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Sam negó con la cabeza y ella se sentó en el borde del sofá.

– Luke me ha dicho que ya no quieres ser su amigo. ¿Es eso verdad?

Sam asintió sin el menor reparo.

– ¿Quieres decirme por qué?

El niño se tomó un momento para reflexionar y luego asintió.

– No me gusta jugar a los mismos juegos que él.

– ¿Se lo has dicho a él?

Sam asintió.

– ¿Y qué te contestó?

Sam se mostró confundido y se encogió de hombros.

– Es un bicho raro.

A Elizabeth se le hizo un nudo en la garganta y de inmediato se puso a la defensiva.

– ¿Qué quieres decir con que es un bicho raro?

– Al principio fue divertido, pero luego era aburrido y yo no quería jugar más, pero Luke no paraba.

– ¿Qué juego era ése?

– Los juegos con su amigo invisible -replicó en tono aburrido haciendo una mueca.

Las manos de Elizabeth comenzaron a ponerse sudorosas.

– Pero su amigo invisible sólo duró unos cuantos días y eso pasó hace meses, Sam.

Sam la miró asombrado.

– Pero si usted también jugaba con él.

Elizabeth abrió los ojos.

– ¿Cómo dices?

– Ivan el misterioso -refunfuñó Sam-, el pelmazo de Ivan que sólo quiere dar vueltas en las sillas todo el día, u organizar guerras de barro o jugar a tocar y parar. ¡Cada día la misma monserga con Ivan, Ivan, Ivan y -su voz ya de por sí chillona subió una octava- y… yo ni siquiera le veía!

– ¿Qué? -Elizabeth estaba confundida-. ¿No podías verle? ¿Qué quieres decir?

Sam meditó cómo explicárselo.

– Quiero decir que no podía verle -dijo simplemente encogiéndose de hombros.

– Pero si jugabas con él todo el tiempo.

Elizabeth se pasó los dedos pegajosos por el pelo.

– Sí, claro, porque Luke lo hacía, pero me harté de fingir y Luke seguía dale que te pego. No paraba de decir que era real -agregó poniendo los ojos en blanco.

Elizabeth se apoyó los dedos en el puente de la nariz.

– No sé a qué viene eso, Sam. Ivan es amigo de tu mamá, ¿no?

Sam abrió más los ojos con cara de desconcierto.

– Eh… Pues no.

– ¿No?

– No -corroboró Sam.

– Pero Ivan cuidaba de ti y de Luke. Iba a recogerte y te acompañaba a casa -balbuceó Elizabeth.

Sam se mostró preocupado.

– Tengo permiso para volver a casa solo, señora Egan.

– Pero él, eh, la, em… -Elizabeth se cuadró de repente al recordar algo. Chasqueó los dedos sobresaltando a Sam-. La batalla de agua. ¿Qué me dices de la guerra de agua en el jardín de atrás? Estábamos tú, yo, Luke e Ivan, ¿te acuerdas? -preguntó tratando de sonsacarle-. ¿Te acuerdas, Sam?

Sam palideció.

– Éramos sólo tres.

– ¿Qué? -gritó Elizabeth más alto de lo que quería.

Sam arrugó el semblante y comenzó a llorar en silencio.

– Oh, no -dijo Elizabeth presa del pánico-, por favor no llores, Sam, no tenía intención de asustarte. -Tendió las manos hacia él, pero el chiquillo corrió hacia la puerta llamando a su madre-. Perdóname, Sam. Por favor, para. Chisss -dijo en voz baja-. Oh, Dios -rezongó al oír los pasos de Fiona.

Ésta entró en la habitación.

– Lo siento mucho, Fiona -se disculpó Elizabeth.

– No pasa nada. -Fiona parecía un tanto preocupada-. Está un poco susceptible al respecto.

– Lo comprendo. -Elizabeth tragó saliva-. En cuanto a Ivan -volvió a tragar saliva y se puso de pie-, tú le conoces, ¿no?

Fiona frunció el ceño.

– ¿A qué te refieres con lo de conocerle?

El corazón de Elizabeth se disparó.

– Me refiero a si ha estado aquí alguna vez.

– Ah, claro -Fiona sonrió-, vino varias veces con Luke. Incluso se quedó una vez a cenar -añadió guiñándole el ojo.

