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Confiarse en Ralston hubiera sido igual que informar al mismo Orlan Trahern y Shanna tuvo que poner cuidado especial en asegurarse de que el señor Ralston quedara convencido de la sinceridad y validez de las acciones de ella. Si su padre llegaba a sospechar que había procedido con trapacerías, ella tendría que enfrentarse con algo más que la cólera de él. Orlan Trahern haría efectiva inmediatamente su amenaza y ella no tenía ningún deseo de soportar la consecuencia, quienquiera que fuera el individuo.

Empezó a sentirse ansiosa en el protegido interior del lujoso Briska, y con la voz de las ruedas como protección, ensayó en voz baja el nombre tan nuevo para sus labios, tan lleno de promesas.

– Ruark Beauchamp. Ruark Deverell Beauchamp.

Nadie hubiera podido negar la fina distinción de ese nombre, ni la aristocracia de los Beauchamp de Londres.

La invadió un ligero remordimiento de conciencia. Con cada momento que pasaba, el carruaje la acercaba más al instante decisivo. Pero Shanna reunió todo su coraje en defensa de sí misma.

‹ ¡Esto no está mal! Este arreglo nos beneficia a los dos. El hombre tendrá alivio en sus últimos días de vida y. será sepultado en una tumba honorable por su servicio temporario. Dentro de dos semanas, mi año habrá terminado.›

Empero, los escrúpulos empezaban a corroer los bordes de su resolución mientras preguntas por docenas se lanzaban sobre ella como murciélagos en la noche. ¿Serviría este Ruark Beauchamp para sus propósitos? ¿Y si era un hombre bestial, jorobado, con dientes podridos?

Shanna apretó la mandíbula, hermosa en cualquier estado de ánimo, con la determinación de una Trahern y buscó una distracción para aventar la multitud de temores que amenazaban con envolverla. Apartó la cortinilla de cuero de la ventanilla y miró hacia la noche. Jirones de niebla empezaban a filtrarse en las calles y ocultaban a medias las tabernas y posadas a oscuras por las que ahora pasaban..Era una noche lúgubre; pero Shanna podía soportar la niebla y la humedad. Eran las tormentas lo que temía y la inquietaba cuando se desataban sobre la tierra.

Shanna dejó caer la cortinilla y cerró los ojos, pero no encontró alivio para sus tensiones. En un intento de detener el temblor que, la poseía, hundió profundamente sus finas manos en un manguito de piel y las enlazó con fuerza. Tantas cosas dependían de esta noche. No podía esperar que todo saliera bien, y la duda frustraba sus esfuerzos por calmarse.

¿Este Ruark se reiría de ella?, Shanna había conquistado los corazones de muchos hombres. ¿Por qué no conquistaría también a este? l. ¿Rechazaría él su pedido con una burla cruel?

Shanna se sacudió los escrúpulos de su mente. Preparó sus armas, arregló el atrevido escote del vestido de terciopelo rojo que había escogido. Nunca había desplegado completamente sus artes de seducción, pero sospechaba que un hombre normal difícilmente se negaría ante una gran andanada de lágrimas.

– En alguna parte tocó una campana en la noche.

Las ruedas del carruaje saltaban sobre el empedrado y el corazón de Shanna parecía seguir el rápido ritmo.

El tiempo permanecía inmóvil mientras la incertidumbre picoteaba los límites exteriores de su mente, y en alguna parte, hondamente en su interior ella se preguntaba qué locura la había espoleado a empezar este asunto.

Un grito interior emergió hasta la conciencia. ¿Por qué tenía que ser así? ¿Su padre había perdido el sentido y la ternura del amor en su codicia y deseo de aceptación en la corte? ¿Era ella solamente un peón útil en algún gambito más grande? El había amado profundamente a su esposa, sin dar importancia al hecho de que. Georgiana era hija de un herrero plebeyo. ¿Por qué, entonces, tenía que empujar a su única hija a una relación que ella aborrecería?

