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Aceptó que él volviera a llenarle la copa con Madeira y bebió, dejando que el vino la ayudara a relajar sus tensiones. Casi podía felicitarse por el éxito del día. Hasta ahora todo había resultado como ella lo había planeado. Empezó a sentirse animada y jovial.

– ¿Y qué hay de ti mi adorable Shanna? – Ruark nuevamente la miraba con fijeza y con toda la ternura que un hombre puede dedicar a su novia.

– Oh -rió ella nerviosamente. En, este lugar público, donde Ralston, cuando regresara de su viaje y se enterara de su casamiento, podría hacer averiguaciones sobre la pareja de recién casados, Shanna no se atrevía a mostrarse desagradable-. ¿Qué le interesaría saber?

– ¿Por qué decidiste casarte conmigo cuando hubieras podido elegir a cualquier hombre que se ajustara a tus preferencias?

– ¿Que se ajustara a mis preferencias? -dijo Shanna, con ligero tono de burla-. Ninguno lo hacía. Y mi padre es muy empecinado. Hubiera sido muy capaz de obligarme a aceptar al hombre -que él eligiera. Vaya -agitó la mano en gracioso gesto- si ni siquiera le pidió a mi madre que se casara con él.

Rió alegremente y Ruark la miró con dudas y una sonrisa encantadora le iluminó la cara.

– Oh, no, no es lo que usted piensa. Mi padre es una persona muy autoritaria. Le dijo. a mi madre que ella se casaría con él y la amenazo con raptarla si ella se negaba. Yo. nací como corresponde, un año después que ellos se casaron.

El siguió sonriendo en forma seductora.

– ¿Y tu madre no tuvo nada que decir en el asunto?

– Oh, ella estaba convencida de que el sol salía y se ocultaba porque Orlan Trahern así lo quería. Lo amaba profundamente. Pero él mismo era un bribón. Mi abuelo fue ahorcado por bandolero.

– Por lo menos tendremos algo en, común -comentó secamente Ruark.

Se produjo un momento de silencio. Por fin Ruark habló.

– ¿Piensas cumplir con lo convenido? -preguntó.

Shanna, desconcertada por esa pregunta que tanto había tratado de evitar, buscó a tientas una respuesta.

– Yo…yo… -balbuceó.

Ruark apoyó un brazo en el respaldo de la silla de Shanna, puso el otro sobre la mesa, se inclinó y la besó en la oreja.

– ¿Sólo por esta noche, Shanna -murmuró suavemente- no podrías fingir que sientes algo por mí?

Shanna sintió que el aliento cálido de él la hacía estremecerse de pies a cabeza y en sus pechos experimentó un curioso cosquilleo. Deben de ser los efectos del vino, pensó atónita, porque sus sentidos giraban como embriagados de placer.

– ¿Es tan difícil imaginar que somos dos enamorados que acaban de casarse? -insistió Ruark, respirando muy cerca del cuello de ella.

Le rodeó los hombros con el brazo y Shanna tuvo que luchar para que su mundo no se convirtiera en un caos cuando los labios húmedos y entre abiertos de él la besaron en la boca. Trató de apartarlo y de liberar su boca. ¿Tanto vino había bebido que eso le causaba vértigos? ¿Qué le estaba sucediendo? Ella no era una borrachina ni una mujer de virtud fácil. ¡Por Dios, si era una virgen! ¡Y sólo bebía té!

– Seré muy suave contigo -dijo Ruark suspirando, como si le hubiera leído los pensamientos, y apretó sus labios contra el tentador ángulo de la boca de Shanna- Déjame tomarte en brazos, Shanna, y amarte como yo quiero. Déjame que te toque… déjame que te posea…

– ¡Señor Beauchamp! -exclamó ella casi sin aliento y evitó su beso-. Ciertamente, no tengo intención de entregármele aquí, en el salón, para diversión de todos. Déjeme -rogó, y agregó, con más severidad-:

Si no me deja, gritaré…

El aflojó un poco el abrazo y Shanna se puso de pie precipitadamente y anunció, con voz trémula:

– Será mejor que nos pongamos en marcha. Shanna corrió hacia la puerta mientras Ruark se detuvo para recoger su capa y su tricornio, y cuando trató de correr en pos de ella, Pitney y los guardias lo tomaron de los brazos.

