– ¡No aceptaré nada de la justicia colonial de ustedes! -Protestó Gaylord-. Mi padre se ocupará de que yo sea tratado como corresponde.
– El mismo, por supuesto. -El mayor se rascó el mentón. -Lord Billingsham ha venido a las colonias para… Hum… mejorar el primitivo sistema, creo que ha dicho. El ocupa el estrado en Williamsburg y será el primero que oirá su caso.
Las risas y las exclamaciones de alegría hacían vibrar toda la casa. La historia fue contada y vuelta a contar, y cada uno añadió su parte. Sólo Orlan Trahern permanecía hosco en su sillón y bebía ale con bitter que Pitney había conseguido preparar. En medio de la catarata de felicitaciones, Hergus entró con una bandeja de bocadillos para calmar el apetito de los hombres, y lanzó un grito agudo.
– ¡Jamie! ¡Jamie Conners!
– ¿Hergus? -dijo lentamente el escocés, con los ojos dilatados por la sorpresa-. ¡Mi Hergus! ¡Mi único amor verdadero!
– Hum -dijo Hergus-. ¡Han pasado un montón de años!
– Yo… yo… -tartamudeó el pobre hombre-, no encontré huellas de ti cuando por fin me dejaron ir.
Hergus no respondió y siguió sirviendo a los demás. Pero cuando Shanna la miró, vio algo nuevo en Hergus, algo al mismo tiempo suave y firme, y adivinó que el escocés, podría recuperar lo que había perdido.
Shanna se acercó a su padre y preguntó-: ¿Te duele el pie?
– No es mi pie lo que duele sino otra parte -replicó él-. Me costó, mucho subir al lomo de esa yegua, pero aunque la tierra se estremezca bajo mis pies, no volveré a hacerlo.
No puedo encontrar comodidad ni de pie ni sentado. Tendré que tenderme en la cama para poder descansar.
Shanna no pudo contener la risa. -Oh, papá, es una pena que hayas tenido, que hacerlo por mí. -Se inclinó y lo besó en la frente.
– ¡Bah! -dijo Trahern-. Me duelen todos los huesos y ella ríe como una tonta. Ten cuidado, hijo -agregó dirigiéndose a Ruark-, o ella hará contigo lo que quiera.
Shanna tomó las manos de su marido. Después se sentó en el brazo del sillón de su padre.
– Estoy rodeada de bestias -sonrió para suavizar sus palabras-. Un dragón a mi izquierda y un oso a mi derecha. ¿Tendré que cuidarme siempre de los colmillos?
– ¡Tenla siempre encinta, muchacho! -rió Trahern, ahora de mejor humor-. Es la única manera. ¡Siempre encinta!
– Es lo que yo pienso, señor -dijo Ruark, y miró amorosamente a Shanna.
EPILOGO
Orlan Trahern estaba en la pequeña iglesia de la isla Los Camellos y escuchaba la voz de ministró que hablaba desde el púlpito. Su mente no estaba en el sermón sino en otra cosa.
Últimamente la isla parecía muy solitaria. Faltaba algo. La vida se desarrollaba como de costumbre, más lentamente en el calor del día, más a prisa en la época de cosecha. Pero él pensaba en su hija y su yerno. La criatura ya tenía que haber nacido, pero pasarían semanas antes de recibir alguna noticia. Miró hacia el pequeño retrato al óleo de su esposa que colgaba cerca del banco de la familia y supo que ella se habría sentido dichosa. En realidad, habría insistido en acompañar a Shanna durante el parto. Casi vio que su esposa le sonreía y le dirigía esa mirada siempre tolerante, conocedora.
Hasta Pitney había empezado a sentirse inquieto y a menudo hablaba de abandonar la isla para buscar fortuna en la nueva tierra. Trahern sospechaba que el hombre se había enamorado de los vastos espacios y que ahora la vida en la isla le resultaba limitada y estrecha.
Cuando venían hacia la iglesia, Pitney había ido al puerto para recibir a un barco que acababa de ser avistado. Trahern detectó en los ojos del hombre un brillo especial de sed de aventuras.
"Es una cosa tentadora", pensó ahora Trahern y cuando yo viaje a las colonias, podré detenerme para visitar a mis nietos".
El ministro había terminado su sermón y pedía a la congregación que se pusiera de pie para entonar un himno, cuando se detuvo de pronto y miró asombrado hacia la puerta. Antes que Trahern pudiera volverse, sintió una mano pesada en su hombro. Levantó la vista y se encontró con la cara sonriente de Pitney.
Trahern empezó a ponerse de pie. Entonces, le pusieron en los brazos un pequeño envoltorio blanco. Apenas tuvo tiempo de ver los cabellos oscuros y los ojos verdes de la criatura, cuando en el otro brazo le pusieron un bulto igual al primero.
El hacendado abrió la boca. Levantó la vista y encontró la cara radiante de Shanna.
– Un varón Y una niña, papá.
– Esta era una noticia que no podía llegar por carta -dijo Ruark, sonriendo-. Además, le debíamos una visita.
Orlan Trahern quedó sin habla. Miró nuevamente los gemelos y no encontró palabras para expresar su felicidad. Después, dirigiéndose al retrato en la pared, y con voz ahogada, susurró:
– Más de lo que jamás soñamos, Georgina. Más de lo que jamás soñamos.