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– ¿Dónde está la pila?

– La hebilla hace de pila. Hidruro de níquel.

Asentí, impresionado.

– Un trabajo de primera. -Bajé la ventanilla y lancé el cinturón a la calle.

Intentó atraparlo demasiado tarde.

– Maldita sea, Rain, no tenías por qué hacerlo. Bastaba con apagarlo.

– Enséñame los zapatos.

– No si piensas tirarlos por la ventana.

– Lo haré si ocultan un micro. Quítatelos. -Me los dio. Eran mocasines negros; piel suave y suelas de goma. No cabría un micro. El interior estaba cálido y húmedo por el sudor, lo que indicaba que los llevaba puestos hacía rato, y se apreciaban las marcas de los dedos del pie. Era obvio que los del laboratorio no prepararían algo así para una ocasión especial. Se los devolví.

– ¿Todo bien? -preguntó.

– Di lo que tengas que decir -le insté-. Voy justo de tiempo.

Suspiró.

– El incidente que ocurrió fuera de tu apartamento fue un error. No debería haber ocurrido, y quiero pedirte disculpas personalmente.

Parecía tan sincero que resultaba repugnante.

– Te escucho.

– Voy a arriesgarme contigo, Rain -dijo en voz baja-. Lo que estoy a punto de contarte es confidencial…

– Será mejor que sea confidencial. Si lo que piensas decirme está en los periódicos entonces pierdes el tiempo.

Frunció el ceño.

– Durante los últimos cinco años hemos estado camelándonos a alguien valioso en el gobierno japonés. Una persona de confianza, alguien con acceso a todo. Alguien que sabe dónde se entierran todos los cadáveres… y no sólo en sentido figurado.

Si esperaba una reacción por mi parte, no la obtuvo, por lo que prosiguió.

– Con el paso del tiempo hemos ido obteniendo cada vez más información gracias a esta persona, pero nunca nada demasiado concreto. Nada que pudiéramos usar como palanca. ¿Me sigues?

Asentí. «Palanca» en el mundillo significa «chantaje».

– Es como una colegiala católica, ¿sabes? Siempre dice que no, por lo que tienes que encontrar otro método porque, al final, sabes que ella quiere. -Sonrió con morbosidad-. Bueno, seguimos insistiendo, profundizando cada vez más. Al final, hace seis meses, la naturaleza de las negativas comenzó a cambiar. En lugar de «no, no lo haré», comenzó a decir, «no, es demasiado peligroso, correría un gran riesgo». Ya sabes, objeciones prácticas.

Claro que lo sabía. A los buenos vendedores, los buenos negociadores y los buenos agentes secretos les encantan las objeciones prácticas. Indican un cambio de «no sé» a «cómo», empiezan a anteponer el precio a los principios.

– Tardamos otros cinco meses en cerrar un trato con él. Íbamos a efectuar un único pago en metálico para que no tuviera que preocuparse nunca más, aparte de un estipendio anual. Documentos falsos, el pago en un entorno tropical en el que no llamaría la atención… el equivalente de la Agencia al programa de protección de testigos, pero de lujo.

»A cambio, nos daría las pruebas sobre el Partido Liberal Democrático: los pagos, los sobornos, los vínculos con la yakuza, los asesinatos de quienes denunciaban la corrupción. Y estamos hablando de pruebas concretas: teléfonos pinchados, fotografías, conversaciones grabadas, la clase de pruebas que servirían en un tribunal.

– ¿Qué pensabas hacer con todo eso?

– ¿Qué coño crees que pensábamos hacer? Con esa información el gobierno de EEUU se adueñaría del PLD. Tendríamos a todos los politicuchos japoneses metidos en el bolsillo. ¿Crees que nos volverían a preocupar las bases militares de Okinawa o Atsugi? ¿Crees que tendríamos problemas para exportar todo el arroz o los semiconductores o coches que quisiéramos? El PLD manda aquí, y nosotros mandaríamos sobre los mandamases. Japón habría sido el putón preferido de prisión del Tío Sam durante el resto del siglo.

– Deduzco por tu tono que el Tío Sam ha tenido que renunciar al amor -comenté.

Sonrió con desdén.

