Y todo te lo cuentan, todo, si consigues su confianza y su afecto: como una novia, pero más triste y necesitada de cariño del verdadero, ¿entiendes?, más jodida. Son unas sentimentales, te lo digo yo. Y entonces, en plan de queridos, os veis con frecuencia como en secreto y podéis ir al cine o a bailar, ella te invita a su piso calentito y os hacéis la comida compartiendo lo que haya, si tienes suerte es como una madre para ti. ¿Sabes que desde Can Compte, subido a la tapia, casi se la puede ver en la cama?
Java se levantó y fue a mirar por la ventana. Apartó los visillos rojos con lunares verdes y vio el solar ruinoso al otro lado de la calle Legalidad, una tierra embrionaria otra vez, después de haber pasado por ella a sangre y fuego. Se volvió con las manos en los bolsillos, balanceándose: no se atrevía a desnudarse ni a sentarse ni a tocar nada. Era la primera vez que ella lo invitaba a su casa, y tenía canguelo.
– ¿Y cómo te convenció la dueña del Continental para que fueras? -dijo Java-. ¿Cómo fuiste capaz de meterte en aquel piso, cómo no reconociste el portal…?
Ramona se cogió las rodillas con las manos entrelazadas.
– Yo nunca había estado en la casa de la calle Mallorca, sólo conocía su piso de soltero, el ático de la calle Cerdeña.
– ¿Desde cuándo vives aquí?
– Hace un mes -quitándose el sostén, sentada en el camastro, con el pie arrojó la katiuska contra la máquina de coser-. Ven.
– ¿Y por qué no me has traído hasta hoy?
– No quería que lo supiera nadie -tenía frío en los pies: dejó para el final los calcetines, las medias, la braguita negra -. Lo comparto con otra que pronto se irá, y entonces me pondré a trabajar.
Corriente, Amén: un cuartito de paredes ocre con mucha humedad, dos camas turcas, una mesita con hule, tres sillas, un brasero, un palanganero y tiestos con geranios en esa ventana. Y la Singer, seguramente alquilada. Para Java mucho mejor que la mejor habitación de la calle Robadors, aquella en que estuvieron la primera vez. Si te fijas bien, aunque la habite la fulana más pervertida y viciosa, aunque el colchón esté podrido de sifilazos, siempre rastrearás un calorcito de hogar, un detalle de hermana o de madre hacendosa.
– ¿Trabajar has dicho?
– Sí. ¿Ves esta máquina de coser? Todavía la estoy pagando. Pero ven, rey mío, acércate.
Java esquivó sonriendo su reclamo, aquella turbia urgencia en sus ojos y en sus pechos. Ella se abrazó el vientre: ven, hazme daño.
– ¿Y si primero comemos algo? Tienen buena pinta estas judías, y están calentitas. ¿Tienes por ahí unas gotas de aceite?
– Luego. Anda, verás qué bien se está en la camita, fuera hace un frío que pela -sonriendo insegura, retorciéndose, apretando los muslos como si fuera a escapársele el pipí, el vicio es algo que pone los pelos de punta, chaval-. ¿Qué te pasa? -tumbada de espaldas, reclamándolo con los brazos y las piernas abiertas, viéndole allí de pie, todavía vestido, mirándola con las manos en los bolsillos -. ¿No tenías tantas ganas? ¿No decías que llevas meses y meses buscándome sólo para eso? No te cobraré nada, va, te regalo el polvo. Aprovéchate antes de que me arrepienta… No te pongas colorado, hombre, parece mentira. Claro, no es lo mismo que hacer cuadros para el paralítico, aquí nada de fingir gusto y ni siquiera llevarás tú la iniciativa…
Eso, decía Amén, volvamos a la calle Robadors, a la primera vez.
– Va, no me salgas ahora con que tienes vergüenza, no es posible, hijo.
– No es eso…
– Vaya -riéndose casi maravillada-. Vaya, vaya. Anda, ven que te lave.
– Ya me lavé, no hace falta.
– Por si acaso.
– Que no -furioso de pronto-. Lávate tú, puta, que lo necesitas más que yo.
