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Benjamín y Poppy miraron a Vincent para ver qué contestaba. Era como seguir un partido de tenis.

– Elizabeth -dijo Vincent con un esbozo de sonrisa-, usted es una joven muy guapa, seguro que sabe esto de sobra. El amor no es un tema. Es una atmósfera, un estado de ánimo.

– Entiendo -dijo Elizabeth dando la impresión de no estar entendiendo absolutamente nada-. Usted quiere un hotel donde se respire amor en el ambiente.

– ¡Exacto! -exclamó Vincent mostrándose complacido-. Pero no se trata de lo que yo quiero, es lo que ellos quieren.

Golpeó con el dedo los recortes de prensa. Elizabeth carraspeó y habló como si se estuviera dirigiendo a un niño.

– Señor Taylor, estamos en junio, lo que llamamos la estación tonta, cuando no hay nada más sobre lo que escribir. Los medios de comunicación sólo ofrecen una imagen distorsionada de la opinión pública; distan de ser exactos, como bien sabe. No representan los deseos y expectativas del pueblo irlandés. Esforzarse por alcanzar algo que encaje con las necesidades de los medios de comunicación constituiría una equivocación descomunal.

Vincent no parecía nada impresionado.

– Mire -prosiguió ella-, este hotel cuenta con una ubicación realmente maravillosa y unas vistas que quitan el hipo, se encuentra junto a un pueblo precioso con una oferta interminable de actividades al aire libre. Mis diseños pretenden prolongar el exterior en el interior haciendo que el paisaje pase a formar parte del establecimiento. Mediante el uso de tonos semejantes a los del entorno natural, como marrones y verdes oscuros, y empleando piedra podemos…

– Todo eso ya lo he oído mil veces -interrumpió Vincent resoplando-. No quiero que el hotel armonice con las montañas, quiero que destaque. No quiero que los huéspedes se sientan como puñeteros gnomos que duermen en catres de hierba y barro.

Apagó el cigarrillo aplastándolo con furia en el cenicero.

«Lo ha perdido -pensó Benjamin-. Qué lástima: ésta lo había intentado con ganas.» Observó cómo se transformaba el rostro de Elizabeth mientras el encargo se le escurría de las manos.

– Señor Taylor -replicó Elizabeth enseguida-, todavía no ha oído todas mis ideas.

Se estaba agarrando a un clavo ardiendo.

Vincent gruñó y miró su Rolex con corona de diamantes.

– Tiene treinta segundos.

Elizabeth se quedó paralizada durante los veinte primeros y finalmente el semblante se le descompuso y pronunció las palabras siguientes con una expresión de intenso dolor

– Poppy -suspiró-, cuéntale tus ideas.

– ¡Sí! -Poppy se levantó de un salto y bailoteó entusiasmada hasta la otra punta de la mesa para plantarse delante de Vincent-. Muy bien, me imagino camas de agua con forma de corazón, baños calientes, copas de champán que salen de las mesillas de noche. Me imagino una fusión de la era Romántica con el art déco. Una explosión -hizo el gesto de una explosión con las manos- de intensos rojos, borgoñas y granates que te harán sentir arropado por el tapizado aterciopelado de un útero. Velas por doquier. El tocador francés se funde con…

Mientras Poppy disertaba y Vincent asentía animadamente con la cabeza bebiéndose cada palabra suya, Benjamin se volvió para mirar a Elizabeth, quien a su vez, con la cabeza apoyada en una mano, hacía una mueca de dolor ante cada una de las ideas de Poppy. Los ojos de ambos se encontraron y cruzaron una mirada de exasperación a propósito de sus respectivos colegas.

Luego intercambiaron una sonrisa.