Indiferente a la intensa lluvia y a los charcos del camino, Shanna salió corriendo de la posada. Ruark la hubiera seguido pero se produjo cierta demora mientras el posadero, temeroso de perderse el costo de las comidas, empezó a discutir vivamente con Pitney, quien estaba más interesado en mantener a Ruark a su lado. Una pesada bolsa arrojada al posadero terminó con la discusión y por fin Pitney permitió a Ruark que lo precediera hacia el carruaje.

Ahora la lluvia caía como un tamborileo regular sobre el techo del carruaje. Empapada, y temblando por el frío y por sus propias emociones, Shanna se había acomodado en un rincón del asiento, dejando la mayor parte del mismo a quienquiera que quisiera ocuparlo. Con dedos temblorosos consiguió, después de encontrar el pedernal y la Yesca, encender la linterna de sebo que colgaba de la pared interior del carruaje.

Ruark subió y Pitney plegó la escalerilla. El mismo quiso subir pero encontró súbitamente cerrado el camino par el brazo del joven.

– ¿Usted no tiene compasión, hombre? ¡Unas pocas horas de casado y destinado a que me ahorquen antes de una semana! Suba al asiento de los, guardias.

Antes de que Pitney pudiera protestar,¡ Ruark le cerró la portezuela en la cara. Sin embargo, Pitney difícilmente iba a dejarse amedrentar por un jovenzuelo atrevido, enamorado de su señora. En realidad, era todo 1o contrario. La puerta del carruaje fue abierta con tanta fuerza que rebotó contra el costado del coche con un fuerte ruido, que hizo que Shanna saltara asustada.

Ruark no estaba dispuesto a permitir esta intromisión sin por 1o menos una breve lucha y nuevamente puso su brazo a través de la abertura de la portezuela para impedir que el otro entrara.

Pitney estiró un brazo para arrancar al ardoroso novio del carruaje, pero 1o detuvo una sorprendida exclamación de Shanna. Ciertamente, no fue el temor por su marido 1o que produjo esta reacción en la joven sino la presencia del posadero y su esposa que estaban en la puerta de su establecimiento y estiraban los cuellos para ver qué sucedía.

– Está bien, Pitney, suba con los guardias -ordenó ella en voz baja pero con tono imperioso.

Pitney miró hacia atrás y vio la razón de la preocupación de su ama. Se irguió, retrocedió un paso y se acomodó el chaleco.

Ruark sonrió con benevolencia.

– Así está bien, amigo -dijo-. Y no se quede ahí holgazaneando. Dé se prisa. Partamos de una buena vez.

Pitney levantó obstinadamente su poderoso mentón y bajó las cejas en un gesto ominoso. La lluvia helada le caía en la cara pero él parecía no notado. Sus ojos grises y penetrantes midieron a Ruark a la luz de las linternas del carruaje.

– Si le hace daño a ella… -la amenaza fue formulada en voz baja pero llegó claramente a los oídos de Ruark.

– Vamos, hombre -dijo Ruark riendo burlonamente-. No soy tan idiota. Valoro mucho el poco tiempo que me queda sobre la tierra. Le doy mi palabra de que ella será tratada con todo afecto y con mucho respeto.

El ceño de Pitney se acentuó ante las palabras de Ruark.

Hubiera querido aclarar un par de cosas pero Shanna vio la amenaza de una escena en público en esta aldea donde los actos de unos desconocidos serían rápidamente notados y comentados. Tan cerca de la iglesia donde se habían casado, los rumores se extenderían y Ralston no tendría ninguna dificultad en enterarse de ellos.