Elizabeth se calmó, aunque no estuvo segura de cómo interpretar el guiño. Se puso una mano encima del corazón, que comenzaba a latir más despacio.

– Uf, Fiona, menos mal -rió aliviada-. Por un momento he creído que estaba perdiendo el juicio.

– No digas bobadas. -Fiona apoyó una mano en su brazo-. Todas lo hacemos, ¿sabes? Cuando Sam tenía dos años le pasó lo mismo. Rooster, llamaba él a su amiguito -sonrió abiertamente-. Así que puedes creerme si te digo que sé exactamente por lo que estás pasando, sé lo que es abrir puertas de coche, preparar cenas de más y poner un cubierto adicional en la mesa. No te preocupes, lo entiendo. Hiciste bien al seguirle la corriente.

La cabeza de Elizabeth estaba empezando a darle vueltas, pero Fiona continuaba hablando.

– Si te paras a pensarlo es un desperdicio de comida espantoso, ¿verdad? Se queda en el plato durante toda la cena perfectamente intacta y, créeme, eso me consta, pues no le quitaba el ojo de encima. ¡Muchas gracias, pero sólo me faltaría tener espeluznantes hombres invisibles en esta casa!

Elizabeth estaba a punto de sentir náuseas. Se agarró al respaldo de una silla para no perder el equilibrio.

– Pero como te decía antes, así son los niños de seis años -prosiguió Fiona-. Estoy convencida de que este tal Ivan desaparecerá con el tiempo; dicen que en realidad no duran más de dos meses. Pronto se habrá marchado, no te apures. -Por fin dejó de hablar y volvió la cara con gesto interrogante hacia Elizabeth-. ¿Te encuentras bien?

– Aire -jadeó Elizabeth-. Sólo necesito un poco de aire.

– Por supuesto -dijo Fiona conduciéndola apresuradamente hacia la puerta principal.

Elizabeth salió corriendo al jardín inhalando grandes bocanadas de aire.

– ¿Te traigo un vaso de agua? -preguntó Fiona preocupada frotando la espalda de Elizabeth mientras ésta permanecía inclinada de cara al suelo y con las manos apoyadas en las rodillas.

– No, gracias -contestó Elizabeth en voz baja al tiempo que se incorporaba-. Enseguida me pondré bien.

Se marchó con paso inseguro sin despedirse, dejando a Fiona mirándola con nerviosismo.

Una vez en su propia casa Elizabeth cerró con un portazo y apoyando la espalda contra la puerta se escurrió hasta el suelo con la cabeza entre las manos.

– ¿Qué te pasa, Elizabeth? -preguntó Luke, preocupado, plantándose delante de ella todavía en pijama y descalzo.

Elizabeth no podía contestar. No podía hacer más que repasar mentalmente los últimos meses una y otra vez; todos los recuerdos de sus momentos estelares con Ivan, todas sus conversaciones con él. Habían estado en lugares concurridos, la gente los había visto juntos, Benjamin los había visto, y también Joe. Siguió rememorándolo todo tratando de recordar ocasiones en las que Ivan hubiese conversado con alguna persona. No podía ser que se estuviera imaginando todo aquello. Era una mujer cuerda y responsable.

Estaba muy pálida cuando por fin levantó la vista hacia Luke.

– Aisatnaf -fue lo único que pudo decir.

– Sí. -Luke soltó una risita-. Es fantasía al revés. ¿Verdad que es guay?

Elizabeth tardó segundos en comprenderlo. «Fantasía.»

Capítulo 42

– Venga ya -gritó Elizabeth aporreando el claxon para apremiar a los dos autocares que se cruzaban lentamente en la calle mayor de Baile na gCroíthe. Era septiembre y los últimos turistas atravesaban el pueblo. Después de ellos se acabaría el ajetreo y el lugar recobraría su silencio habitual, como un salón de banquetes la mañana después de una fiesta, dejando que los vecinos pusieran un poco de orden y recordaran los acontecimientos y las personas que habían pasado por allí. Los estudiantes regresarían a sus universidades en las ciudades y condados de los alrededores y los lugareños volverían a quedarse solos para sacar sus asuntos adelante.