– Está bien, insúltame cuanto quieras -vio que Java bajaba los ojos, se mordía los labios -. Porque te mueres de vergüenza, mírate, un niño casi y ya tan maleado. Pero yo te ayudaré, chatín, anda ven con tu Ramona, así, deja que te desnude, así…
Su cabeza brillaba, sudaba en la efervescente penumbra del cine llena de puntas rojas de cigarrillos, y a su lado Amén seguía rígido y tenso como un ave de presa, escuchándole. Pero se cansaron de esperar y se fueron, tardaba demasiado en volver la luz.
Salieron del cine armando follón y subieron como una guerrilla por Escorial hasta Legalidad, saltaron al solar y allí buscaron, una vez más sin resultado, las balas y las bombas de piña enterradas. Miraban de vez en cuando la ventanita con visillos rojos de lunares verdes donde dos sombras inquietas se paseaban. Tenían frío, hicieron una fogata y esperaron que oscureciera para reunirse con los demás en la trapería. Desde este mismo sitio, junto a la tapia y casi a la misma hora, dos años después, traspasando sus ojos el turbio cristal de la verdad verdadera, les pareció verla desnuda en la ventana: vestida solamente con un rayo de luna y una sonrisa enigmática, caminaba con los brazos abiertos hacia alguien que no alcanzaron a ver. En cuclillas ante el fuego, Amén seguía preguntando y asombrándose: ¿y la cicatriz? ¿No le preguntó cómo se la hizo? La marcaría algún chulo. Los ojos fijos en la lumbre, Sarnita contaba y no acababa, hasta que Martín se acercó a decirle oye, ¿no ves que es un crío, un monaguillo? Pues por eso, porque aún es pequeño, ¿qué quieres que le diga, la verdad y toda la verdad y nada más que la verdad? ¿Que no son tan finas ni cariñosas, las putas, que se burlan de uno y no tienen vergüenza ni alma, que la chupan y la rechupan, que le pidió a Java que la diera gusto por el culo una y otra vez y que llorando le pasó la lengua desde las uñas de los pies hasta la punta de los cabellos, llorando como una pobre loca y como muriéndose de pena, llorando y chupándosela con desespero para retenerle, para no quedarse sola otra vez, perdiendo el mundo de vista de tal manera que él llegó a asustarse y se le quedó como un higo en la boca, y entonces ella abandonó el intento y acurrucada al borde del lecho fue resbalando hasta dejarse caer en la alfombra, entre los pies de los que iban a ser fusilados, botas y zapatos negros y las alpargatas del catalán con barretina, el sombrero de copa y la venda ensangrentada del joven caído, ella un fardo sacudido por los sollozos sobre la arena fría al amanecer, confundida con los maniatados en ringlera, como aguardando ella también la descarga del pelotón…? ¿Qué quieres, la asquerosa verdad, que es una viciosa perdida, una degenerada y que está podrida, venérea hasta las cejas, acostumbrada a todo por delante y por detrás, un pellejo lleno de pus que ya no encuentra clientes, que apenas tiene qué comer y que Java por lástima le compra cucuruchos de judías cocidas…? Y de qué te extrañas, tú también, pues qué te creías. Has de saber que toda historia de amor, chaval, por romántica que te la quieran endilgar, no es más que un camelo para camuflar con bonitas frases algunas marranaditas tipo te besaré el coño hasta morir, vida mía, o métemela dentro hasta tocarme el corazón, hasta el fin del mundo: cosas que no pueden ser, hombre, ganas de desbarrar, y más en el caso de una furcia asustada que la han vaciado por dentro, que ya no le quedan ni sentimientos ni ovarios. ¿Y sabes qué te queda al final?, pues un regusto a bacalao y unos pelitos de recuerdo en la boca, y menos mal si son rubios. Así es la vida: amor y purgaciones, Amén. ¿Eso querías que le dijera al chico, esa sucia verdad? No me habría creído, a mí no me cree nadie y tampoco me creerá el tuerto el día que me pare en la calle y me interrogue con la excusa de apuntarme gratis a campamentos, como hizo con el Tetas. Ya verás cómo viene, ya le estoy esperando…