– Nada de renuncias. Es un aplazamiento. Conseguiremos lo que queremos.

– ¿Qué relación tenías con Benny?

– Pobre Benny. Era una gran fuente sobre la corrupción del PLD. Conocía a los actores, pero no disponía del acceso adecuado, ¿entiendes? La persona de confianza contaba con el acceso.

– Pero lo enviaste a mi apartamento.

– Sí, lo enviamos. Solo, para interrogarte.

– ¿Cómo averiguaste lo que le ocurrió?

– Venga ya, Rain, tenía el cuello roto justo delante de tu apartamento. ¿Quién más podría haberlo hecho, uno de tus vecinos pensionistas? Además, le habíamos colocado un micro. Procedimiento Operativo Estándar para estos casos. Así que lo oímos todo, le oímos echándome la culpa, pobre capullo.

– ¿Y el otro tipo?

– No sabemos nada de él, salvo que apareció muerto a varios cientos de metros del lugar en que la policía de Tokio encontró el cadáver de Benny.

– Benny me dijo que pertenecía al Boeicho Boeikyoku, que tú les pusiste en contacto.

– Tenía razón, me ocupé del enlace con el Boeikyoku, pero era un mentiroso de mierda porque yo no conocía de nada a su amigo. De todos modos, investigamos un poco al respecto y el colega de Benny no trabajaba en el servicio de inteligencia japonés. Cuando Benny lo llevó a tu apartamento iba por su cuenta, le pagaba otra persona. No se puede confiar en esos topos, Rain. ¿Recuerdas los problemas que tuvimos con nuestros homólogos del ERVN en Vietnam?

Alcé la vista hacia el retrovisor y me percaté de que el conductor nos miraba con expresión recelosa. Era prácticamente imposible que siguiera nuestra conversación en inglés, pero era obvio que se había dado cuenta de que pasaba algo y parecía nervioso.

– Te quitan la pasta, se la quitan a todos -prosiguió-. Te aseguro que no echaré de menos a Billy. Te pagan los dos bandos, alguien lo descubre y, eh, te pasa lo que de todos modos se veía venir.

O, al menos, deberías haber visto venir.

– Vale -dije.

– Pero déjame que termine la historia de nuestro contacto. Hace unas tres semanas iba de camino a entregar la información, descargada en un disco; lleva las putas joyas de la corona y, ¿te imaginas?, sufre un infarto en el Yamanote y muere. Enviamos a varios agentes al hospital, pero el disco ha desaparecido.

– ¿Cómo puedes estar tan seguro de que llevara el disco cuando murió?

– Oh, estamos totalmente seguros, Rain, tenemos nuestros métodos, ya lo sabes. Sin embargo, no puedo hablar de las fuentes ni de los métodos. Pero lo mejor de todo no es el disco desaparecido. ¿Quieres saber lo mejor de todo?

– Me muero de ganas.

– Muy bien -dijo al tiempo que se me acercaba y volvía a esbozar su sonrisita grotesca-. Lo mejor de todo es que no fue un infarto… alguien se cargó a ese cabrón, alguien que sabía hacerlo de modo que pareciera una muerte por causas naturales.

– No sé, Holtzer, me parece demasiado rocambolesco.

– Eso digo yo. Sobre todo porque muy pocas personas en el mundo, y menos en Japón, podrían hacer algo así. Qué coño, a la única que conozco es a ti.

– ¿Para eso querías verme? -pregunté-. ¿Para sugerir que tengo algo que ver con toda esta mierda?

– Venga ya, Rain, ya está bien de gilipolleces. Sé perfectamente en qué andas metido.

– No te sigo.

– ¿No? Pues entonces tengo noticias para ti. La mitad de los trabajitos que has hecho durante los últimos diez años eran para nosotros.

«¿Qué coño?», pensé.

Se inclinó hacia mí y me susurró los nombres de varios políticos, banqueros y burócratas importantes que habían fallecido de manera prematura, aunque por causas naturales. Todos ellos habían sido obra mía.

– Esos nombres salen en los periódicos -repliqué, aunque sabía que tenía más información.

Me contó todos los detalles sobre el sistema de tablón de anuncios que yo había utilizado con Benny, los números de las cuentas suizas correspondientes.