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No había visto a Ivan desde la fiesta de la semana anterior, no había recibido una sola llamada, una carta, nada. Era como si hubiese desaparecido de la faz de la tierra, y además de enojada se sentía sola. Lo echaba de menos.

Eran las siete de la mañana y en el cuarto de jugar sonaba la algarabía de unos dibujos animados. Elizabeth cruzó el vestíbulo y asomó la cabeza por la puerta.

– ¿Te importa si me siento aquí?

Faltó poco para que agregara «te prometo que no diré nada». Aunque Luke se mostró sorprendido, asintió con la cabeza. Estaba sentado en el suelo estirando el cuello para ver el televisor. Parecía una postura muy incómoda, pero Elizabeth optó por guardar silencio en vez de criticarlo. Se dejó caer a su lado sobre el saco de alubias y recogió las piernas.

– ¿Qué estás viendo?

– Bob Esponja.

– ¿Bob qué? -rió Elizabeth.

– Bob Esponja -repitió Luke sin apartar los ojos del televisor.

– ¿De qué va?

– De una esponja que se llama Bob y lleva pantalones a cuadros -contestó Luke divertido.

– ¿Es buena?

– Aja -asintió Luke-. Aunque ya la he visto dos veces.

Se llevó una cucharada de Rice Krispies a la boca olvidando los buenos modales y se ensució la barbilla de leche.

– ¿Por qué la estás viendo otra vez? ¿Por qué no sales a jugar con Sam y respiras un poco de aire fresco? Llevas todo el fin de semana encerrado.

Luke dio la callada por respuesta.

– Por cierto, ¿dónde está Sam? ¿Se ha marchado?

– Ya no somos amigos -dijo Luke con pesar.

– ¿Y eso? -preguntó sorprendida incorporándose y dejando la taza de café en el suelo.

Luke se encogió de hombros.

– ¿Os habéis peleado? -preguntó Elizabeth con delicadeza.

Luke negó con la cabeza.

– ¿Ha dicho algo que te haya puesto triste? -aventuró Elizabeth.

Luke volvió a negar.

– ¿Le has hecho enfadar?

Una negación más.

– Bueno, dime, ¿qué ha pasado?

– Nada -explicó Luke-. Un día me dijo que ya no quería ser mi amigo.

– Vaya, eso es muy feo -dijo Elizabeth con dulzura-. ¿Quieres que hable con él para ver qué le pasa?

Luke se encogió de hombros. Reinó el silencio entre ellos mientras él seguía mirando fijamente la pantalla, absorto en sus pensamientos.

– ¿Sabes una cosa, Luke? Sé lo que se siente cuando echas de menos a un amigo. ¿Recuerdas a mi amigo Ivan?

– También era amigo mío.

– Sí. -Elizabeth sonrió-. Bueno, pues lo extraño. Tampoco le he visto en toda la semana.

– Claro. Se ha marchado. Ya me lo dijo; ahora le toca ayudar a otra persona.

Elizabeth abrió los ojos y el enojo se apoderó de ella. Ivan ni siquiera había tenido la decencia de despedirse de ella.

– ¿Cuándo se despidió de ti? ¿Qué te dijo?

Ante la mirada asustada de Luke optó por dejar de inmediato de acribillarlo a preguntas con tanta agresividad. Debía seguir recordándose a sí misma que su sobrino sólo tenía seis años.

– Me dijo adiós el mismo día que te dijo adiós a ti -protestó Luke subiendo la voz una octava como si Elizabeth estuviera loca. Arrugó el semblante y la miró como si fuese un bicho raro, y de no haber estado tan confundida ella se habría echado a reír al ver su expresión.

Pero por dentro no se reía en absoluto. Hizo una pausa para reflexionar un momento y de repente explotó.

– ¡Cómo! ¿De qué estás hablando?

