Выбрать главу

– ¿Por qué estás sentada a oscuras? -preguntó con dulzura una voz.

Elizabeth esbozó una sonrisa.

– Sólo estoy pensando, Luke.

– ¿Puedo sentarme contigo? -preguntó Luke, y Elizabeth se odió por tener ganas de decir que no-. No diré nada ni tocaré nada, te lo prometo -añadió el niño.

Aquello le partió el corazón. ¿Tan mala era realmente? Sí, sabía que sí.

– Ven a sentarte -sonrió retirando la silla que tenía al lado.

Ambos guardaron silencio en la cocina a oscuras hasta que Elizabeth habló.

– Luke, hay ciertas cosas sobre las que debería hablar contigo. Cosas que debería haberte contado antes, pero… -Se retorcía los dedos tratando de decidir con sumo cuidado de qué modo se expresaría. Cuando era niña lo único que quería era que la gente le explicara lo que había ocurrido, adonde había ido su madre y por qué. Una simple explicación le habría ahorrado años de atormentadoras dudas.

Luke la miró con sus grandes ojos azules de largas pestañas; tenía sonrosadas las mejillas regordetas y el labio superior brillante por el goteo incesante de la nariz. Elizabeth se echó a reír y le pasó la mano por el pelo de un rubio casi blanco y la posó en la cálida nuca del niño.

– El caso -prosiguió Elizabeth- es que no sabía cómo decírtelas.

– ¿Es sobre mi mamá? -preguntó Luke balanceando las piernas bajo la mesa de cristal.

– Sí. Hace bastante que no nos visita, aunque seguramente ya te habrás dado cuenta.

– Se ha ido a la aventura -dijo Luke alegremente.

– Bueno, no sé si puede llamarse así, Luke. -Elizabeth suspiró-. No sé adonde ha ido, corazón. No dijo nada a nadie antes de marcharse.

– A mí sí -exclamó Luke encantado.

– ¿Qué?

Elizabeth abrió mucho los ojos y el pulso se le aceleró.

– Vino a casa antes de irse. Me dijo que se marchaba, pero que no sabía por cuánto tiempo. Y yo le dije que eso era una especie de aventura y ella se rió y dijo que sí.

– ¿Te dijo por qué? -susurró Elizabeth sorprendida de que Saoirse hubiese tenido la compasión de decir adiós a su hijo.

– Aja -asintió Luke pateando el aire más deprisa-. Dijo que era lo mejor para ella, para ti y para el abuelo, porque no dejaba de hacer las cosas mal y hacía enfadar a todo al mundo. Dijo que iba a hacer lo que siempre le habías dicho que hiciera. Dijo que iba a marcharse de aquí.

Elizabeth contuvo el aliento y recordó que solía decir a su hermana pequeña que se marchara cuando las cosas se ponían un poco feas en casa. Recordó que cuando emprendió viaje hacia la universidad contempló a su hermanita de seis años y le repitió una y otra vez que se marchara. Todas aquellas emociones le taponaron la garganta.

– ¿Y tú qué dijiste? -consiguió articular Elizabeth acariciando el pelo fino de Luke y sintiendo, por primera vez en su vida, unas abrumadoras ganas de protegerlo a toda costa.

– Le dije que seguramente tenía razón -contestó Luke con total naturalidad-. Me dijo que ya era un chico mayor y que ahora me tocaba cuidar de ti y del abuelo.

A Elizabeth se le saltaron las lágrimas.

– ¿Eso dijo? -preguntó ahogando el llanto.

Luke levantó la mano y le enjugó las lágrimas con delicadeza.

– Bueno, no te preocupes -añadió ella. Besó la mano de Luke y lo estrechó entre sus brazos-, porque seré yo quien cuide de ti, ¿de acuerdo?

La respuesta del niño sonó amortiguada al tener la cabeza apretada contra el pecho de su tía. Elizabeth lo soltó enseguida para dejarle respirar.

– Edith estará a punto de volver -dijo Luke emocionado después de hacer una profunda inspiración-. Me muero de ganas de ver qué me ha traído.

