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Le hizo poner los brazos a la espalda y los ató fuertemente.

– Sea dócil, querida mía. -Le acarició ligeramente los pechos y toda la longitud de su cuerpo. Shanna abrió la boca para gritar pero él le metió un pañuelo de mano. Después le tapó la boca con otro pañuelo, dejándola completa y efectivamente amordazada. Sir Gaylord revolvió en el baúl hasta que encontró una capa que puso sobre los hombros de Shanna. El caballero, entonces, se terció el rifle al hombro y con la otra mano sacó una pistola de su cinturón. A continuación retorció una mano en el cabello de Shanna hasta que ella dio un respingo de dolor.

Sir Gaylord se detuvo y dijo, para sí mismo:

– ¿Pero cómo lo sabrán? -Miró el pequeño escritorio que estaba en un rincón-. ¡Por supuesto! Una nota para ellos. Venga, querida mía.

Tomó una hoja de papel y hundió la pluma en el tintero. Después escribió:

De los Beauchamps y lord Trahern, exijo

Cincuenta mil libras de cada uno. Seguirán instrucciones.

Como firma, trazó una ornamentada "B", terminando la letra en la parte inferior con un florido adorno. Arrojó el papel sobre la cama, tomó nuevamente la pistola y llevó a Shanna al pasillo.

Se habían acercado a la cima de la escalera cuando súbitamente él empujó a Shanna contra la pared y le apoyó la pistola en la garganta. Miró hacia abajo y vio que la puerta principal era abierta por un hombre pelirrojo y flaco que se hizo a un lado para dejar pasar a Ruark. El último tenía las manos ocupadas con herramientas y recortes de madera. El hombre siguió a Ruark y lo ayudó a dejar su carga en un rincón.

– Mi nombre es Jamie Conners -dijo el pelirrojo-. Estoy buscando al señor Pitney.

Shanna vio que Gaylord se ponía rígido cuando el desconocido se presentó a sí mismo.

– El señor Pitney está aquí. -Ruark llevó al hombre al salón.

Cuando la entrada quedó despejada, Billingsham hizo bajar a Shanna escudándose en ella y amenazándola con la pistola. Del salón llegaban voces.

– No, yo no tenía motivos para matar a mi muchacha -dijo la voz del escocés-. Tampoco este señor. El que yo busco era más grande, más alto y pesado. Pero el maldito asesino está aquí. Yo seguí su equipaje desde Londres. Dijeron que él había ido a la isla de los Beauchamps. -El hombrecillo estudió atentamente los rostros de todos los presentes-. ¿No hay nadie más aquí? ¿Alguien así de alto? Casi tan alto como el señor Pitney. Una especie de dandy, con modales señoriales y un gran sombrero con plumas. Sí, era un caballero del reino.

– ¡Sir Gaylord Billingsham! – Exclamó Ruark.

– ¡Sí, ese es su nombre! -dijo el escocés-. ¡Sir Gaylord Billingsham!

Shanna se retorció en manos de Gaylord pero él levantó la pistola como si fuera a golpeada. Empujándola por delante, rodeó la escalera. y se dirigió a los fondos de la casa. Los sirvientes estaban reunidos en la cocina y Gaylord no tuvo dificultad en sacar a Shanna por la puerta trasera sin que lo vieran. La hizo pasar fácilmente sobre el cerco y se dirigió a la arboleda.

Cuando llegaron entre los árboles, allí esperaban Jezebel y un caballo de los Beauchamps, ya ensillado. La yegua tenía solamente una manta sobre el lomo, atada con una cuerda, y estaba cargada con dos sacos de provisiones. Gaylord hizo montar a Shanna y le ató los pies por debajo del vientre de la yegua con una tira de cuero crudo.

– No muy cómodo, quizá, pero adecuado. Como usted puede ver,. yo pensaba usar a la yegua como animal de carga, pero ahora servirá para llevada a usted, querida mía.

Le desató las manos y la empujó con el caño del rifle.

– Usted vaya adelante, mi lady -dijo. Volvió a atarle las manos y le puso entre los dedos un mechón de las crines de Jezebel.

Gaylord montó en el otro caballo con una agilidad que Shanna no le conocía. Ella nada pudo hacer para demorar la huida, pero estaba decidida a aprovechar la primera oportunidad.

Cruzaron el prado al galope, en dirección a los robles del extremo más alejado. Por fin entraron en el bosque y siguieron el sendero que Shanna conocía. Llevaba a la cabaña de Ruark, en el valle. Por supuesto, sir Gaylord no podía saber que el lugar adonde pensaba llevarla y refugiarse era el menos seguro de todos.

