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– Bah, volverá dentro de dos minutos -dije a Luke, que me miró de una manera extraña.

La mujer del teléfono observó aterrada cómo el coche volvía a acelerar y casi atropellaba a un niño al enfilar la calzada. Ante ese espectáculo unos mechones de pelo se le soltaron del apretado moño como si quisieran dar caza al coche por su cuenta.

Luke bajó la cabeza y puso al bombero otra vez en la escalera sin decir esta boca es mía. La mujer soltó un chillido de exasperación, levantó los brazos y giró en redondo. Se oyó un crujido cuando un tacón se clavó entre los adoquines de la rampa. La mujer agitó la pierna como una loca, cada vez más frustrada, hasta que al final el zapato salió volando, aunque, eso sí, dejando el tacón bien hincado en la grieta.

– ¡¡Mieeeeeeeeeerda!! -gritó. Renqueando con un zapato de tacón y lo que se había convertido en una zapatilla, emprendió el regreso al porche. La puerta fucsia se cerró de un golpe y ella desapareció dentro de la casa. Los montantes, el pomo y el buzón volvieron a sonreírme y yo sonreí a mi vez.

– ¿A quién estás sonriendo? -preguntó Luke torciendo el gesto.

– A la puerta -contesté considerándolo una respuesta obvia. Se quedó mirándome sin dejar de fruncir el ceño, con la mente a todas luces perdida en un mar de ideas sobre lo que acababa de ver y lo extraño que era sonreírle a una puerta.

Alcanzábamos a ver a la mujer del teléfono a través de los cristales de la puerta principaclass="underline" caminaba de un lado a otro del vestíbulo.

– ¿Quién es? -pregunté volviéndome hacia Luke. Se quedó pasmado.

– Ésa es mi tía -dijo casi en un susurro-. Vivo con ella.

– Oh -dije-. ¿Quién era la del coche?

Luke empujó lentamente el coche de bomberos entre la hierba, aplastando las briznas al avanzar de rodillas.

– Ah, ella. Es Saoirse -dijo en voz baja-. Es mi mamá.

– Oh. -Se hizo el silencio y me di cuenta de que estaba triste-. Saoirse -repetí el nombre y me gustó lo que sentí al pronunciarlo; como una ráfaga de viento saliéndome de la boca, o como el rumor de los árboles cuando hablan entre sí los días de viento.

– Seeeeer-ssshaaaaa…

De repente Luke me miró de un modo raro y me callé. Arranqué un ranúnculo del suelo y lo sostuve bajo el mentón de Luke. Un resplandor amarillo encendió su pálida piel.

– Eres de mantequilla -sentencié-. Entonces ¿Saoirse no es tu novia?

A Luke se le iluminó el rostro de golpe y rió. Aunque no tanto como antes.

– ¿Quién es Barry, ese amigo tuyo que comentabas? -preguntó Luke estrellando su coche contra el mío todavía con mucha más fuerza.

– Se llama Barry McDonald -contesté sonriendo al recordar lo divertido que era jugar con Barry.

Los ojos de Luke chispearon.

– ¡Barry McDonald va a mi curso en el colegio!

Entonces caí en la cuenta.

– Estaba convencido de que tu cara me sonaba de algo, Luke. Te veía a diario cuando iba al colegio con Barry.

– ¿Ibas al colegio con Barry? -preguntó sorprendido.

– Sí, el colegio era la monda con Barry -sonreí.

Luke entrecerró los ojos.

– Pues yo no te he visto nunca por allí.

Empecé a reír.

– Hombre, pues claro que no me veías, cabeza hueca -dije como si tal cosa.

Capítulo 2

El corazón de Elizabeth latía ruidosamente en su pecho mientras, calzada con otro par de zapatos, recorría de punta a punta el parquet de arce del alargado vestíbulo de su hogar. Con el teléfono bien apretado entre la oreja y el hombro, su mente era un remolino de pensamientos mientras oía el estridente tono de llamada.