Elizabeth sonrió, intentó recobrar la compostura y carraspeó para aclararse la voz.

– Podemos presentársela a Ivan. ¿Crees que le caerá bien?

Luke hizo una mueca.

– Me parece que no será capaz de verlo.

– No podemos guardarlo sólo para nosotros, Luke -dijo Elizabeth riendo.

– Bueno, puede que Ivan ni siquiera siga aquí cuando ella vuelva -comentó Luke.

El corazón de Elizabeth latió con fuerza.

– ¿Qué quieres decir con eso? ¿Te ha dicho algo?

Luke negó con la cabeza.

Elizabeth suspiró.

– Vamos, Luke, que estés muy unido a Ivan no significa forzosamente que vaya a abandonarte, ¿sabes? No quiero que tengas miedo de que eso ocurra. Yo solía tenerlo. Solía pensar que todas las personas que amaba siempre acabarían marchándose.

– Yo no me marcharé.

Luke la miró con afecto.

– Y yo te prometo que tampoco me iré a ninguna parte. -Le dio un beso en la cabeza y carraspeó-. ¿Sabes esas cosas que tú y Edith hacéis juntos, como ir al zoo y al cine, cosas así?

Luke asintió con la cabeza.

– ¿Te gustaría que de vez en cuando os acompañara?

Luke sonrió contento.

– Sí, sería muy guay. -Reflexionó un instante-. Ahora somos casi iguales, ¿verdad? Que mi mamá se marche es un poco como cuando lo hizo la tuya, ¿no? -preguntó. Empañó con el aliento la mesa de cristal y escribió su nombre con el dedo.

Elizabeth se quedó helada.

– No -contestó secamente-, no tiene nada que ver. -Se levantó de la mesa, encendió la luz y se puso a fregar el mostrador-. Son personas completamente distintas, no es ni mucho menos lo mismo.

La voz le temblaba mientras frotaba frenéticamente. Al levantar la vista para ver cómo reaccionaba Luke percibió su propio reflejo en el cristal del invernadero y se paró en seco. Adiós a la compostura, adiós a las emociones, parecía una mujer poseída escondiéndose de la verdad, huyendo del mundo.

Y entonces lo supo.

Y los recuerdos que acechaban en los rincones oscuros de su mente comenzaron a reptar muy lentamente hacia la luz.

Capítulo 36

– Opal -avisé sin levantar la voz desde el umbral de su despacho. Parecía tan frágil que me daba miedo que cualquier ruido la hiciera añicos.

– Ivan.

Opal sonrió cansada y se apartó las trenzas de rastafari de la cara prendiéndolas con un pasador.

Me vi en sus ojos brillantes al entrar en la habitación.

– Estamos muy preocupados por ti. ¿Hay algo que podamos hacer para echarte una mano?

– Gracias, Ivan, pero aparte de vigilar que todo vaya bien por aquí, la verdad es que nadie puede hacer nada. Estoy tremendamente cansada. He pasado las últimas noches en el hospital obligándome a no dormir. Sólo le quedan unos pocos días, ahora; quiero estar a su lado cuando… -Apartó la vista de Ivan y la dirigió a la foto enmarcada que tenía en el escritorio, y cuando al poco volvió a hablar lo hizo con voz temblorosa-. Ojalá existiera una manera de despedirme de él, de hacerle saber que no está solo, que estoy a su lado.

Se le saltaron las lágrimas. Fui junto a ella y la consolé pese a sentirme impotente y saber que por una vez no cabía hacer absolutamente nada para ayudar a aquella amiga. ¿O acaso sí?

– Espera un momento, Opal. Quizás haya una manera de hacerlo. Tengo una idea.

Y dicho esto salí corriendo.

Elizabeth había organizado a última hora que Luke se quedara a dormir en casa de Sam. Sabía que necesitaba estar a solas aquella noche. Percibía que se estaba operando un cambio en su fuero interno; el frío se había adueñado de su cuerpo y se resistía a marcharse. Estaba acurrucada en la cama con un jersey que le iba grande y una manta, tratando desesperadamente de entrar en calor.