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Elizabeth maldijo al recoger otro de sus bocetos, lo estrujó como una bola y lo lanzó a la papelera. El tiro resultó corto y como era incapaz de aguantar que algo estuviera fuera de sitio cruzó la habitación y lo echó donde correspondía.

La mesa de la cocina estaba cubierta de papel, lápices de colores, libros infantiles, personajes de tebeo… Lo único que había conseguido hacer era llenar la hoja de garabatos. Eso no bastaba para el cuarto de jugar y desde luego tampoco para el nuevo mundo que aspiraba a crear. Como de costumbre, ocurrió lo mismo que ocurría siempre que pensaba en Ivan: sonó el timbre y supo que era él. Se levantó, se arregló el pelo y la ropa mirándose en el espejo. Recogió los lápices de colores y el papel, pero se quedó plantada presa del pánico intentando decidir dónde meterlos. Entonces, se le resbalaron de las manos; y cuando renegando, trató de cogerlos, los papeles se le escaparon y cayeron planeando al suelo como hojas en una brisa de otoño.

Mientras estaba en cuclillas, percibió unas zapatillas rojas Converse cruzadas con desenfado en el umbral.

Elizabeth se desplomó, con las mejillas sonrosadas.

– Hola, Ivan -dijo negándose a mirarlo.

– Hola, Elizabeth. ¿Tienes avispas en el culo? -preguntó con alegre ironía.

– ¡Qué amable ha sido Luke al abrirte la puerta! -respondió Elizabeth con sarcasmo-. Es curioso, nunca lo hace cuando necesito que lo haga. -Alcanzó las hojas de papel del suelo y se puso de pie-. Vas de rojo -constató examinando la gorra roja, la camiseta roja y las zapatillas rojas.

– Así es -convino Ivan-. Vestirme de colores distintos es ahora mi distracción favorita. Hace que aún esté más contento.

Elizabeth bajó la vista a su negro atuendo y pensó en ello.

– ¿Qué es eso que tienes ahí? -preguntó Ivan irrumpiendo en sus pensamientos.

– Oh, no es nada -farfulló Elizabeth doblando las hojas que tenía juntas.

– Déjame verlo. -Ivan le arrebató los papeles-. ¿Qué tenemos aquí? El Pato Donald, Mickey Mouse -iba pasando páginas-, Winnie-the-Pooh, un coche de carreras y… ¿esto qué es?

Giró la hoja por completo para verla mejor.

– Nada -le espetó Elizabeth arrancándosela de la mano.

– No puede no ser nada; nada es algo así. -La miró inexpresivamente.

– ¿Qué estás haciendo? -preguntó Elizabeth tras un momento de silencio.

– Nada, ¿lo ves? -contestó Ivan mostrándole las manos.

Elizabeth se apartó de él poniendo los ojos en blanco.

– A veces eres peor que Luke. Voy a tomar una copa de vino. ¿Te apetece algo? ¿Vino, cerveza, brandy?

– Un osav de echel, por favor.

– Me encantaría que dejaras de hablar al revés -le soltó ella al darle el vaso de leche-. ¿Es para variar? -preguntó irritada arrojando las hojas a la papelera.

– No, es lo que tomo siempre -contestó Ivan con alegre desparpajo estudiándola con recelo-. ¿Por qué está cerrado con llave ese armario?

– Em… -titubeó Elizabeth-, es para que Luke no tenga acceso al alcohol.

No podía decir que era por Saoirse. Luke había adquirido el hábito de esconder la llave en su cuarto cada vez que oía llegar a su madre.

– Vaya. ¿Tienes planes para el veintinueve?

Ivan giró sobre sí mismo en un taburete de la mesa de desayuno y observó cómo Elizabeth hurgaba entre las botellas de vino torciendo el gesto con concentración.

– ¿Cuándo cae el veintinueve? -preguntó ella a su vez. Cerró el armario y buscó un sacacorchos en un cajón.

– El sábado.

