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Elizabeth cogió el tazón de café con cierta inseguridad y se dirigió a la cocina. Ivan la siguió pisándole los talones; iba tan pegado a ella que los mechones de su suave cabellera le hacían cosquillas en la cara. El pelo de la mujer olía a coco y la piel a frutas.

Ivan no comprendía su fascinación por ella. La había estado observando desde el almuerzo del viernes. Luke no había dejado de llamarle para que fuera a jugar con él partida tras partida, pero Ivan había preferido quedarse con Elizabeth. Al principio fue sólo para ver si ella podía oírle o notar su presencia otra vez, pero luego, al cabo de unas horas, la encontró cautivadora. Era obsesivamente pulcra. Se fijó en que nunca salía de la cocina para contestar el teléfono o ir a abrir la puerta principal hasta tenerlo todo limpio y ordenado. Bebía mucho café, miraba el jardín, quitaba pelusas imaginarias a casi todos los objetos. Y reflexionaba. Se le notaba en la cara. Fruncía el ceño al concentrarse y mudaba la expresión del rostro como si estuviera conversando con personas dentro de su cabeza. A juzgar por la actividad de su frente, las más de las veces tales conversaciones terminaban siendo discusiones.

Ivan se percató de que siempre la envolvía el silencio. Nunca había música o ruidos de fondo como solían tener la mayoría de personas, una radio encendida, la ventana abierta para dejar entrar los sonidos del verano: el canto de los pájaros y las cortadoras de césped. Luke y ella hablaban poco y cuando lo hacían era casi siempre para dar órdenes (ella) o para pedir permiso (él), nada divertido. El teléfono rara vez sonaba, nadie venía a visitarla. Daba la impresión de que las conversaciones dentro de la cabeza de Elizabeth eran lo bastante ruidosas como para llenar su silencio.

Ivan pasó gran parte del viernes y el sábado siguiéndola de un lado a otro, sentándose en el sofá de piel crema al anochecer para verla mirar el único programa de televisión que por lo visto le gustaba. Ambos reían en los mismos momentos, gruñían en los mismos momentos y parecían estar perfectamente sincronizados, sin embargo ella no sabía que él estaba allí. La noche anterior Ivan la había observado dormir. Había estado inquieta, como mucho durmió unas tres horas seguidas; el resto del tiempo lo había pasado leyendo un libro, dejándolo al cabo de cinco minutos, mirando el vacío, cogiendo el libro otra vez, leyendo unas cuantas páginas, leyendo de nuevo las mismas páginas, volviendo a dejar el libro, cerrando los ojos, abriéndolos de nuevo, encendiendo la luz, garabateando bocetos de muebles y habitaciones, jugando con colores y sombras y retales, apagando la luz otra vez.

Había conseguido que Ivan se cansara sólo con mirarla desde la silla de paja del rincón de la habitación. Los viajes a la cocina en busca de café también habían contribuido a cansarle. El domingo por la mañana ella se levantó temprano y se puso a ordenar, aspirar y sacar brillo a una casa que ya estaba impoluta antes de comenzar. Dedicó toda la mañana a la limpieza mientras Ivan jugaba con Luke a tocar y parar en el jardín de atrás. Recordó que a Elizabeth le había molestado particularmente ver cómo Luke corría por el jardín riendo y gritando a solas. Después de reunirse con ellos a la mesa de la cocina, la mujer estuvo observando a Luke jugar a las cartas, y meneó la cabeza con preocupación cuando éste explicó pacientemente y con todo detalle las reglas del juego al vacío.

Pero cuando a las nueve en punto Luke se acostó, Ivan le leyó el cuento de Pulgarcito más deprisa de lo que acostumbraba hacerlo y luego fue corriendo a seguir observando a Elizabeth. Pero notó que se iba poniendo más nerviosa a medida que pasaban los días.

Elizabeth enjuagó el tazón de café asegurándose de que quedara bien limpio antes de meterlo en el lavavajillas. Secó el fregadero mojado con un paño que luego arrojó al canasto de la ropa sucia del office. Quitó pelusas imaginarias a varios objetos que encontró a su paso, recogió migas del suelo, apagó todas las luces y comenzó el mismo proceso en la sala de estar. Había hecho exactamente lo mismo las dos últimas noches.

