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– Ha habido que arrestarla, Elizabeth.

Elizabeth levantó la cabeza de golpe, completamente alerta.

– Colm-dijo asombrada-. ¿Por qué?

Era la primera vez que sucedía. Hasta entonces se habían limitado a amonestar a Saoirse y devolverla a donde estuviera viviendo en aquel momento. Un trato poco profesional, a Elizabeth le constaba, pero en un pueblo tan pequeño, donde todos conocían a todos, nunca habían ido más allá de vigilar a Saoirse para impedir que hiciera alguna estupidez que acarreara consecuencias. Ahora Elizabeth temía que Saoirse hubiese agotado su cupo de advertencias. Colm jugueteaba con su gorra azul marino entre las manos.

– Conducía bebida, Elizabeth, iba en un coche robado y ni siquiera tiene carné.

Al oír esas palabras, Elizabeth se estremeció. Saoirse era un peligro. ¿Por qué insistía en proteger a su hermana? ¿Cuándo se daría por enterada finalmente y aceptaría que llevaban razón al decir que su hermana nunca sería el ángel que ella deseaba que fuera?

– Pero si el coche no era robado -tartamudeó Elizabeth-. Le dije que podía…

– No sigas, Elizabeth -interrumpió Colm con firmeza.

Tuvo que taparse la boca con la mano para callarse. Inspiró profundamente y procuró recobrar la calma.

– ¿Tiene que ir a juicio? -preguntó en un susurro.

Colm bajó la vista al suelo y movió una piedra con el pie.

– Sí. Ya no es sólo que pueda hacerse daño a sí misma. Constituye un peligro para el prójimo.

Elizabeth tragó saliva y asintió con la cabeza.

– Una oportunidad más, Colm-soltó sintiendo su orgullo desintegrarse-. Sólo pido que le deis una oportunidad más… por favor. -Decir las últimas palabras le dolió hasta físicamente. Todos los huesos de su cuerpo le suplicaban al agente. Elizabeth nunca pedía ayuda-. No le quitaré el ojo de encima. Prometo que no la perderé de vista ni un instante. Se portará mejor, sólo necesita un poco de tiempo para entender ciertas cosas.

Elizabeth notaba que la voz le fallaba y las rodillas le temblaban mientras suplicaba en nombre de su hermana.

Colm le respondió con voz triste.

– Ya hemos procedido. Ahora no podemos echarnos atrás.

– ¿Qué castigo le impondrán?

Se sintió mareada.

– Dependerá del juez que esté de guardia. Es su primera infracción; bueno, su primera infracción oficial. Puede que sea benevolente con ella, pero también puede que no. -Se encogió de hombros y se miró las manos-. Y también depende de lo que declare el garda que la arrestó.

– ¿Por qué?

– Porque si cooperó y no causó problemas quizá cuente como atenuante, aunque también…

– Es posible que no -concluyó Elizabeth con preocupación-. ¿Y bien? ¿Cooperó?

Colm soltó una breve risa.

– Hicieron falta dos personas para sujetarla.

– Maldita sea -renegó Elizabeth-. ¿Quién la arrestó? -Se mordió las uñas.

Hubo un silencio antes de que Colm contestara:

– Yo.

Elizabeth se quedó boquiabierta. Colm siempre había mostrado cierta indulgencia con Saoirse. Era el único que siempre se ponía de su parte, por eso el hecho de que la hubiese detenido él dejó a Elizabeth sin habla. Se mordió con nerviosismo el interior de la boca y el sabor de la sangre le bajó por la garganta. No quería que la gente comenzara a darse por vencida respecto a Saoirse.

– Haré cuanto esté en mi mano por ella -prosiguió Colm en voz baja-. Procura que no se meta en problemas hasta que se celebre la vista dentro de unas semanas.

Elizabeth, tras darse cuenta de que llevaba unos segundos sin respirar, soltó el aire.

– Gracias.