Capítulo 17

– Oh, Dios mío, oh, Dios mío -chillaba Poppy con deleite dando saltitos camino del coche de Elizabeth-. Me gustaría darle las gracias a Damien Hirst por inspirarme, a Egon Schiele -se secó una lágrima imaginaria del ojo-, Bansky y Robert Rauschenberg por proporcionarme obras de arte tan increíbles que me han ayudado a desarrollar mi mente creativa, abriéndola delicadamente como un capullo en flor y por…

– Ya basta -siseó Elizabeth apretando los dientes-. Todavía nos están observando.

– Bah, seguro que no, no seas tan paranoica.

El tonillo de Poppy pasó de la euforia a la frustración. Se volvió de cara a la caseta de la obra.

– ¡No te vuelvas, Poppy! -ordenó Elizabeth como si le gritara a un niño.

– Venga. ¿Por qué no? No están mi… Oh, sí que miran. ¡ADIÓÓÓÓS! ¡GRAAAACIAS!

Saludó con las manos como una loca.

– ¿Acaso quieres perder tu empleo? -amenazó Elizabeth negándose a darse la vuelta. Sus palabras tuvieron el mismo efecto que habrían tenido en Luke cuando lo amenazaba con quitarle su Play-Station. Poppy dejó de brincar en el acto y ambas siguieron caminando en silencio hacia el coche. Elizabeth notaba dos pares de ojos clavados en la espalda.

– No puedo creer que hayamos conseguido el trabajo -dijo Poppy jadeando una vez dentro del vehículo, comprimiéndose el corazón con la mano.

– Yo tampoco -rezongó Elizabeth abrochándose el cinturón de seguridad antes de poner el coche en marcha.

– ¿Qué te pasa, gruñona? Cualquiera diría que no hemos conseguido el encargo -la acusó Poppy acomodándose en el asiento del copiloto y sumergiéndose en su propio mundo.

Elizabeth pensó en ello. En realidad no era ella quien había conseguido el encargo, sino Poppy. Se trataba de la clase de victoria que no parecía en lo más mínimo una victoria. ¿Y qué diablos pintaba Ivan allí? Había dicho a Elizabeth que trabajaba con niños. ¿Qué tenía que ver el hotel con los niños? Ni siquiera se había quedado el tiempo suficiente como para que Elizabeth lo averiguara, puesto que había salido de la habitación en cuanto les llevaron los cafés, sin despedirse de nadie aparte de Elizabeth. Caviló sobre este detalle. Quizás estuviera metido en negocios con Vincent y ella había aparecido durante una reunión importante, cosa que explicaría por qué Vincent se había mostrado tan grosero y ensimismado. En fin, fuera lo que fuese, necesitaba informarse y le enojaba que Ivan no lo hubiese mencionado la víspera. Tenía planes que hacer y la sacaban de quicio semejantes trastornos.

Tras separarse de una sobreexcitada Poppy se encaminó hacia Joe's para tomarse un café y reflexionar.

– Buenas tardes, Elizabeth -gritó Joe.

Los otros tres clientes se sobresaltaron con su repentino arrebato.

– Un café, Joe, por favor.

– ¿Para variar?

Elizabeth sonrió con la boca cerrada. Eligió una mesa junto a la ventana que daba a la calle mayor. Se sentó de espaldas a la ventana. No había ido allí a distraerse, necesitaba pensar.

– Disculpe, señora Egan.

La viril voz americana le dio un susto.

– Señor West -dijo Elizabeth sorprendida al levantar la vista.

– Por favor, llámeme Benjamin. -Benjamín sonrió y señaló la silla junto a la de ella-. ¿Le importa que me siente?

Elizabeth apartó sus papeles para hacerle sitio.

– ¿Le apetece tomar algo? -preguntó.

– Un café me vendría de perlas.

Elizabeth agarró su tazón y lo levantó hacia Joe.

– Joe, dos Frappacinos de mango en vaso largo, por favor.

A Benjamin se le encendieron los ojos.

– Me está tomando el pelo. Creía que aquí no servían es… -Se vio interrumpido por Joe, que dejó con desgana dos tazones de café con leche aguado en la mesa. El líquido rebosaba por los lados de los tazones-. Vaya -concluyó decepcionado.