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Un amigo.

Abrió los ojos y vio una tarjeta en el suelo a su lado, aunque la habitación estaba vacía y silenciosa. Alguien tenía que haber entrado subrepticiamente mientras tenía los ojos cerrados y la había dejado allí. Recogió la tarjeta, que presentaba la huella dactilar negra de un pulgar. No le hizo falta leerla para saber que era la nueva tarjeta de visita de Benjamin.

Quizás ese ejercicio de imaginación había dado resultado después de todo. Al parecer, acababa de hacer un amigo en el cuarto de jugar.

En cuanto se hubo metido la tarjeta en un bolsillo trasero, se olvidó de Benjamin y siguió contemplando las cuatro paredes.

Ni por ésas. Aún no se le ocurría nada.

Capítulo 28

Elizabeth estaba sentada a la mesa de cristal en la cocina impoluta, rodeada de resplandecientes encimeras de granito, armarios de roble pulido y brillantes losas de mármol. Acababa de darle uno de sus arrebatos de limpieza y aún no tenía las ideas en orden. Cada vez que sonaba el teléfono se precipitaba a contestar pensando que sería Saoirse, pero era Edith interesándose por Luke. Elizabeth aún no había recibido noticias de su hermana, su padre seguía aguardando en su antiguo dormitorio; llevaba casi dos semanas sentado, comiendo y durmiendo en el mismo sillón. Se negaba en redondo a hablar con Elizabeth, ni siquiera permitía que cruzara el umbral de la puerta principal, de modo que Elizabeth tuvo que contratar a una asistenta que fuera a cocinar algo a diario y a limpiar de vez en cuando. Algunos días su padre la dejaba entrar, otros no. El muchacho que trabajaba con él en la granja había asumido todas las tareas. Todo aquello le estaba costando a Elizabeth un dinero que no se podía permitir, pero no había otra cosa que pudiera hacer. No podía ayudar a los otros dos miembros de su familia si no se dejaban ayudar. Y por primera vez se preguntó si tenía algo en común con ellos después de todo.

Habían vivido juntos, las niñas se habían criado juntas, pero por separado, y todavía permanecían juntos en el mismo pueblo. Se comunicaban más bien poco entre sí, pero cuando uno de ellos se ausentaba…, bueno, importaba. Estaban atados por una cuerda vieja y desgastada que había terminado siendo objeto de tira y afloja.

Elizabeth no se veía con ánimos de contar a Luke lo que estaba pasando y, por supuesto, él sabía que ocurría algo. Ivan tenía razón, las criaturas poseían un sexto sentido para esa clase de cosas, pero Luke era tan buen niño que en cuanto percibió la tristeza de Elizabeth se retiró al cuarto de jugar. Por eso ella oía el ruido amortiguado de los bloques de construcción. Sólo conseguía hablarle para decirle que se lavara las manos, que se expresara correctamente y que dejara de arrastrar los pies. Era incapaz de tenderle los brazos abiertos, sus labios no podían formar las palabras «te quiero», pero a su manera se esforzaba por hacerle sentir seguro y querido. Ella había estado en su lugar, sabía lo que era desear que te sostuvieran, te abrazaran, te besaran en la frente y te acunaran. Que te hicieran sentir a salvo aunque sólo fuese un momento, que te hicieran saber que había alguien que te protegía, que la vida no sólo dependía de ti y que no estabas obligado a vivirla con tu fantasía.