No era que ella no se hubiera esforzado. Desde su arribo a Londres habíase visto constantemente asediada por cortejantes, pero en todos encontró defectos. Quienes más le desagradaron fueron los que se le acercaron con un deseo de riquezas que excedía al deseo que sentían por ella. ¿Su padre no podía comprender que ella quería un esposo al que pudiera admirar, amar y respetar?

Ninguna voz daba las respuestas que buscaba Shanna. Sólo estaba el ruido regular de los cascos de los caballos que la acercaban cada vez más a su prueba.

El carruaje redujo su velocidad y dobló en una esquina. Shanna oyó la voz de Pitney cuando se detuvieron frente a la siniestra fachada de la cárcel de Newgate. La respiración pareció atascársele en la garganta y su corazón empezó a latir a un ritmo caótico. El sonido de las pisadas de Pitney golpeando pesadamente el empedrado resonó dentro de su cabeza. Como una prisionera condenada, esperó hasta que él abrió la portezuela y se asomó al interior del coche.

El señor Pitney era un hombre gigantesco, de anchas espaldas, con una cara amplia y llena, de acuerdo con su tamaño. Un duro mechón de cabellos castaños estaba atado en su nuca debajo de un tricornio negro. A sus cincuenta años, podía enfrentar y vencer a dos hombres menores o mayores que él. Su pasado era un misterio y Shanna nunca lo había investigado, pero sospechaba que podía rivalizar con el de su abuelo. Sin embargo, no se preocupaba por su seguridad con Pitney cerca de ella. El era como una parte de la familia, aunque algunos lo hubieran considerado un sirviente contratado, porque su padre lo empleaba como guardia personal de Shanna cada vez que ella viajaba al extranjero. En Los Camellos era independiente de Orlan Trahern y su riqueza y pasaba el tiempo tallando madera y construyendo muebles. El hombre servía a la hija tanto como al padre y no era inclinado a llevar a su empleador cuentos sobre las infracciones más ligeras de ella. Ella admiraba en algunas cosas, la aconsejaba en otras, y cuando, Shanna sentía necesidad de contar sus problemas, era Pitney quien más la consolaba. El había sido cómplice de ella en otras ocasiones que el padre no habría aprobado.

– ¿Está decidida? -preguntó Pitney con una voz profunda y áspera-. ¿Tiene que ser así, entonces?

– Sí, Pitney -murmuró ella quedamente, y con más decisión, agregó-: Tengo que hacerlo.

A la luz mezquina de las linternas del coche, los ojos grises de él se encontraron con los de ella. Tenía el entrecejo arrugado en un gesto de preocupación-. Entonces será mejor que se prepare -dijo él.

Shanna tranquilizó su mente y con fría determinación bajó un espeso velo de encaje sobre su cara y acomodó el capuchón de su capa de terciopelo negro a fin de ocultar aún más su identidad y cubrir sus largos bucles dorados.

Pitney abrió la marcha hacia el portal principal y Shanna lo siguió y sintió un impulso casi irresistible de huir en dirección opuesta. Pero se contuvo y pensó que si esto era una locura, casarse con un hombre al que odiara sería el infierno.

Cuando ellos entraron, el portero de la cárcel se puso de pie con una ansiedad nacida de la codicia y se adelantó a saludada. Era un hombre grotescamente gordo, cuyos brazos parecían arietes. Sus piernas eran tan inmensas que, él tenía que caminar con los pies bien separados, lo cual lo hacía andar tambaleándose de un lado a otro. Empero, pese a su volumen, era bajo y su altura apenas alcanzaba la. de Shanna, quien para una mujer era más baja que alta. Su respiración sibilante, acelerada por el esfuerzo de levantarse de la silla, llenó la habitación con un aroma de ron rancio, puerros y pescado. Rápidamente, Shanna apretó contra su nariz un pañuelo, perfumado para contrarrestar el repugnante olor del aliento del hombre. -Mi lady, temí que usted hubiera cambiado de opinión -cloqueó- el señor Hicks mientras trataba de tomarle la mano para plantar un beso en ella.