– ¡Nadie vendrá a salvarla! -gritó él.
– ¡Ruark ya viene! -dijo ella suavemente.
Gaylord sacudió furioso el rifle.
– ¡Si viene, lo mataré!
Ella sintió miedo pero trató de no ponerse a temblar. Llegaron a un lugar elevado, donde el sendero empezaba a descender hacia el valle. Gaylord se detuvo y miró a su alrededor. Shanna ladeó la. cabeza y escuchó con atención. Súbitamente tuvo la seguridad de que venían a rescatada. Gaylord la miró con recelo. 'Ella se irguió y asintió levemente,
– Sí -dijo-, ya viene Ruark.
Doblaron. la última curva. Gaylord hizo detener las cabalgaduras frente a la cabaña. Se apeó, ató la yegua a la cerca, sacó las maletas que iban sobre la yegua de Shanna-, abrió la puerta de la cabaña y entró. Salió en seguida y se acercó a Shanna. Le desató un pie y pasó al otro lado para desatar el otro. Se tomó su tiempo y sus dedos acariciaron innecesariamente los tobillos de ella. Shanna contuvo el aliento, temerosa de que él encontrara la daga.
Súbitamente, un ruido de cascos en la entrada del valle les llamó la atención. Por un instante, el flanco gris del caballo y el bulto de su jinete fueron visibles entre los árboles. Shanna sintió una inmensa alegría y los ojos se le llenaron de lágrimas.
Gaylord tomó el rifle, rió por lo bajo, amartilló apoyó sobre la silla de su montura. Cuidadosamente, apunto hacia el camino hacia su última curva.
Fue una equivocación de Gaylord volverle la espalda a Shanna. Cuando los cascos sonaron cerca de la curva, ella levantó un pie y golpeó el flanco de la yegua con todas sus fuerzas. Con un agudo relincho, Jezebel saltó y su movimiento sorprendió a Gaylord, quien quedó apretado entre los dos animales.
El rifle saltó hacia arriba como una flecha mal dirigida y cayó entre los arbustos, en el momento que Ruark doblaba la curva montado en Attila.
Gaylord olvidó su rifle y sintió un helado estremecimiento a lo largo de su columna vertebral. Sacó rudamente a Shanna del lomo de la yegua y la arrastró hacia la cabaña. Con los brazos todavía atados, ella tropezó y cayó sobre la cama. Gaylord cerró la puerta y estaba buscando la pesada tranca cuando la madera pareció deshacerse en astillas.
Ruark se había lanzado desde el lomo del caballo con los pies hacia adelante y toda la velocidad que llevaba.
– Vamos, bastardo -gritó- ¡Si quieres a mi esposa, primero tendrás que matarme con las manos desnudas!
Gaylord no era un hombre pequeño y ahora se enardeció con el calor de la lucha. Se llevó las manos al cinturón en busca de sus pistolas, pero las mismas habían caído bajo los cascos del caballo. El caballero apenas tuvo tiempo de percatarse de la pérdida antes que Ruark atacara.
Ruark quedó sorprendido por la fuerza de su antagonista. Gaylord resbaló y sintió que nuevamente lo doblaban hacia atrás. Trató de esquivarse hacia un lado, pero Ruark resistió. Cayeron los dos al suelo en una nube de polvo.
Shanna se levantó las faldas y aferró el puño de su daga. Sus manos, atadas, estaban semi adormecidas, pero consiguió sacar el cuchillo y sostener el mango entre sus rodillas. Empezó frenéticamente a cortar las cuerdas con la hoja.
Los dos hombres se pusieron de rodillas. Ruark metió su cabeza debajo del mentón de Gaylord y rodeó con sus brazos el tórax del caballero, hasta que la columna vertebral del otro estuvo a punto de romperse. Gaylord gimió y súbitamente se retorció hacia un lado. Nuevamente cayeron entre una nube de polvo.
