– ¿Brundage?
– Sí, Avery Brundage. ¿Es que no me escuchas? Ya te lo dije antes. Es el presidente del Comité Olímpico de los Estados Unidos.
Asentí.
– ¿Qué más sabes de él?
– Prácticamente nada, aparte de que debe de ser un auténtico gilipollas.
– ¿Te extrañaría saber que mantiene correspondencia con tu viejo amigo Max Reles? ¿Y que es propietario de una empresa de construcción de Chicago?
– ¿Cómo lo sabes?
– Recuerda que soy detective. Una de mis funciones consiste en enterarme de cosas que no tengo por qué saber.
Sonrió.
– Serás cabrón. Has registrado su habitación, ¿a que sí? Por eso me preguntaste anoche por él. Apuesto a que lo hiciste anoche, justo después de la escenita del vestíbulo, cuando te enteraste de que estaría ausente un rato.
– Casi aciertas, sólo que antes lo seguí a la ópera.
– Cinco minutos de Parsifal. Me acuerdo. Conque fuiste por eso, ¿eh?
– Entre sus invitados se encontraban el jefe de Deportes, Funk, de Propaganda y un tal general Von Reichenau. A los demás no los reconocí, pero apuesto a que eran nazis.
– Todos esos que has nombrado están en el comité de organización de los juegos -dijo- y apuesto a que los demás también. -Sacudió la cabeza-. Luego volviste al Adlon y aprovechaste para registrarle la habitación mientras estaba fuera. ¿Qué más encontraste?
– Muchas cartas. Reles cuenta con los servicios de una taquimecanógrafa que le proporcioné yo y, por lo visto, la tiene muy ocupada escribiendo a las empresas que compiten por conseguir las contratas olímpicas.
– En tal caso, seguro que saca tajada, incluso muchas tajadas, hasta del Comité Olímpico alemán.
– Cogí unas cuantas copias de carboncillo de su papelera.
– Estupendo. ¿Me las dejas ver?
Cuando montamos de nuevo en el coche, se las pasé. Se puso a leer una.
– Aquí no hay nada incriminatorio -dijo.
– Eso me pareció al principio.
– No es más que una oferta de un proveedor de cemento para el Ministerio del Interior.
– Y la otra, de un proveedor de gas propano para la llama olímpica. -Hice una pausa-. ¿No lo entiendes? Lo que tenemos es la copia, es decir, que la escribió la taquimecanógrafa del Adlon en la suite de Reles. Se supone que las concesiones sólo pueden hacerse a empresas alemanas, pero él es estadounidense.
– A lo mejor ha comprado esas empresas.
– Puede. Me parece que dinero no le falta. Seguramente por eso fue a Zurich antes de venir aquí. En la habitación tiene una bolsa con miles de dólares y francos suizos de oro, por no hablar de una metralleta. Ni siquiera en estos tiempos se necesita semejante arma para dirigir una empresa en Alemania, a menos que tengas problemas graves con los obreros.
– Tengo que pensar en todo esto.
– Yo también. Me da la sensación de que nos estamos metiendo hasta el cuello en un asunto feo, pero yo tengo mucho apego al mío. Lo digo sólo porque resulta que en este país tenemos el hacha que cae y no la usan únicamente para cortar el pelo a los delincuentes, sino también a los comunistas, a los republicanos y seguramente a cualquiera que no le guste al gobierno. Oye, en serio, no digas una palabra de todo esto a Von Tschammer und Osten, ¿de acuerdo?
– Por supuesto. Todavía no estoy preparada para que me echen de Alemania. Menos aún, desde anoche.
– Me alegro de saberlo.
– Mientras pienso en Max Reles, te diré que no está nada mal esa idea que has tenido de buscar al tío de Isaac Deutsch y basar el artículo en lo que me cuente.
– Lo dije sólo para que volvieses al coche.
– Bien, he vuelto al coche y la idea sigue siendo buena.
– Yo no estoy tan seguro. Supongamos que escribes un artículo sobre los judíos que trabajan en las obras del nuevo estadio: a lo mejor consigues que los echen a todos, en cuyo caso, ¿qué sería de ellos? ¿Cómo van a dar de comer a sus familias? Puede que incluso mandasen a muchos a un campo de concentración. ¿Se te había ocurrido pensarlo?