Dejó de caminar el rato suficiente para contemplar su reflejo en el espejo. Sus ojos castaños se abrieron horrorizados. Rara vez se permitía presentar un aspecto tan desaliñado. Tan descontrolado. Unos cuantos mechones de cabello color chocolate se habían escapado del apretado moño francés, de tal modo que parecía que hubiese metido los dedos en un enchufe. El rimel se había alojado en las arrugas de debajo de los ojos; el pintalabios se había desvanecido dejando sólo el trazo del perfilador color ciruela a modo de marco, y la base de maquillaje se pegaba a las partes secas de su piel olivácea. ¿Qué había sido de su impecable aspecto habitual? Eso hizo que el corazón le latiera aún más deprisa y que su pánico se hiciera mayor.

«Respira, Elizabeth, concéntrate en respirar», se dijo a sí misma. Se atusó el pelo alborotado con mano temblorosa, colocando en su sitio los mechones rebeldes. Se limpió los restos de rimel con un dedo mojado, apretó los labios, se alisó la chaqueta del traje y carraspeó. Sólo se trataba de una momentánea pérdida de concentración por su parte, eso era todo. No volvería a ocurrir. Se pasó el teléfono a la oreja izquierda y reparó en la marca que el pendiente Claddagh le había dejado en el cuello.

Por fin contestó alguien y Elizabeth dio la espalda al espejo y se enderezó. Vuelta al trabajo.

– Comisaría de la Garda de Baile na gCroíthe, dígame.

Elizabeth hizo una mueca al reconocer la voz del teléfono.

– Hola, Marie, soy Elizabeth… otra vez. Saoirse se ha llevado el coche… -hizo una pausa- otra vez.

Se oyó un suspiro amable al otro lado de la línea.

– ¿Cuánto hace de eso, Elizabeth?

Elizabeth se sentó en el primer escalón y se dispuso a contestar las preguntas de costumbre. Cerró los ojos sólo para descansar la vista un momento, pero el alivio de apartar de sí todo lo demás la incitó a mantenerlos cerrados.

– Apenas cinco minutos.

– Bien. ¿Dijo adonde iba?

– A la luna -contestó Elizabeth con toda naturalidad.

– ¿Cómo dices? -preguntó Marie.

– Lo has oído bien. Ha dicho que se iba a la luna -agregó Elizabeth con firmeza-. Por lo visto la gente de allí la entenderá.

– La luna -repitió Marie.

– Sí -contestó Elizabeth un tanto irritada-. Quizá podríais empezar a buscar por la autopista. Me figuro que si me dirigiera a la luna pensaría que es el camino más rápido para llegar allá, ¿tú no? Aunque no estoy del todo segura de qué salida tomaría. La que quede más al norte, digo yo. Tal vez se esté dirigiendo hacia el nordeste, hacia Dublín, o, quién sabe, lo mismo va camino de Cork; a lo mejor tienen un avión listo para llevársela de este planeta. En cualquier caso, yo avisaría a las patrullas de la autop…

– Cálmate, Elizabeth; sabes de sobra que tengo que hacerte estas preguntas.

– Es verdad.

Elizabeth procuró volver a serenarse. En aquel preciso instante debería estar en la importante reunión que tenía programada; era importante para ella, importante para su negocio de diseño de interiores. La canguro de Luke cuidaba de él en sustitución de su anterior niñera, Edith. Ésta había emprendido pocas semanas atrás el viaje de tres meses alrededor del mundo con el que venía amenazando a Elizabeth desde hacía seis años, dejando a la joven e inexperta canguro expuesta a la inconstancia y los cambios de humor de Saoirse. Saoirse había llamado a su hermana al trabajo, presa del pánico… otra vez. Y Elizabeth había tenido que dejar de hacer todo lo que estaba haciendo… otra vez. Y salir pitando hacia casa… otra vez. Aunque no debería sorprenderle que aquello hubiese ocurrido… otra vez. No obstante, le sorprendía que Edith, antes de realizar ese viaje a Australia, hubiera seguido acudiendo puntual al trabajo cada día. Durante seis años Edith había ayudado a Elizabeth a cuidar de Luke, seis años de drama, y aun así, después de tantos años de lealtad, Elizabeth esperaba a diario una llamada suya o una carta de dimisión. Ser la niñera de Luke traía aparejado un montón de problemas. Aunque no muchos más que el hecho de ser su madre adoptiva.