Esta vez, no obstante, antes de salir de la sala de estar se detuvo bruscamente y a punto estuvo de que Ivan se diera de bruces contra ella. El corazón le latió descompasadamente. ¿Acaso había percibido ella su presencia?

Elizabeth se volvió lentamente.

Ivan se alisó la camisa para tener un aspecto presentable. Una vez la tuvo de cara a él sonrió.

– Hola-dijo muy cohibido.

Elizabeth se restregó los ojos con gesto cansado y los volvió a abrir.

– Ay, Elizabeth, te estás volviendo loca -susurró. Se mordió el labio y arremetió contra Ivan.

Capítulo 5

Elizabeth supo que estaba perdiendo la cabeza justo en ese momento. Les había ocurrido a su hermana y a su madre y ahora le tocaba a ella. Durante los últimos días se había sentido increíblemente insegura, como si alguien la estuviera observando. Había cerrado todas las puertas con llave, corrido las cortinas, puesto la alarma. Eso tendría que haber bastado, pero ahora iba a dar ese paso más.

Se abalanzó directa a la chimenea a través del salón, agarró el atizador de hierro, salió presurosa de la habitación, cerró con llave y subió a su dormitorio. Miró el atizador apoyado en la mesita de noche, puso los ojos en blanco y apagó la lámpara. Desde luego, estaba perdiendo la cabeza.

Ivan se asomó desde detrás del sofá y miró en derredor. Se había escondido allí pensando que Elizabeth se abalanzaba sobre él. Pero después, al oír el cerrojo de la puerta cuando ella salió a escape del salón, se vino abajo con una decepción como no había experimentado hasta entonces.

No soy mago, ¿sabéis? No puedo cruzarme de brazos, asentir con la cabeza, parpadear y desaparecer para acto seguido reaparecer en lo alto de una librería ni nada por el estilo. No vivo en una lámpara, no tengo unas orejitas extrañas, grandes pies peludos ni alas. No sustituyo dientes caídos por monedas, no dejo regalos debajo de los árboles ni escondo huevos de chocolate. No puedo volar, trepar por las paredes de los edificios ni correr a la velocidad de la luz.

Y no puedo abrir puertas.

Eso tienen que hacerlo por mí. Los adultos encuentran que esta parte es la más divertida, pero también la más embarazosa cuando sus hijos la ponen de manifiesto en público. Yo no me río de los adultos que no pueden encaramarse a un árbol ni decir el alfabeto al revés porque no son físicamente capaces de hacerlo. Eso no los convierte en monstruos o fenómenos de la naturaleza.

De ahí que Elizabeth no tuviera por qué haber cerrado con llave la puerta del salón cuando aquella noche fue a acostarse, ya que de todos modos yo no podía girar el picaporte. Como he dicho, no soy un superhéroe; mi poder especial es la amistad. Escucho a la gente y oigo lo que dicen. Oigo su tono de voz, las palabras que emplean para expresarse y, lo que es más importante, oigo lo que no dicen.

O sea que lo único que podía hacer aquella noche era pensar en mi nuevo amigo Luke. De vez en cuando tengo que hacerlo. Tomo notas mentalmente para luego presentar un informe al departamento de administración. Les gusta guardarlo todo archivado para utilizarlo en los cursos de formación. Siempre está entrando gente nueva. De hecho, cuando tengo un hueco entre amigos doy clases.

Necesitaba pensar sobre los motivos que me habían llevado allí. ¿Qué había provocado que Luke quisiera verme? ¿Cómo podía beneficiarse de mi amistad? Este negocio se dirige con suma profesionalidad y siempre tenemos que entregar a la empresa una breve historia de nuestros amigos, así como una lista de nuestros propósitos y objetivos. Yo siempre identificaba enseguida el problema, pero aquella situación resultaba ligeramente desconcertante. Veréis, nunca me había hecho amigo de un adulto hasta entonces. Quien haya conocido alguno entenderá por qué. Carecen de sentido de la diversión. Se ciñen estrictamente a programas y horarios, se centran en las cosas menos importantes que quepa imaginar, como hipotecas y extractos de cuentas bancarias, cuando todo el mundo sabe que la mayor parte del tiempo es la gente que los rodea lo que les hace sonreír. Todo consiste en trabajo sin nada de juego, y yo también trabajo duro, en realidad, pero eso no quita que me guste mucho más jugar.