– Desde luego que sí. ¿Por quién me tomas? Soy judía, no lo olvides. Nunca se me olvidan las consecuencias humanas que puede acarrear lo que escriba. Mira, Bernie, yo lo veo así: lo que está en juego aquí es mucho más que el puesto de trabajo de unos cuantos centenares de personas. Los Estados Unidos son, con diferencia, el país más importante de cualquier olimpiada. En la de Los Ángeles ganamos cuarenta y una medallas de oro, más que cualquier otro país. Italia fue la siguiente, con doce. Unas Olimpiadas sin los Estados Unidos no tendrían sentido, por eso es tan importante el boicot, porque no celebrarlas aquí sería el golpe más grave que pudiera sufrir el prestigio nazi en la propia Alemania, por no hablar de que sería la forma más eficaz de demostrar a la juventud alemana lo que opina el resto del mundo de la doctrina nazi. Eso es más importante que si unos cuantos judíos pueden o no alimentar a su familia, ¿no estás de acuerdo?
– Tal vez, pero, si vamos a Pichelsberg en busca de respuestas sobre Isaac Deutsch, puede que tengamos que preguntárselo a los mismos que lo echaron al canal. Es posible que no les guste nada que se escriba sobre ellos, aunque sea en un periódico neoyorquino. Buscar a Joey Deutsch podría volverse tan peligroso como husmear en los asuntos de Max Reles.
– Eres detective y ex policía. Diría que ese trabajo siempre conlleva cierta dosis de peligro.
– Cierta dosis, sí, pero eso no me hace invulnerable a las balas. Por otra parte, cuando estés en Nueva York recogiendo el premio Pulitzer al mejor reportaje, yo seguiré aquí, o eso espero, al menos, porque podría aparecer flotando en el canal tan fácilmente como Isaac Deutsch.
– Si es cuestión de dinero…
– Teniendo en cuenta lo de anoche, te aseguro que no. Aunque hay que reconocer que siempre es una respuesta convincente.
– La pasta habla, ¿eh, Gunther?
– A veces parece imposible hacerla callar. Soy detective de hotel porque no me queda más remedio, Noreen, no porque me guste. Estoy en la ruina, encanto. Cuando me fui de la KRIPO quedaron atrás un salario razonable y una pensión, por no hablar de lo que mi padre llamaba «buenas perspectivas». No me veo ascendiendo a director de hotel, ¿tú sí?
Noreen sonrió.
– De la clase de hotel en la que me gustaría estar, no.
– Exactamente.
– ¿Qué te parecen veinte marcos al día?
– Generoso. Muy generoso, pero no van por ahí los tiros.
– El premio Pulitzer no da para tanto, ¿sabes?
– No pretendo sacar tajada, sólo un préstamo. Un préstamo financiero, con intereses. Lo que no prestan los bancos por la Depresión, ni siquiera entre ellos. No sería lógico pedir a los Adlon que invirtiesen en la presentación de mi renuncia.
– ¿Para hacer qué?
– Esto mismo. Ser detective privado, desde luego. Es lo único que sé hacer. Supongo que unos quinientos marcos me permitirían instalarme por cuenta propia.
– ¿Qué garantías tendría de que vivirías para devolvérmelos?
– Eso sería un gran incentivo, por descontado. No quisiera perder la vida ni que perdieses tú dinero por ello, claro. Lo cierto es que seguramente podría devolverte la inversión con un veinte por ciento de interés.
– Evidentemente, has dado un par de vueltas al asunto.
– Desde que los nazis subieron al poder. En esta ciudad suceden a diario escenas como la que acabamos de ver frente al ayuntamiento y, lejos de mejorar, las cosas se van a poner mucho peor. Es mucha la gente (judíos, gitanos, francmasones, comunistas, homosexuales, testigos de Jehová) que se ha hecho a la idea de que no puede acudir a la policía a contar sus problemas. Por eso tendrán que llamar a otras puertas, cosa favorable a mis intereses.