Estaban bien dentro del bosque cuando Gaylord se detuvo y quitó la mordaza de Shanna.

– Grite todo lo que quiera, querida mía -rió Gaylord-. Nadie podrá oírla. Además, no quiero ocultar su belleza más de lo necesario.

– Disfrute todo lo que pueda, mi lord -dijo Shanna, dirigiéndole un sonrisa serena, casi amable-. Su fin se acerca rápidamente. Yo llevo en mi seno el hijo de Ruark y él lo perseguirá. El ha matado antes a hombres como usted, que trataron de alejarme de él.

Gaylord la miró sorprendido y rió burlonamente.

– ¡Así que usted espera un hijo de él! ¿Cree que eso me preocupa? Crea lo que se le dé la gana, señora, pero tenga cuidado. Ya he soportado demasiado el aguijón de su arrogancia. Tenga consideración de mi mal carácter y no sufrirá ningún daño. Nadie nos ha seguido. No pueden saber el camino que hemos tomado.

– Ruark vendrá -dijo Shanna, en tono de gran seguridad.

– ¡Ruark

Gaylord espoleo su caballo y trató de arrastrar a la yegua, pero Shanna ordenó a Jezebel, con sus rodillas, que se detuviera. La lucha fue inútil, pero hizo que Shanna olvidara un poco su miedo.

El mayor se puso de pie y preguntó, casi encolerizado:

– ¿Y cómo sabe usted que fue sir Gaylord quien mató a su esposa? Jamie Conners se puso súbitamente nervioso.

– Bueno, yo…

– Hable tranquilo, hombre -dijo Ruark-. Ya hemos esperado demasiado. Yo no formularé acusaciones contra usted y creo -que el mayor estará de acuerdo en que lo que usted tiene que decir permitirá aclarar un deleito mayor, uno que también a usted le gustaría ver castigado debidamente.

– Bueno -empezó Jamie lentamente-…:. Mi esposa y yo… ella se mostraba audaz con los hombres y los llevaba a su habitación, dónde ponía una poción en la bebida que les servía. Mientras los hombres dormían, nosotros…ah… nos apoderábamos de sus cosas de valor. No mucho -se apresuró a añadir-. Pero nunca lastimamos a nadie. Nosotros…

– ¿Pero cómo sabe que fue sir Gaylord? -insistió el mayor con severidad.

– Ya llegaré a eso. Entienda, conseguimos a este hombre -señaló a Ruark- y él se quedó dormido en la cama de ella. Yo le quité la bolsa y ella otras pocas cosas que. guardó en su cofre. Estábamos ahorrando para regresar a Escocia y casi lo habíamos logrado. Ahora todo ha desaparecido. No era suficiente para matarla por ello, pero el condenado se llevó nuestros ahorros duramente ganados. -El escocés parecía tener ideas muy peculiares sobre la propiedad.

Ruark sacó el anillo y se lo enseñó. – ¿Recuerda esto? Jamie miró la sortija y asintió. -Sí, ella se lo quitó a usted, con una cadena que llevaba al cuello. A ella le pareció bonito. No tenía nada parecido. Era una buena muchacha. Fuerte y leal. -Sollozó y se limpió la nariz con.el dorso de la mano. -Echo de menos a la muchacha. Nunca encontraré otra como ella.

– ¿Y sir Gaylord? -le recordó rudamente el mayor.

– ¡Ya llego a eso! -replicó el hombre-. Tenga un poco de paciencia. Bueno, este muchacho se durmió y nosotros le quitamos sus cosas y las guardamos. Entonces llaman a la.puerta. Yo no puedo dejar que me vean allí, porque ella está sacando dinero a un par de caballeros con eso de que quedó encinta, y amenazándolos por contárselo a sus familias. Sir Gaylord era uno de ellos. Bueno, sir Gaylord estaba allí, en la puerta, y dijo que quería hablar con ella. Yo me deslicé por la canaleta de desagüe que pasa cerca de la ventana y bajé para tomar uno o dos ales en el salón mientras esperaba. Entonces él salió, con su sombrero hundido hasta los ojos como si no quisiera que nadie lo viera. Yo aguardé un poco más. Después subí y allí la encontré, toda ensangrentada y muerta. El señor Ruark estaba todavía dormido. No se había movido desde que yo los dejé y ella lo había cubierto con una frazada, de modo que sir Gaylord no pudo saber que él estaba allí. Pero ese caballero encontró el cofre. Había allí una pequeña fortuna, y todo lo que me quedó fue la bolsa del señor Ruark.