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– Siéntese, Tracy. -Se enorgullecía de conocer el nombre de pila de todos sus empleados-. Qué tiempo horrible, ¿verdad?

– Sí.

– Pero, de todos modos, la gente tiene que hacer sus operaciones bancarias. -Ya se le habían acabado los comentarios triviales. Se apoyó, entonces, sobre su escritorio-. Tengo entendido que se ha comprometido con Charles Stanhope III.

Tracy quedó asombrada.

– Ni siquiera lo hemos anunciado. ¿Cómo…?

Desmond sonrió.

– Cualquier cosa que hagan los Stanhope es noticia. Me alegro mucho por usted. Supongo que seguirá trabajando con nosotros, después de la luna de miel, desde luego. No querríamos perderla. Es usted una de nuestras empleadas más valiosas.

– Charles y yo conversamos sobre el tema, y llegamos a la conclusión de que me haría más feliz seguir trabajando.

Desmond sonrió satisfecho. La financiera «Stanhope» era una de las más renombradas de la comunidad bursátil, y nada le habría gustado más que conseguir la cuenta exclusiva de ellos para su Banco. Se recostó sobre el respaldo del sillón.

– Cuando vuelva de la luna de miel, Tracy, habrá un interesante ascenso para usted, y un considerable aumento de sueldo.

– ¡Vaya! Eso es maravilloso…

Sabía que se lo merecía, y experimentó un gran orgullo. No veía la hora de contárselo a Charles. Tenía la impresión de que los dioses se habían puesto de acuerdo para abrumarla de felicidad.

Los Stanhope vivían en una impresionante mansión antigua de Rittenhouse Square. Se trataba de un hito en la ciudad: Tracy había pasado muchas veces por allí. Y ahora, va a ser parte de mi vida.

Estaba nerviosa. El hermoso peinado había sucumbido a causa de la humedad. Cuatro veces se había cambiado de atuendo. ¿Debería vestirse con sencillez o con algo más arreglado? Tenía un único traje de «Yves Saint Laurent» y había tenido que ahorrar para poder comprarlo. Si me lo pongo, pensarán que soy una snob. Pero por otra parte, si elijo otra cosa, dirán que su hijo se casa con alguien inferior a él. Diablos, pensarán eso de todos modos. Finalmente optó por una simple falda gris de lana y una blusa de seda blanca, y se puso al cuello la cadenita de oro que su madre le había regalado para Navidad.

Un mayordomo de librea abrió la puerta de la residencia.

– Buenas noches, señorita Whitney. -Este hombre conoce mi nombre. ¿Será un buen o mal indicio?-. ¿Me permite el abrigo?

Tracy avanzó por un pasillo de mármol que le pareció más grande que todo el Banco. De pronto sintió pánico. Dios mío, elegí mal la ropa. Debí haberme puesto el «Ives Saint Laurent». Al entrar en la biblioteca sintió que comenzaba a desfallecer. Se encontró cara a cara con los padres de Charles.

El señor Stanhope era un hombre de sesenta años, de mirada severa. Era una proyección de lo que sería su hijo al cabo de treinta años. Tenía ojos castaños, mentón firme y cabello blanco. A Tracy le resultó muy agradable. Sería un abuelo perfecto.

La madre de Charles tenía un aspecto imponente. Era bastante baja y corpulenta, pese a lo cual poseía un porte aristocrático.

La señora le tendió la mano.

– Gracias por haber venido, querida. Le hemos pedido a Charles que nos deje unos minutos a solas contigo. ¿No te importa?

– Claro que no -declaró el padre de Charles-. Siéntate… Te llamas Tracy, ¿verdad?

– Sí, señor.

Ambos tomaron asiento en un sofá, frente a ella. ¿Por qué tengo la sensación de que voy a enfrentarme a una inquisición? Someterte a algo que no puedas superar. Simplemente ten confianza en ti misma.

El primer paso de Tracy fue dedicarles una tenue sonrisa que se le borró cuando cayó en la cuenta de que se le había corrido la media. Trató de disimularlo cruzando las piernas.

– Así que tú y Charles queréis casaros.

