– Aquí hay una dama que viene a verte -dijo Hicks, en tono notablemente menos exigente que antes-. Y si piensas hacerle daño, déjame advertirte que…
El prisionero se esforzó por ver en la oscuridad detrás de la linterna.
– ¿Una dama? ¿Qué locura te traes entre manos, Hicks? ¿O quizá se trata de una sutil tortura?
Su voz sonó profunda y suave, agradable a los oídos de Shanna. Fluía con más facilidad y menos entrecortada de lo que ella estaba acostumbrada a oír en Inglaterra. Un hombre de las colonias, había dicho Hicks. Esa era, sin duda, la razón de las sutiles cualidades de su forma de hablar. Empero, había también algo más, una divertida burla que parecía mofarse de todo lo relativo a la prisión.
Shanna permaneció en las sombras un momento más mientras estudiaba atentamente a este Ruark Beauchamp. Las ropas del hombre estaban tan desgarradas como la frazada y ella notó que en varias partes estaban desgarrados casi hasta la cintura en uno de los lados, y el precario remiendo dejaba ver buena parte de la línea delgada de su flanco. Una blusa de lino, quizá alguna vez blanca, estaba ahora manchada y apenas reconocible.
Colgaba en andrajos de los hombros y revelaba unas costillas que todavía eran musculosas pese a las privaciones. El cabello era desparejo y estaba mal cortado, pero sus ojos brillaron alerta cuando él trató de distinguir la silueta de ella. Al no conseguirlo, se irguió y en seguida se inclinó hacia las tinieblas que rodeaban a Shanna. Habló en tono satírico.
– Le pido disculpas, mi lady. Mi alojamiento nada tiene de recomendable. Si yo hubiera sabido que me visitaría, habría limpiado un poco este lugar. Por supuesto -sonrió y señaló a su alrededor no hay mucho que limpiar.
– ¡Ten quieta esa sucia lengua! -interrumpió Hicks oficiosamente-. Esta dama viene por negocios y tú la tratarás con todo respeto, o yo… -Se golpeó sugestivamente la palma abierta con el puño del garrote y rió de su propia astucia.
El convicto clavó una mirada ceñuda en Hicks y la mantuvo hasta que el gordo carcelero empezó a agitarse inquieto.
No habiendo encontrado hasta ahora obstáculos a su plan, Shanna se sintió más animada. Todo parecía desarrollarse fluidamente, como si lo hubiera planeado toda la vida cuando en verdad ella no había hecho mucho. Renacieron en ella la confianza y el coraje, y con un movimiento desenvuelto y gracioso, avanzó hasta quedar iluminada por la linterna.
– No tiene necesidad de provocar a este hombre con sus bravuconadas, señor Hicks -dijo gentilmente.
El sonido de la voz de ella, profunda y suave como la miel, hizo que el prisionero le dedicara toda su atención. Shanna caminó lenta, completa, deliberadamente alrededor de él, estudiándolo como lo haría con un animal de exposición. Los ojos del hombre, de un desusado color ámbar moteado s con chispas doradas, la siguieron con divertida paciencia. La envolvente capa negra y el amplio tontillo que Shanna llevaba debajo de su vestido dejaban mucho librado a la imaginación, sin permitir calcular su edad o apreciar su figura.
– He oído decir que las viudas de la corte practican extraños placeres -comentó él y cruzó los brazos sobre el pecho-. Si de verdad hay una mujer debajo de esas ropas, yo veo pocas pruebas de ello. Perdóneme, mi lady, pero es tarde y mi mente está embotada por el sueño. Por mi vida, no puedo determinar qué propósito la ha traído hasta aquí.
Su sonrisa era sólo levemente burlona pero su voz era abiertamente desafiante. Deliberadamente, Shanna se acercó más hasta que estuvo segura de que el hombre podía detectar la fragancia de su perfume.
El primer asalto estaba lanzado.
