– ¿Usted cree? Yo lo dudo. Aquí, a nadie pareció interesarle lo que tenía que decir sobre Max Reles.
– No he venido a llenarme los oídos de café, capitán. Cuéntemelo.
Sin prestar atención al café y a la excelente tarta, Weinberger se inclinó emocionado hacia adelante.
– Ese hombre es un auténtico gangster -dijo-, como Al Capone y todos esos matones de Chicago. El FBI…
– Un momento. Empiece por el principio.
– Bien, en tal caso, le conviene saber que Wurzburgo es la capital de la industria de las canteras. Los arquitectos de todo el país tienen en gran estima nuestra piedra caliza, pero en realidad, sólo hay cuatro empresas suministradoras. Una es Calizas del Jura Würzburg, propiedad de un ciudadano importante que se llama Roland Rothenberger. -Se encogió de hombros con pesar-. Dígame si le parece un apellido menos judío que el mío.
– Siga.
– Rothenberger es amigo de mi padre. Mi padre es médico y concejal del ayuntamiento. Hace unos meses, precisamente por motivos de su cargo, fue a verlo Rothenberger y le dijo que lo estaba intimidando un tal Krempel. Gerhard Krempel, un ex SA que ahora es matón de Max Reles. El caso es que, según Rothenberger, el tal Max Reles le había hecho una oferta de compra de participaciones en su empresa y Krempel empezó a ponerse violento cuando Rothenberger le dijo que no quería vender. Por eso me puse a investigar, pero apenas había abierto el expediente, cuando Rothenberger se puso en contacto conmigo y me dijo que deseaba retirar la queja, que Reles le había subido la oferta sustanciosamente, que no había sido más que un malentendido y que ahora Max Reles era accionista de Calizas del Jura Würzburg. En resumen, que me olvidase de todo.
»Pero me temo que el aburrimiento pudo conmigo y me propuse averiguar más cosas sobre Reles. Descubrí enseguida que era ciudadano estadounidense y, por tanto, sólo por eso se había cometido un delito. Como probablemente sabrá, las únicas empresas que pueden presentarse para los contratos de los Juegos Olímpicos son las alemanas y resultó que Calizas Würzburg acababa de desbancar a la competencia de aquí en el suministro de piedra para el nuevo estadio de Berlín. También averigüé que Reles parecía tener relaciones muy importantes aquí, en Alemania, de modo que investigué lo que se sabía de él en los Estados Unidos. Por eso me puse en contacto con Liebermann von Sonnenberg.
– ¿Qué le contó el FBI?
– Mucho más de lo que esperaba, la verdad. Lo suficiente para convencerme de que debía hacer comprobaciones en la KRIPO de Viena. La idea que tengo de Reles se basa en dos fuentes de información diferentes, más lo que he podido averiguar por mi cuenta.
– Ha trabajado mucho.
– Max Reles es de Brownsville (Nueva York) y es judío germanohúngaro. Sólo con eso ya sería suficiente, pero hay más. Su padre, Theodor Reles, se fue de Viena a América a principios de siglo, muy probablemente huyendo de una acusación de homicidio. La KRIPO de Viena tenía grandes sospechas de que había matado a un hombre al menos con un picahielo. Al parecer, era una técnica secreta que le había enseñado un doctor judío de Viena, un tal Arnstein. Una vez instalado en América, Theodor se casó y tuvo dos hijos: Max y Abraham, el menor.
»Bien. Max no cree en nada, aunque, durante la Ley Seca, participó en el mercado negro, así como en estafas financieras y en apuestas. Desde marzo del año pasado, cuando derogaron esa ley, ha establecido conexiones con el hampa de Chicago. Abraham, su hermano menor, fue condenado por el tribunal de menores por un delito y también está involucrado en las redes del crimen organizado. Lo consideran uno de los homicidas más fríos de la mafia de Brooklyn y es famoso por el arma que emplea: un picahielo, como su padre. Al parecer, es tanta su habilidad con esa arma que no deja rastro alguno.
– ¿Cómo funciona? -pregunté-. Si se puede matar a un hombre con un pincho, lo normal es dejar algo más que un arañazo.
Weinberger sonreía.