La voz del señor Stanhope era cordial. Esas palabras la perturbaron.

– Sí.

– No hace mucho que os conocéis, ¿verdad? -preguntó la madre.

Tracy trató de mantener la calma.

– Lo suficiente como para saber que nos amamos, señora.

– ¿Se aman? -murmuró el señor Stanhope.

– Para andar sin rodeos -dijo la mujer-, la noticia de Charles nos cayó como un balde de agua fría. -Sonrió con aire condescendiente-. Seguramente Charles te habrá hablado de Charlotte. -Una expresión de sorpresa se pintó en el rostro de Tracy-. Entiendo. Bueno. Charlotte y él se criaron juntos, siempre fueron muy amigos…, y francamente, todos esperábamos que anunciaran su compromiso este año.

No fue necesario que le describiesen a Charlotte. Tracy ya se había formado una imagen de ella. Sería rica y provendría del mismo círculo social que Charles. Habría ido a los mejores colegios. Le encantarían los caballos y las joyas.

– Háblanos de tu familia -le sugirió el señor Stanhope.

Dios mío, ésta es una escena de película. Yo soy Rita Hayworth, que va a conocer a los padres de Cary Grant. Ahora, el mayordomo debería salvar la situación entrando con una bandeja de bebidas.

– ¿Dónde naciste, querida? -preguntó la señora.

– En Luisiana. Mi padre era mecánico.

No había necesidad de agregar eso, pero Tracy no pudo resistirse. Al diablo con ellos. Estaba muy orgullosa de su padre.

– ¿Mecánico?

– Sí. Tenía un pequeño taller en Nueva Orleáns, que convirtió en una empresa bastante grande en su especialidad. Cuando murió, hace cinco años, mi madre se hizo cargo del negocio.

– ¿Qué produce esa… empresa?

– Repuestos para automotores.

El matrimonio intercambió una mirada gélida, y ambos musitaron al unísono:

– Entiendo.

El tono de voz de los Stanhope puso tensa a Tracy. Contempló los rostros poco amables que tenía ante sus ojos y, para su consternación, comenzó a decir tonterías.

– Les encantará mi madre. Es una mujer hermosa, inteligente, encantadora. Nació en el Sur. Es también muy bajita, más o menos de su altura, señora…

Sus palabras fueron desvaneciéndose en el opresivo silencio. Tracy lanzó una risita boba.

El señor Stanhope afirmó, con tono inexpresivo:

– Charles nos informó de que estás embarazada.

La actitud del matrimonio era de total desaprobación, como si Charles no hubiese tenido nada que ver con lo ocurrido.

– No entiendo cómo en esta época… -comenzó a decir la señora, pero no concluyó la frase porque en ese momento entró Charles en la habitación.

Tracy sintió una oleada de alivio al verlo.

– ¿Y bien? -preguntó Charles con una amplia sonrisa-. ¿Cómo os ha ido?

Tracy se puso de pie y corrió a sus brazos.

– Muy bien, querido. -Lo estrechó fuertemente, pensando: Gracias a Dios que no es como sus padres.

Oyeron una tosecita discreta a sus espaldas. El mayordomo llegaba con la bandeja de las bebidas. No debo preocuparme -se dijo Tracy- Esta película tendrá final feliz.

La cena fue excelente, pero Tracy estaba demasiado nerviosa para comer. Hablaron de temas bancarios, de política y del lamentable estado del mundo, en un tono muy cortés e impersonal. Para ser justos -pensó Tracy- tienen todo el derecho del mundo de preocuparse por la mujer que se casará con su hijo. Algún día la empresa será de Charles, y es importante que tenga la esposa adecuada.

Charles le tomó suavemente la mano con que ella había estado retorciendo la servilleta debajo de la mesa y le sonrió.

– Tracy y yo preferimos una boda sencilla, y después…

– Tonterías -interrumpió su madre-. En nuestra familia, no existen las bodas sencillas, Charles. Decenas de amigos querrán estar presentes. -Miró a Tracy, evaluando su aspecto-. Tal vez debamos enviar las invitaciones de inmediato… Si os parece conveniente -agregó.

– Sí. Por supuesto -replicó Tracy.