– Tenga cuidado, mi lady -le advirtió Hicks-. Es un verdadero bellaco, eso es. Ha matado a una muchacha encinta. La golpeó hasta dejarla convertida en una pulpa ensangrentada, eso hizo.
Pitney avanzó hasta ubicarse detrás de su ama, protectoramente cerca. Su inmensa silueta se erguía amenazadora en los pequeños confines de la celda y hacía que los demás parecieran enanos. Shanna vio apenas una chispa de sorpresa en los ojos del prisionero.
– Ha venido muy bien acompañada mi lady. -Su tono no fue menos audaz-. Tendré cuidado de no hacer movimientos bruscos para no equivocarme Y privar al verdugo de su paga.
Ignorando la ironía. Shanna sacó un frasco de plata de los pliegues de su capa y se lo tendió.
– Un brandy, señor -dijo suavemente-. Si gusta.
Lentamente, Ruark Beauchamp estiró una mano y cubrió un momento los dedos de ella con los suyos antes de tomar el frasco. Sonrió lentamente al rostro velado.
– Muchas gracias.
En otra ocasión, Shanna hubiera regañado al hombre por su atrevimiento, pero ahora permaneció cautamente en silencio. Lo observó mientras él quitaba el tapón y se llevaba el frasco a los labios. Después, él se detuvo y trató nuevamente de descubrir las facciones de ella a través del encaje negro del velo.
– ¿Desea compartirlo conmigo, mi lady?
– No, señor Beauchamp, es todo suyo para que lo beba a su placer. Ruark bebió otro largo sorbo antes de suspirar complacido. -Muchas gracias, mi lady. Casi había olvidado que existen estos lujos.
– ¿Está usted acostumbrado a los lujos, señor Beauchamp?
– preguntó Shanna suavemente.
El colonial, por toda respuesta, se alzó de hombros y señaló con una mano lo que le rodeaba.
– Ciertamente a más que esto -dijo.
Una respuesta sin compromisos, pensó Shanna despectivamente. Después de tres meses en ese lugar, el hombre debería mostrarse más agradecido por su compañía. Nuevamente retiró la mano de los pliegues de su capa y esta vez ofreció un bulto pequeño.
– Aunque sus días están contados, señor Beauchamp, mucho puede hacerse para aliviar su situación. Aquí tiene esto, para su hambre.
El no aceptó hasta que Shanna se vio obligada a abrir ella misma la gran servilleta y mostrar una hogaza de pan endulzado y una generosa porción de sabroso queso. Ella miró con curiosidad pero no hizo ningún movimiento por tomar lo que le ofrecían.
– Mi lady -imploró-, yo deseo este presente pero siento recelos, porque no sé qué desea usted a cambio y nada tengo para ofrecerle.
Una sombra de sonrisa bailó por los labios de Shanna. Al mirarla directamente, Ruark creyó ver una boca curvándose suavemente debajo del espeso velo. Ello estimuló bastante su imaginación.
– Su atención por un momento, señor, y su consideración, porque tengo un asunto que discutir -replicó suavemente Shanna y dejó la comida sobre una tosca mesa que estaba cerca de la cama. Shanna enfrentó resueltamente al señor Hicks y su orden fue dicha quedamente pero con firmeza.
– Ahora déjenos. Quiero hablar en privado con este hombre. Se percató del creciente interés del prisionero.
Desde abajo de sus cejas oscuras, él los observaba a todos con mucha atención y esperaba pacientemente, como un gato ante una cueva de ratones.
Pitney se acercó más, con su ancho rostro lleno de preocupación. – ¿Está segura, señora mía?
– Desde luego -repuso ella y señaló la puerta con su mano delgada-. Acompañe al señor Hicks fuera de la celda.
El obeso carcelero protestó dolorido.
– ¡El bellaco le torcerá el cuello si lo dejo! -dijo Hicks, preocupado, porque si la joven sufría algún daño ¿quién le pagaría a él? Con voz plañidera, dijo-: No me atrevo, mi lady.