– Eso era lo que pensaba yo. En cualquier caso, en la información que llegó del FBI no había nada respecto al funcionamiento de la técnica. Sin embargo, la KRIPO de Viena conserva el expediente de Theodor Reles. El padre, ya sabe. Al parecer, lo que hacía era clavar el pincho a la víctima directamente en el cerebro por el oído y lo hacía con tanta precisión que a muchas de sus víctimas les diagnosticaban muerte por hemorragia cerebral. Una muerte natural, en resumen.
– Dios -musité-, así es como Reles debió de acabar con Rubusch.
– ¿Qué ha dicho?
Le conté lo que sabía sobre la muerte de Heinrich Rubusch y la venta de su empresa a Calizas del Jura Würzburg.
– Según usted, Max Reles ha establecido contactos con el hampa de Chicago -dije-. ¿Con quién, por ejemplo?
– Hasta hace poco, el dueño de Chicago era el propio Al Capone, que también era de Brooklyn. Sin embargo, ahora está en la cárcel y la organización de Chicago ha copado otras áreas de actividad, como la construcción y el control de la mano de obra. El FBI sospecha que en 1932 el hampa de Chicago manipuló la licitación de las obras de las Olimpiadas de Los Ángeles.
– Eso encaja. Max Reles tiene un buen amigo en el Comité Olímpico de los Estados Unidos que también es propietario de una constructora de Chicago. Un tal Brundage. Creo que se ha dejado sobornar de una forma u otra por nuestro propio comité a cambio de hundir el boicot estadounidense.
– ¿Por dinero?
– No. Le mandan con cuentagotas objetos de arte oriental que formaban parte de la colección que un viejo judío había donado al Museo Etnológico de Berlín.
Asentí con agradecimiento.
– Como ya le he dicho, capitán, ha trabajado usted mucho. Es impresionante la cantidad de información que ha reunido. Francamente, creo que al subcomisario también le impresionará mucho. Con su talento, puede que tenga usted que pensar en una carrera policial de verdad. En la KRIPO.
– ¿La KRIPO? -Weinberger sacudió la cabeza-. No, gracias -dijo-. La policía del futuro es la Gestapo. Tal como lo veo yo, a la larga, la Gestapo y las SS absorberán la KRIPO. No, no, le agradezco el cumplido, pero, desde el punto de vista de mi carrera, tengo que seguir en la Gestapo, y preferiblemente en Berlín, claro está.
– Claro.
– Dígame, Herr Gunther, no le parecerá que queremos enmendar la plana a los de la capital, ¿verdad? Quiero decir, ese Reles puede ser judío y gangster, pero tiene amigos muy importantes en Berlín.
– Ya he hablado con Frau Rubusch sobre la exhumación del cadáver de su marido, con lo cual demostraremos que fue un homicidio. Creo que hasta incluso podré hacerme con el arma del delito. A Reles, como a muchos Amis, le gusta tomar el alcohol con hielo. En el aparador de su habitación del hotel hay un picahielo que da miedo. Por si fuera poco, además es judío, como ha dicho usted. Me gustaría saber lo que opinan de eso sus importantes amigos del Partido. No me gusta mucho esta partida de dómino, pero es posible que, al final, no haya otra forma de pillar a ese cabrón. A Liebermann von Sonnenberg lo nombró Hermann Goering personalmente. Puede que tengamos que presentarle a él todos los hechos principales. Puesto que Goering no está en el Comité Olímpico, no me imagino que quiera pasar por alto la corrupción entre los miembros del comité, aunque lo quieran otros.
– Más vale que esté bien seguro de todas las pruebas antes de dar el paso. ¿Cómo dice el dicho? Quien da la cara, paga.
– Supongo que eso lo aprendió en la escuela preparatoria de la Gestapo. No, no voy a hacer nada hasta que tenga todas las pruebas. Sé nadar y guardar la ropa.
Weinberger asintió.
– Tengo que ir a ver a la viuda y necesito que me firme un permiso para exhumar el cadáver. Probablemente tendré que movilizar también a toda la KRIPO de Wurzburgo, tal como están las cosas, y a un magistrado. Todo eso llevará un tiempo; una semana al menos, tal vez más.