– ¡Jinny Joes! -exclamó Luke arrebatado, comiéndose las pinturas con los ojos, al igual que el resto de los niños. La mayoría de ellos guardaban silencio mientras contemplaban los detalles de cada mural.
– ¡Mira, aquí sale Ivan! -gritó Luke a Elizabeth.
Perplejo, Benjamin miró a la desaliñada Elizabeth, que estaba de pie en un rincón con un pantalón de peto manchado de pintura y marcadas ojeras. Pero a pesar de sus evidentes signos de cansancio, su rostro estaba iluminado por una sonrisa radiante causada por la reacción de los visitantes ante la decoración de la sala. Los ojos le brillaban con no disimulado orgullo mientras todo el mundo señalaba las pinturas murales.
– ¡Elizabeth! -susurró Edith tapándose la boca con las manos-. ¿Has hecho todo esto tú sola?
Miró a su patrona con una mezcla de orgullo y confusión.
Otra escena mostraba un campo donde una niña contemplaba cómo un globo rosa subía flotando hacia el cielo; en la siguiente un montón de niños libraban una batalla de agua, iban salpicándose de pintura mientras bailaban sobre la arena de una playa; más allá un niña pequeña sentada en un prado verde tomaba un picnic con una vaca que llevaba un sombrero de paja, un grupo de niños y niñas trepaban a los árboles y se colgaban de las ramas. En el techo Elizabeth había pintado un firmamento azul oscuro salpicado de estrellas fugaces, cometas y planetas lejanos. En la pared del fondo había representado a un hombre y a un niño que, con sendos bigotes negros y armados de unas lupas, se inclinaban para estudiar el rastro de unas pisadas negras que bajaban hasta el suelo, lo cruzaban y subían por la pared de enfrente. Había creado un mundo nuevo, un país de las maravillas que era puro escapismo, diversión y aventura. Pero lo que deslumbró a Benjamin fueron la minuciosidad de los detalles, la expresión de regocijo en las caras de los personajes y las alegres sonrisas de puro placer infantil. Era la misma expresión que tenía Elizabeth cuando él la sorprendió bailando en el campo y atravesando el pueblo con algas en el cabello. Era el rostro de alguien que se había liberado de sus inhibiciones y era verdaderamente feliz.
Elizabeth bajó la vista hacia una niña de un par de años que jugaba en el suelo con uno de los muchos juguetes esparcidos por toda la habitación. Cuando se disponía a agacharse para hablar con la pequeña, se fijó en que ésta estaba hablando sola. Mantenía una conversación muy seria, de hecho se estaba presentando a alguien invisible.
Elizabeth paseó la mirada a su alrededor, inspiró profundamente e intentó captar el inconfundible olor de Ivan.
– Gracias -susurró cerrando los ojos e imaginando que él estaba a su lado.
La niñita seguía balbuceando para sí misma, aunque se interrumpía para volver la cabeza hacia la derecha y escuchar antes de hablar. Y entonces se puso a tararear aquella canción que Elizabeth conocía tan bien y había sido incapaz de apartar de su mente.
Elizabeth echó la cabeza hacia atrás y se puso a reír.
En el nuevo hotel, yo me mantenía de pie junto a la pared del fondo del cuarto de jugar con los ojos llenos de lágrimas y un nudo tan grande en la garganta que creía que nunca sería capaz de pronunciar otra palabra. No podía dejar de mirar aquellos murales, que eran como el álbum de fotos de todo lo que había hecho con Elizabeth y Luke durante los últimos meses. Parecía como si alguien sentado a lo lejos se hubiese dedicado a representarnos a la perfección.
Mirando las paredes, los colores y los ojos de los personajes supe que Elizabeth lo había comprendido todo y que me recordaría siempre. A mi lado, formando una fila en el fondo de la sala, mis amigos me brindaban su apoyo moral en un día tan señalado.
Opal me puso una mano en el brazo y me lo apretó para darme aliento.
– Estoy muy orgullosa de ti, Ivan -susurró, y me plantó en la mejilla un beso que sin duda me dejó una mancha de carmín en la piel-. Como ves hemos venido todos. Siempre podremos contar los unos con los otros.
– Gracias, Opal. Ya lo sé -dije muy emocionado viendo a Caléndula, que estaba a mi derecha, a Tommy, que miraba fascinado las paredes, a Jamie-Lynn, que se había agachado para jugar con un niño muy pequeño sentado en el suelo, y a Bobby, que señalaba las escenas que tenía ante sí y reía tontamente. Todos levantaron los pulgares en señal de aprobación y comprendí que nunca me sentiría solo, ya que estaba en compañía de auténticos amigos.
Amigo imaginario, amigo invisible…, llamadnos como queráis. Quizá creáis en nosotros, quizá no. El caso es que eso no importa. Como la mayoría de personas que realizan tareas realmente fantásticas, no existimos para que se hable de nosotros y nos dediquen alabanzas; existimos sólo para satisfacer las necesidades de quienes nos precisan. Tal vez no existamos en absoluto; tal vez sólo seamos producto de la imaginación de la gente; quizá sea pura coincidencia que niños de dos años que apenas saben hablar decidan entablar amistad con personas que sólo los adultos no ven. Acaso todos esos médicos y psicoterapeutas tengan razón al sugerir que simplemente esas criaturas están desarrollando la imaginación.
Pero seguidme la corriente un instante. ¿Es posible que haya otra explicación que no se os haya ocurrido para mi historia?
La posibilidad de que en efecto existamos. De que estemos aquí para ayudar a quienes nos necesitan, a quienes creen en creer y por consiguiente nos ven.
Siempre miro el lado positivo de las cosas. Siempre digo que no hay mal que por bien no venga, pero, la verdad sea dicha -y creo firmemente en la verdad-, durante un tiempo me costó mucho encajar mi experiencia con Elizabeth. No lograba entender qué había ganado yo, sólo veía que su pérdida era una gran nube negra de tormenta. Pero luego, como en el transcurso de los días pensaba en ella a cada segundo y cada vez sonreía, me di cuenta de que conocerla y, por encima de todo, el hecho de amarla habían sido lo mejor que me había pasado en la vida.
Era mejor que la pizza, mejor que las aceitunas, mejor que los viernes y mejor que dar vueltas en una silla giratoria, e incluso ahora que ya no está entre nosotros, y se supone que no debería decir esto, de todos mis amigos, Elizabeth Egan ha sido con mucho mi favorita.
Cecelia Ahern
Nació en Irlanda en 1983. Antes de embarcarse en su carrera como escritora, Cecelia Ahern completó su carrera de periodismo y comunicación. A la edad de 21 años escribió su primera novela PS, I love you (Posdata: Te amo), que se vendió en cincuenta países y la Warner Bros compró los derechos para hacer la película del libro. Fue uno de los mayores éxitos de ventas en lo que se refiere a novelas de autores noveles, llegando al número uno en la lista del Sunday Times en Londres e Irlanda; llego a ser un bestseller en toda Europa y Estados Unidos, y en Alemania se mantuvo durante 52 semanas. Y por ella fue nominada como Mejor Autor novel 2004/05 a los British Book Awards.
En noviembre su segundo libro, Where Rainbows End alcanzó el numero uno de libros más vendidos en numerosos países y por él obtuvo el Premio Corina que votan los lectores alemanes. Cecelia ha contribuido también con relatos cortos a una serie de antologías cuyas ganancias iban destinadas a la caridad.