No cabía decir nada más. Aunque sintió un alivio inmenso, sabía que no podía cantar victoria. Nadie podría proteger a su hermana esta vez; tendría que enfrentarse a las consecuencias de sus actos. Pero ¿cómo se suponía que iba ella a vigilar a Saoirse cuando ni siquiera sabía por dónde comenzar a buscarla? Saoirse no podía vivir con ella y Luke -estaba demasiado descontrolada para convivir con él-, y su padre hacía mucho tiempo que le había dicho que se marchara de casa y no volviera.

– Bueno, te dejo con lo tuyo, que no es poco -dijo Colm amablemente. Volvió a ponerse la gorra y se dirigió hacia la calle por la entrada para vehículos adoquinada.

Elizabeth se sentó en el porche para descansar las rodillas y miró su coche manchado de barro. ¿Por qué tenía que mancharlo todo Saoirse? ¿Por qué todo… y todos los que Elizabeth amaba huían despavoridos de su hermana pequeña? Notó que las nubes en lo alto empujaban contra sus hombros todo lo que mediaba entre ellas y ella misma, y le preocupó pensar qué haría su padre cuando llevaran a Saoirse a su granja, cosa que indudablemente harían. Seguro que dentro de cinco minutos llamaría a su hija Elizabeth para quejarse.

El teléfono comenzó a sonar dentro de la casa y el corazón se le encogió todavía más. Se levantó del porche, dio media vuelta con lentitud y entró. Cuando alcanzó la puerta los timbrazos habían cesado y vio a Luke sentado en la escalera con el auricular en la oreja. Se apoyó contra el marco de madera de la puerta con los brazos cruzados y le observó. Un amago de sonrisa suavizó el semblante del niño. Estaba creciendo muy deprisa y Elizabeth se sentía ajena a ese proceso, como si Luke lo estuviera haciendo todo sin su ayuda, sin el cariño que sabía que debía brindarle pero que tanto le costaba ofrecerle. Le constaba que carecía de ese sentimiento, a veces carecía de sentimientos y punto, y cada día deseaba que el instinto maternal la hubiera invadido al firmar todo el papeleo. Si Luke se caía y se hacía un corte en la rodilla, su reacción inmediata era lavarle la herida y ponerle una tirita. Para ella con eso bastaba, no veía la necesidad de ponerse a bailar con él por la habitación para que dejara de llorar y pegarle golpes al suelo como había visto hacer a Edith en más de una ocasión.

– Hola, abuelo -decía Luke educadamente.

Hizo una pausa para escuchar a su abuelo al otro lado de la línea.

– Elizabeth y yo estamos almorzando con mi nuevo amigo íntimo, Ivan.

Pausa.

– Una pizza de tomate y queso, aunque Ivan ha puesto aceitunas a su porción.

Pausa.

– Aceitunas, abuelo.

Pausa.

– No, me parece que no podrías cultivarlas en la granja.

Pausa.

– A-C-E-I-T-U-N-A-S -deletreó lentamente.

Pausa.

– Un momento, abuelo, mi amigo Ivan me está diciendo algo. -Luke apretó el auricular contra el pecho y miró al vacío con expresión concentrada. Finalmente volvió a llevarse el auricular a la oreja-. Ivan dice que la aceituna es un fruto oleoso pequeño que contiene un hueso. Se cultiva por sus frutos y su aceite en zonas de clima subtropical. -Apartó la vista como si escuchara-. Existe una gran variedad de aceitunas. -Dejó de hablar, miró a lo lejos y añadió-: Las aceitunas verdes siempre son verdes, pero las maduras pueden ser negras o verdes. -Volvió a escuchar el silencio-. Casi todas las aceitunas que maduran en el árbol se emplean para hacer aceite, el resto se curan en salmuera o en sal y se envasan en aceite de oliva o en salmuera o en una solución de vinagre. -Miró al vacío-. Ivan, ¿qué es salmuera? -Hubo un silencio y luego asintió-. Vaya.

Elizabeth enarcó las cejas y rió nerviosamente para sus adentros. ¿Desde cuándo se había vuelto Luke experto en aceitunas? Sin duda las había estudiado en el colegio; tenía una memoria prodigiosa para cosas así. Luke escuchaba a su abuelo.