Выбрать главу

– No hace mucho tiempo, todo el terreno donde se asienta el aeropuerto era el mar del Norte. Schiphol significa «cementerio de barcos».

Tracy le susurró al oído:

– Me encanta oírte hablar. Es maravilloso estar enamorada de una persona que sabe tanto.

– Y todavía no has escuchado lo más impresionante. El veinticinco por ciento del país se encuentra sobre tierras ganadas al mar. Holanda está cinco metros por debajo del nivel del mar.

– Vaya… ¿Trajiste salvavidas?

– No te preocupes. Estamos perfectamente seguros siempre y cuando ese niño conserve su dedito en la represa.

Por todas partes adónde iban, los seguía la Policía. Noche a noche, Daniel Cooper leía los informes que se le presentaban al inspector Van Duren. No había nada de raro en ellos, pero las sospechas de Cooper se mantenían incólumes. Está tramando algo -se decía-. Algo grande. Me pregunto si se habrá dado cuenta de que la siguen.

En opinión de los detectives, Tracy y Jeff eran meros turistas.

– ¿No sería posible que estuviese equivocado? -le preguntó Van Duren a Cooper-. Podrían haber venido a Holanda sólo de paseo.

– No -fue la obcecada respuesta del norteamericano-. No estoy equivocado. Sigan observándola.

Tenía la sensación de que se le estaba acabando el tiempo. Si Tracy Whitney no daba pronto algún paso, volverían a suspender la vigilancia policial. Y no podía permitir que sucediera eso.

Tracy y Jeff tenían habitaciones comunicadas en el «Amstel».

– Es por una cuestión de respetabilidad -había dicho él-, pero no voy a dejar que te alejes mucho de mí.

– ¿Me lo prometes?

Todas las noches Jeff se quedaba en la habitación de ella hasta el alba. Era un amante variable, a veces tierno y considerado, en ocasiones salvaje e impetuoso.

– Por primera vez aprovecho realmente mi cuerpo -confesó ella en un murmullo-. Te necesitaba para saberlo.

– ¿Quieres asegurarte un poco más? -preguntó Jeff y la abrazó.

Paseaban por la ciudad aparentemente a la deriva. Almorzaban y cenaban en conocidos restaurantes. Todas las noches, el informe que recibía el inspector Joop van Duren terminaba con la misma nota: Nada sospechoso.

Paciencia -se decía Daniel Cooper-. Paciencia.

A instancias de Cooper, Van Duren solicitó a Willems permiso para colocar micrófonos ocultos en las habitaciones del hotel. La autorización fue denegada.

– Cuando sus conjeturas tengan bases más firmes, venga a verme de nuevo. De lo contrario, no puedo permitirle que escuche las conversaciones de unas personas que, hasta ahora, sólo son culpables de estar paseando por Holanda.

Esa conversación había tenido lugar un viernes. El lunes por la mañana, Tracy y Jeff se dirigieron a Coster, el centro de manufactura de piedras preciosas de Amsterdam, a visitar la Fábrica Holandesa de Talla de Brillantes. Daniel Cooper formaba parte del equipo de vigilancia. La fábrica estaba colmada de turistas. Un guía que hablaba inglés dirigía el recorrido del establecimiento, explicando todos los pasos del proceso de tallado. Al finalizar la gira, llevó al grupo hasta un amplio salón de exposición donde había vidrieras llenas de toda clase de brillantes en venta. Por supuesto, ésa era la razón fundamental para organizarles a los turistas visitas con guía.

En el centro de la sala se levantaba una vitrina montada sobre un alto pedestal negro; dentro, el brillante más sorprendente que Tracy hubiese visto jamás.

El guía anunció con orgullo:

– Y aquí, damas y caballeros, se encuentra el famoso diamante «Lucullan», del que todos habrán oído hablar. En una oportunidad lo quiso adquirir un prestigioso actor de teatro para su mujer, una actriz de cine. Está valorado en diez millones de dólares. Se trata de una piedra perfecta, de las más puras del mundo.

– ¿No es una tentación para los ladrones de joyas? -preguntó Jeff en voz alta.