Elizabeth se sonrojó y apartó la vista centrando toda su atención en abrir la botella.

– Este sábado salgo.

– ¿Adonde vas?

– A un restaurante.

– ¿Con quién?

Elizabeth sintió como si fuese Luke quien la acribillaba a preguntas.

– He quedado con Benjamin West -dijo sin dejar de darle la espalda. No se atrevía a mirarle de frente en ese momento, pero tampoco sabía por qué se sentía tan incómoda.

– ¿Por qué has quedado con él en sábado? Tú no trabajas los sábados -aseveró Ivan.

– No es una cita de trabajo, Ivan. No conoce a nadie aquí y saldremos a cenar como es debido. -Se sirvió vino tinto en una copa.

– ¿A cenar? -preguntó Ivan un poco incrédulo-. ¿Vas a comer con Benjamin?

Su voz subió unas cuantas octavas. Elizabeth abrió los ojos de par en par y se volvió en redondo, copa en mano.

– ¿Algún problema?

– Va sucio y huele mal -aseveró Ivan.

Elizabeth se quedó literalmente boquiabierta; no sabía qué responder a aquello.

– Seguramente come con las manos. Como un animal o un cavernícola, medio hombre medio animal. Seguramente caza su…

– Basta, Ivan -ordenó Elizabeth echándose a reír. Él se calló-. ¿Qué pasa en realidad? -preguntó ella enarcando una ceja sin perderle de vista. Después tomó un sorbo de vino.

Ivan dejó de dar vueltas en el taburete y la miró fijamente. Ella le sostuvo la mirada y le vio tragar saliva mientras la nuez le bajaba por el cuello. Su puerilidad desapareció y se le apareció como un hombre, grande, fuerte, con mucha presencia. El pulso de Elizabeth se aceleró. Los ojos de Ivan no se apartaban de su cara y ella no podía mirar a otra parte, incapaz de moverse.

– No pasa nada.

– Ivan, si tienes algo que decirme deberías decirlo -dijo Elizabeth con firmeza-. Ahora ya somos niños y niñas mayores. -Esbozó una sonrisa.

– Elizabeth, ¿querrás salir conmigo el sábado?

– Ivan, sería una grosería por mi parte cancelar la cita con tan poca antelación. ¿No podemos salir otra noche?

– No -replicó Ivan categóricamente saltando del taburete-. Tiene que ser el veintinueve de julio. Ya verás por qué.

– No puedo…

– Puedes -la interrumpió con gran firmeza. La agarró por los codos-. Puedes hacer todo lo que quieras. Reúnete conmigo en Cobh Cúin el sábado a las ocho de la tarde.

– ¿En Cobh Cúin?

– Ya verás por qué -repitió Ivan.

Saludó tocándose la visera de la gorra y desapareció tan deprisa como había llegado.

Antes de salir de la casa fui a ver a Luke al cuarto de jugar.

– Hola, forastero -dije dejándome caer en el saco de alubias.

– Hola, Ivan -dijo Luke mirando el televisor.

– ¿Me has echado de menos?

– No -dijo Luke sonriendo.

– ¿Quieres saber dónde he estado?

– Enrollándote con mi tía.

Luke cerró los ojos y dio besitos al aire antes de que le diera un ataque de risa histérica. Me quedé pasmado.

– ¡Oye! ¿Por qué dices eso?

– Porque la amas -rió Luke y siguió mirando los dibujos animados. Medité un rato sobre aquello.

– ¿Sigues siendo mi amigo?

– Sí -contestó Luke-, pero Sam es mi amigo íntimo.

Fingí que recibía un balazo en el corazón. Luke apartó la vista de la tele para mirarme a la cara con sus ojazos azules rebosantes de esperanza.

– ¿Mi tía es tu amiga íntima ahora?

Reflexioné con sumo cuidado.

– ¿Te gustaría que lo fuese?

Luke asintió enérgicamente.

– ¿Por qué?

– Está mucho más divertida, no se mete tanto conmigo y me deja pintar con lápices en el salón blanco.