Ivan le había proporcionado unos cuantos momentos así durante las últimas semanas. Le había dado un beso en la frente y la había acunado hasta que se durmió, de modo que cerró los ojos sin experimentar el impulso de mirar por la ventana y buscar a otra persona más allá. Pero Ivan, el encantador Ivan, estaba envuelto en un velo de misterio. Aunque ella nunca había conocido a nadie que tuviera la habilidad de hacerle reconocer su propia y auténtica personalidad, y que la ayudara a adquirir más aplomo, no dejaba de admirarla la ironía de que aquel hombre que hablaba en broma de la invisibilidad llevara de hecho una capa de invisibilidad. Ciertamente Ivan la estaba situando en el mapa y le mostraba el camino, sin embargo él mismo no tenía ni idea de hacia dónde iba, de dónde venía, quién era. Le gustaba hablar de los problemas de ella, ayudarla a curarse y a comprenderse, pero él no le había hablado ni una sola vez de sus propias dificultades. Daba la impresión de que ella sólo era un entretenimiento para él, y Elizabeth se preguntaba qué ocurriría cuando acabase la diversión y alboreara la comprensión.

Algo le decía que el tiempo que pasaban juntos era valioso, como si necesitara atesorar cada minuto porque acaso fuera el último con él. Ivan era demasiado bueno para ser verdad, en su compañía vivía la magia de cada momento, tanto así que concluyó que aquello no podía durar para siempre. Ninguna de sus buenas épocas había durado; ninguna de las personas que habían iluminado su vida había logrado permanecer a su lado. Basándose en su suerte hasta la fecha, por puro miedo a perder algo tan especial, se limitaba a aguardar el día en que Ivan se marcharía. Fuera quien fuese él, la estaba curando, le estaba enseñando a sonreír, a reír, y ella se preguntaba qué podía enseñarle a él. Lo que más temía era que algún día Ivan, aquel hombre cariñoso de ojos tiernos, se daría cuenta de que ella no tenía nada que ofrecer, y que él tampoco podía darle nada porque Elizabeth había acabado por dejarle sin recursos.

Era lo que había ocurrido con Mark. Con el tiempo, Elizabeth simplemente no pudo seguir dándole más de sí misma sin desatender a su propia familia. Eso era lo que él quería que hiciera, por supuesto, cortar los cordones que la conectaban con su familia, pero ella era incapaz de hacerlo y nunca lo haría. Saoirse y su padre sabían cómo tirar de esos cordones y por eso se convirtió en su marioneta. Como resultado se encontró sola, criando a un niño que nunca había deseado, mientras que el amor de su vida residía en Estados Unidos felizmente casado y era padre de un hijo. Ella llevaba cinco años sin saber nada de él. Pocos meses después de que Elizabeth regresara a Irlanda él había ido a verla aprovechando una escapada a la isla para visitar a su familia.

Aquellos primeros meses fueron los más duros. Elizabeth se había empeñado en hacer que Saoirse criara al bebé y por más que Saoirse protestara y asegurara que le importaba un bledo, Elizabeth no estaba dispuesta a permitir que su hermana desaprovechara la oportunidad de educar a su hijo.

El padre de Elizabeth no tuvo paciencia para aguantarlo; no soportaba oír los gritos del bebé toda la noche mientras Saoirse andaba por ahí de parranda. Elizabeth suponía que le recordaba demasiado aquellos años en que se vio solo con un bebé en brazos, bebé que más tarde se quitó de encima pasándoselo a su hija de doce años. Bueno, pues volvió a hacer lo mismo. Echó a Saoirse de la granja obligándola a presentarse en casa de Elizabeth con cuna y todo. El día en que esto sucedía fue el día en que Mark decidió salir de excursión para visitarla.

En cuanto éste echó un vistazo al estado de su vida, ella supo que lo había perdido para siempre. Poco tiempo después Saoirse desapareció de casa dejando al bebé con Elizabeth. Ésta pensó en dar el bebé en adopción, y lo pensó en serio. Cada noche de insomnio y cada día de estrés se prometía que haría aquella llamada. Pero no podía hacerlo. Quizá tuviese algo que ver con su rechazo a rendirse. Era obsesiva en su esfuerzo por alcanzar la perfección y no desistiría en su intento de ayudar a Saoirse. Además había una parte de ella empeñada en demostrar que era capaz de educar a un niño, que no era culpa suya que Saoirse hubiese salido como había salido. Con Luke no cabía equivocarse. El chico se merecía algo mucho mejor.