– Después de la fiesta en el jardín vino a casa y me dijo que daba por terminado su trabajo con nosotros, que iba a ser invisible otra vez, como antes, pero que seguiría estando por aquí y que eso significaba que estábamos bien -explicó alegremente antes de volver a prestar atención al televisor.

– Invisible. -Elizabeth pronunció la palabra como si tuviera mal sabor.

– Pues sí -confirmó Luke-. Bueno, la gente no le llama imaginario porque sí. ¡Bang! -Se golpeó la cabeza y se tiró al suelo.

– ¿Qué te ha metido en la cabeza? -rezongó Elizabeth enojada preguntándose si se había equivocado al introducir a una persona como Ivan en la vida de Luke-. ¿Cuándo va a volver?

Luke bajó el volumen del televisor y se volvió hacia ella mirándola de nuevo como si estuviera loca.

– No volverá. Te lo dijo él mismo.

– A mí no me… -se le quebró la voz.

– Claro que sí, en tu habitación. Le vi entrar; le oí hablar.

Elizabeth rememoró aquella noche y el sueño que había tenido, el sueño en el que había pensado durante toda la semana, el sueño que la había estado fastidiando, y de pronto se le cayó el alma a los pies al comprender que no había sido un sueño en absoluto.

Le había perdido. En sus sueños y en la vida real, había perdido a Ivan.

Capítulo 41

– Hola, Elizabeth.

La madre de Sam abrió más la puerta de su casa invitándola a pasar.

– Hola, Fiona-dijo Elizabeth entrando. Fiona se había tomado muy bien la relación de Elizabeth con Ivan durante las últimas semanas. No lo habían comentado abiertamente, pero Fiona seguía mostrándose tan cortés como siempre. Elizabeth agradecía que no hubiese surgido ninguna dificultad entre ellas. Por desgracia, todo indicaba que Sam no lo había encajado tan bien y eso la preocupaba.

– He venido a charlar un rato con Sam, si no hay inconveniente. Luke está muy abatido sin él.

Fiona la miró con tristeza.

– Ya lo sé, llevo toda la semana intentando hablar con él. A lo mejor tú tienes más maña que yo.

– ¿Te ha contado por qué se han peleado?

Fiona intentó disimular una sonrisa y asintió.

– ¿Ha sido por Ivan? -preguntó Elizabeth, preocupada. Siempre le había inquietado que Sam tuviera celos de la cantidad de tiempo que Ivan pasaba con ella y con Luke, y por eso lo había invitado a menudo a su casa así como a participar, en la medida de lo posible, en las actividades propuestas por Ivan.

– Sí-confirmó Fiona sonriendo de oreja a oreja-. Los niños pueden ser muy suyos a esa edad, ¿no es cierto?

Elizabeth por fin se relajó al constatar que Fiona no tenía nada que objetar a propósito del tiempo que ella y Luke pasaban con Ivan y que lo atribuía todo al comportamiento de Sam.

– Dejemos que te lo cuente él mismo -prosiguió Fiona conduciendo a Elizabeth a través de su casa.

Elizabeth tuvo que refrenar el impulso de mirar a su alrededor en busca de Ivan. Aunque ella había ido allí para echar una mano a Luke también estaba intentando ayudarse a sí misma. Siempre era mejor recuperar a dos amigos íntimos que a uno solo y se moría de ganas de estar con Ivan.

Fiona abrió la puerta del cuarto de jugar y Elizabeth entró.

– Sam, cariño mío, la mamá de Luke ha venido a hablar contigo -dijo Fiona con dulzura y, por primera vez, Elizabeth experimentó una agradable sensación de bienestar al oír aquellas palabras.

Sam paró la PlayStation y levantó sus ojos castaños hacia ella con expresión apenada. Elizabeth se mordió el labio y reprimió el impulso de sonreír. Fiona los dejó a solas para que hablaran.

– Hola, Sam-dijo Elizabeth con amabilidad-. ¿Te importa si me siento?