Daniel Cooper se adelantó para oír mejor.

El guía sonrió con aire de indulgencia.

– Oh, no, señor. -Señaló en dirección al guardia armado que estaba apostado allí cerca-. Esta piedra está más custodiada que las joyas de la Torre de Londres. No hay peligro. Si alguien llega a tocar esa vitrina, suena una alarma, y automáticamente se cierran todas las puertas y ventanas de esta sala. Por la noche, se conectan rayos infrarrojos, y si alguien entra en la habitación, suena una alarma en la jefatura de Policía.

Jeff miró a Tracy, y dijo:

– Ahora comprendo por qué los exhiben así.

Cooper intercambió una fugaz mirada con uno de los detectives. Horas más tarde, el inspector Van Duren recibía una transcripción de la conversación.

Al día siguiente, Tracy y Jeff visitaron el Rijksmuseum. Al entrar, Jeff comprobó un plano del museo. Atravesaron el vestíbulo principal y llegaron a la sala donde se exhibían obras de Fra Angélico, Murillo, Rubens y Van Dyck. Avanzaban con lentitud, deteniéndose delante de cada cuadro. Luego entraron en la sala de La ronda nocturna, la más famosa tela de Rembrandt.

El título oficial de la obra era La compañía del capitán Frans Banning Cop y el teniente Willen van Ruytenburch y mostraba, con extraordinaria claridad y maestría de composición, a un grupo de soldados preparándose para salir de ronda, bajo el mando de un capitán de colorido uniforme. El sector que rodeaba el cuadro estaba acordonado, y había un guardia muy cerca de allí.

– Cuesta creerlo -dijo Jeff-, pero Rembrandt recibió tremendas recriminaciones por esta tela.

– Pero, ¿por qué, si es fantástica?

– La persona que se lo había encargado, el capitán del cuadro, se enojó porque Rembrandt había destacado a los demás personajes tanto como a él… -Se volvió hacia el guardia-. Espero que esta obra esté bien protegida.

– Oh, sí, señor. El que intente robar algo de este museo tendrá que sortear rayos electrónicos y cámaras de televisión de noche, y hay varios guardias con perros adiestrados.

Jeff esbozó una sonrisa.

– Ahora me quedo más tranquilo. Es un cuadro bellísimo.

Ese mismo día se informó a Van Duren de esa conversación.

– ¡La ronda nocturna! -exclamó-. ¡Imposible!

Daniel Cooper se limitó a parpadear con sus ojos miopes.

En el Centro de Convenciones de Amsterdam había una exposición de filatelia. Tracy y Jeff fueron a verla. El vestíbulo estaba fuertemente custodiado, ya que muchos de los sellos eran de lo más valioso. Cooper y el detective holandés los observaron recorrer la colección de sellos raros. Tracy y Jeff se detuvieron delante de un pequeño sello de la Guayana Británica.

– Qué sello más horrible -observó Tracy.

– Ni te acerques, querida. Es único en su especie. No existe otro en todo el mundo.

– ¿Cuánto vale?

– Un millón de dólares.

El empleado que estaba junto a ellos asintió.

– Así es, señor. La mayoría de la gente que lo mira no tiene idea, pero veo que usted sabe de sellos. En ellos se encuentra la historia del mundo.

Se encaminaron a otra vitrina y contemplaron un sello donde aparecía un avión realizando acrobacias.

– Éste es interesante -señaló Tracy.

El bedel que cuidaba la vitrina dijo:

– Está valorado en…

– Setenta y cinco mil dólares -apuntó Jeff.

– Sí, señor. Exacto -replicó el empleado, sorprendido.

Continuaron y vieron un sello azul, hawaiano, de dos centavos.

– Ése vale medio millón de dólares -sostuvo Jeff.

Cooper los seguía mezclado entre el gentío.

Jeff señaló otro.

– Ése es otro sello raro, de un penique, procedente de Mauricio. En lugar de decir «franqueo pagado», algún impresor distraído puso «franqueo postal». Hoy vale una fortuna.