Era la noche del tercer domingo de viaje, después de un día hermoso y radiante. El bergantín navegaba ligeramente a sotavento y una brisa regular llenaba sus velas. Shanna se sentía alegre cuando se dirigió a la cabina del capitán para la acostumbrada comida nocturna. Con el pequeño navío cada vez más cerca de su casa, ella sentía una creciente expectativa. El sol se había puesto pero lo reemplazaba una brillante luna nueva. El aire era tibio y perfumado, porque se encontraba cerca de los climas del sur.
Desde alguna parte bajo cubierta podía oírse una voz que cantaba en un rico registro de barítono. La canción seguía el ritmo lento y suave balanceo del Matguerite, que seguía tejiendo millas con su quilla. La brisa se llevaba las palabras de la canción y las dispersaba sobre el mar, pero a veces los versos llegaban claramente a cubierta, a los oídos de Shanna.
Shanna miró pensativa el cielo estrellado mientras la melodía iba invadiéndola, y casi pudo imaginar al amor de su propio corazón, sin rostro y sin nombre, llamándola mientras se le acercaba sobre las aguas. Cierta extraña cualidad de esa voz la fascinaba con su magia y ella se dejó acunar por ese hechizo a medida que las palabras eran en tonadas:
Cuando estoy solo con mi corazón
En la negra noche. O el inmenso mar
Mis pasos encuentran a la luz del amor
El camino que me lleva hacia ti.
Unos brazos tibios y fantasmales parecieron rodearla y Shanna cerró extasiada los ojos. En su mente oyó un ronco susurro: "Entrégate a mí. Entrégate a mí", y sus sentidos giraron en vertiginoso deleite. La visión se agigantó y se convirtió en unos ojos ambarinos y un rostro hermoso. " ¡Maldita perra tramposa!".
La ilusión destrozada, Shanna abrió los ojos. Juró entre dientes, dio media vuelta y se dirigió a la cabina del capitán llamó a la puerta y la misma se abrió inmediatamente y el hombre moreno se inclinó en una extravagante reverencia.
– Aaahhh, madame Beauchamp! Está usted demasiado radiante para describirla con meras palabras -exclamó el capitán Duprey-. Soy su humilde servidor, madame, ahora y siempre. Entre. Entre.
Shanna se obligó a sonreír y entró. Pero en seguida se detuvo sorprendida al percatarse de que ella y el capitán estaban solos en la cabina, con la excepción del muchacho que aguardaba pacientemente para servirles.
– ¿No hay nadie más esta noche? -preguntó extrañada.
Jean Duprey la miró con ojos brillantes y se acarició su oscuro bigote.
– Mis oficiales tienen obligaciones que los retienen en otra parte, madame Beauchamp.
– ¿Y el señor Ralston? -Shanna lo miró con cierta irritación y se preguntó qué pretexto tendría el capitán para la ausencia de Ralston.
– Ah… él… -Jean Duprey rió y se alzó de hombros-. Descubrió que la tripulación estaba comiendo carne salada y frijoles y convenció al cocinero de que le enviara un plato.
De modo, que madame… ah… -Aparentó tener dificultades con el nombre de ella Y, en seguida trató de tomarle una mano Y dijo, en tono zalamero-: ¿Puedo dirigirme a usted por su apellido de soltera, Shanna?
Con una sonrisa triste, Shanna retiró firmemente la mano. Sintió curiosidad por lo que pensaría madame Duprey de las inclinaciones amorosas de su marido y su evidente imparcial afición a las mujeres. Prefirió dejar la dura disciplina a cargo de esa mujer en vez de hacer una escena embarazosa, se mostró indulgente con el hombre Y habló con gracia.
– Capitán Duprey, conocí a mi esposo sólo por muy breve tiempo Y lo perdí hace menos de un mes. El trato que usted propone me resultaría demasiado penoso. Por favor, discúlpeme. Vine aquí buscando la compañía de muchos a fin de enmascarar mi dolor. Le ruego que perdone mi duelo. Mi marido tenía modales encantadores Y usted ha despertado recuerdos de momentos felices que compartimos, aunque fueran tan breves. Si me excusa esta noche, señor, debo buscar tranquilidad en otra parte.
Jean hizo ademán de seguirla pero Shanna alzó una mano para detenerlo.
– No, capitán. Hasta para la soledad hay momentos. -Su voz tembló tristemente mientras el aroma que flotaba en la cabina la hizo recordar el hambre que sentía-. Pero hay una cosa…
El capitán Duprey asintió ansiosamente con el cabeza, deseoso de complacerla.
– ¿Podría enviar más, tarde, a mi cabina, un plato de cualquier cosa? Sin duda, para entonces podré soportar la vista de la comida.
Hizo una deliciosa reverencia Y cuando se irguió los ángulos de su hermosa boca sonrió traviesa mente.
– Déle saludos míos a su, esposa cuando lleguemos a Los Camellos, capitán.
Antes de que él pudiera recobrarse, Shanna huyó Y cerró violentamente la puerta tras de sí. El sonido de sus pisadas apresuradas resonó en la quietud del pasadizo pero ella respiró aliviada cuando estuvo nuevamente sobre cubierta Y vio a Pitney.
El estaba alimentándose con una buena porción de carne salada, galletas marineras y frijoles. Cuando apareció ella, él levantó la vista de su plato, la miró un momento Y en seguida asintió, sin necesidad de explicaciones para comprender la razón de la huida de ella de la cabina del capitán. La fuerte inclinación de Jean Duprey hacia las mujeres no era un secreto entre los hombres de Los Camellos.
Shanna caminó pensativamente a través de la cubierta hacia el lado de sotavento de la nave. Las nubes adquirían tonos oscuros con bordes de plata cuando pasaban entre la alta luna y el mar suavemente ondulado. Las leves brisas acariciaron a Shanna. La noche era serena, silenciosa salvo por el ruido del agua al pasar debajo del casco, Y el crujir de cordajes y mástiles. El barco parecía cantar una canción propia, un rítmico susurro de sonidos acompasado con el ligero subir y bajar del casco cuando pasaba sobre las olas.
Shanna soltó un largo suspiro Y se apartó de la borda. Pese a todo su previo buen humor, ahora sentíase pensativa Y solitaria, como si la noche hubiera perdido su sabor. La voz proveniente de abajo le había arrebatado su felicidad y ahora sólo pudo preguntarse cómo hubiera sido compartir un lecho nupcial durante toda una larga noche.
CAPITULO CINCO
Era como si una nube alta e hinchada hubiera dado nacimiento a un lugar de color verde esmeralda. Varias colinas bajas amontonaban sé sobre un barranco junto a una playa que separaba el vivido verde de las revueltas rompientes y las olas que lamían la costa desnuda con lenguas de espuma coronadas de blanco. El azul profundo del mar abierto dejaba lugar, en los bajíos cerca de la isla, a un brillante verde iridiscente que armonizaba con los ojos de Shanna.