La mano del caballero había tocado un trozo de madera largo y pulido. Gaylord aferró ese palo, uno de cuyos extremos estaba cubierto por una piel de animal, rodó y apretó con la madera el cuello del siervo, apoyando todo el peso de su cuerpo. Ruark aferró la madera y en su cuello y sus brazos los tendones resaltaron como tensas cuerdas. La rodilla de Ruark se elevó debajo de la barriga del caballero y así alivió algo del peso que le oprimía el cuello. Su pie se deslizó debajo de la cadera de Gaylord y así consiguió arrojar al inglés por encima de su cabeza. Pero la piel cayó y Ruark, con súbita claridad, vio que en el extremo del palo había un hacha de doble hoja. Era el hacha que él había dejado en la cabaña.
Shanna ahogó una exclamación y Gaylord rió regocijado, blandiendo el hacha de doble filo mientras Ruark se ponía de pie. Ruark aferró un trozo de leña para defenderse mientras el caballero se le acercaba. Ruark sólo pudo retroceder mientras el filo del hacha lo amenazaba dentro del limitado espacio de la cabaña.
Ruark sintió que la parte posterior de sus muslos chocaba contra el borde de la mesa y ya no pudo retroceder más. Con un grito de triunfo, Gaylord aferró el hacha con las dos manos y Shanna gritó. Ruark se hizo a un lado y la mesa se partió en dos cuando la hoja la cortó limpiamente. Mientras Gaylord trataba de sacar el hacha de entre las astillas, Ruark arrojó el trozo de leña a las espinillas del caballero y aferró otro. El hacha pasó a – escasos milímetros del vientre de Ruark y fue apenas desviada por el corto trozo de leña. Gaylord lanzó otro golpe y Ruark saltó hacia atrás para esquivarlo.
El grito de victoria de Gaylord terminó en un gemido de dolor. Había alcanzado a ver el brillo del metal pero la pequeña daga lo mismo se clavó en su mejilla y le abrió la carne hasta el cuello.
Ruark se abalanzó sobre él y empezó a golpeado desde todos los lados. Gaylord empezó a temer la derrota y, peor aún, la muerte. Ruark lo atacaba con un salvajismo feroz. Gaylord cayó de rodillas y un golpe brutal le destrozó la cara. Su mano tocó suave terciopelo. Levantó!a vista y vio un rostro de mujer.
– ¡Deténgalo! ¡Deténgalo! -sollozó-. ¡Me matará!
Shanna sacudió la cabeza, confundida, y recobró la visión.
– Ruark -imploró-, déjalo para que el verdugo se encargue de él.
Echó los brazos al cuello de Ruark y lo besó en la boca, hasta que él recobró la cordura y se serenó.
Shanna estaba sentada en un banquillo mientras Ruark le aplicaba paños mojados en su mejilla magullada cuando Nathanial y el mayor detuvieron sus monturas frente a la cabaña. Gaylord estaba sobre un tosco banco, bien atado de pies a cabeza con cuerdas.
Los recién llegados observaron la escena. George y los demás se les unieron. George miró la puerta destrozada y dijo:
– Hijo mío, parece que tienes una forma especial de abrir puertas.
Gaylord fue puesto sobre un caballo y Shanna montó a Attila junto con su marido. Estaban asegurando con cuerdas la puerta de la cabaña cuando oyeron un grito y ruido de cascos que se acercaban. Poco después apareció una vieja yegua de patas rígidas. No hubiera podido decirse quién jadeaba más, si la animosa yegua o el valiente jinete que la montaba. Nathanial se adelantó y ayudó piadosamente a apearse a Orlan Trahern. Después sacó la silla de la montura de Trahern y la puso sobre el lomo de Jezebel, la yegua de trote más suave, para que el hacendado pudiera regresar.
El grupo de regreso fue directamente al granero, donde George señaló un sólido establo destinado a contener a algún toro o semental ocasional que dieran demasiado trabajo: Se lo usaba poco. Pusieron allí una pequeña mesa y un banco, junto con un montón de paja y varias mantas. Sir Gaylord fue desatado y arrojado a la improvisada celda.
– Pueden maltratarme así, si les place, pero un caballero del reino debe ser juzgado nada menos que por el alto tribunal.
– Quizá -dijo pensativo el mayor Carter – de eso se encargue el magistrado que se encuentra en Williamsburg.