprenden? El señor Hicks así lo informó.

Shanna y Ruark intercambiaron miradas que comunicaron el hecho de que ambos habían captado la importancia de lo que Ralston acababa de decir. Además de Pitney, solamente Milly había estado enterada del casamiento.

– Señor Ralston -carraspeó Pitney-. Usted es un hombre sorprendentemente inocente.

– ¡Mayor! -Ralston llamó la atención al oficial-. Soy ciudadano inglés y merezco la protección de la ley. -Se quitó el guante de la mano derecha y arrojó los dos sobre la mesa-. Si alguien va acusarme, que lo haga ante un tribunal. Entonces responderé. Pero esta comedia es intolerable. Exijo la protección oficial del rey.

Amelia se había acercado a Ruark mientras el hombre soltaba su discurso y ahora tocó a su hijo con el codo. El la miró y ella dirigió sus ojos a Ralston. Intrigado, Ruark la miró ceñudo y Amelia señaló la mano derecha de Ralston. Ruark miró, y súbitamente comprendió lo que su madre le quería señalar.

– ¿Señor Ralston? -preguntó Ruark amablemente-. ¿Dónde obtuvo esa sortija?

Ralston levantó la mano para mirar el anillo y respondió en tono cortante:

– Me la dieron en pago de una deuda. ¿Por qué?

Ruark se encogió de hombros Y dijo:

– Ha pertenecido a mi familia por varias generaciones. Creo que me fue robada.

– ¿Robada? ¡Tonterías! Yo presté algún dinero a un hombre y él no tenía medios para pagarme. En cambio, me dio esto.

Ruark se volvió a medias al mayor y habló un poco para el militar y un poco para Ralston y los demás.

Mi madre me dio la sortija para que yo se la obsequiara a mi esposa cuando eligiera una. Yo la llevaba en una cadena al cuello, y allí estaba cuando fui a la habitación de la muchacha; en Inglaterra.

Esa fue la noche que la asesinaron. Quienquiera que haya tomado la sortija, estuvo en la habitación aquella noche.

Ralston quedó atónito cuando comprendió el significado de lo que Ruark acababa de decir. El mayor se llevó la mano a su pistola. Las facciones de Ralston se crisparon en una expresión de horror.

– ¡No! ¡Yo no fui! ¡Yo no la maté! -Empezó a sudar-. No pueden culparme de eso. Tome, aquí tiene su maldita sortija. -Se arrancó el anillo del dedo y lo arrojó al otro extremo de la habitación. Miró a todos con ojos desorbitados-. ¡Les digo que no la maté!

Su voz se volvió implorante cuando miró a: Ruark.

– ¿Cómo puede usted acusarme? Nunca hice nada para lastimarlo. Dios mío, hombre. Yo pagué el dinero para salvado de la horca. ¿Acaso eso no vale nada?

Súbitamente Ralston recordó las cadenas con que había cargado al hombre, las amenazas proferidas. Ninguna compasión podía esperar por ese lado. Se volvió hacia Pitney.

– Hemos viajado juntos. -Pero Ralston recordó la fusta ensangrentada y supo que el hombre hosco sospechaba de él. Ninguna ayuda por este lado. Miró a Trahern y vio la expresión furiosa del hacendado

– ¿Usted compraba los hombres en la cárcel -preguntó Trahern y se embolsaba la diferencia?

¡Pánico! ¡Miedo! El mundo de Ralston se derrumbaba a su alrededor. Luchó por aquietar sus manos temblorosas y sus rodillas que se sacudían violentamente. Entonces Ruark habló con calma.

– ¿Quién le dio el anillo, señor Ralston? ¿Sir Gaylord, quizá? El agente lo miró con la boca abierta y súbitamente soltó una carcajada histérica.

– Por supuesto -dijo-. Con eso me pagó un dinero que yo le había prestado.

– ¿Y dónde dijo sir Gaylord que lo había obtenido? -preguntó Ruark, por encima de los murmullos de sorpresa.