La celda no estaba mal. No tenía ventanas y calculé el tiempo transcurrido contando las comidas que me traían. Tres veces al día un guarda taciturno me dejaba una bandeja con arroz, pescado en escabeche y unas verduras y recogía la bandeja de la vez anterior. La comida era aceptable. Cada tres comidas me permitían ducharme.
Estaba esperando mi decimosexta comida, intentando no preocuparme por Midori, cuando dos guardas me vinieron a buscar y me dijeron que los siguiera. Me condujeron hasta una pequeña sala con una mesa y dos sillas. Una bombilla desnuda colgaba del techo, sobre la mesa. «Parece que ha llegado la hora del interrogatorio», pensé.
Me quedé de pie con la espalda contra la pared. Al cabo de unos minutos se abrió la puerta y entró Tatsu, solo. Tenía una expresión seria, pero tras cinco días de soledad resultaba agradable ver a alguien conocido.
– Konnichi wa -saludé.
Él asintió.
– Hola, Rain-san -dijo en japonés-. Encantado de verle. Estoy cansado. Sentémonos.
Así lo hicimos, separados por la mesa. Permaneció en silencio un buen rato y esperé a que hablara. Su reticencia no me dio buena espina.
– Espero que perdone su reciente reclusión, que me consta que habrá sido inesperada.
– La verdad es que pensaba que una palmadita en la espalda habría estado mejor, después de haberme jugado la vida metiéndome en aquel coche por la ventanilla.
Observé la sonrisa apesadumbrada marca de la casa y de algún modo me hizo sentir bien.
– Había que mantener las apariencias hasta que pudiera aclarar la situación -explicó.
– Ha tardado lo suyo.
– Sí. He trabajado lo más rápido posible. Para poder liberarlo primero tenía que descifrar el disco de Kawamura. Después de eso había que realizar varias llamadas telefónicas, concertar entrevistas, tocar resortes para poder liberarlo con seguridad. Había una gran cantidad de pruebas de su existencia que teníamos que eliminar de los archivos del Keisatsucho. Todo eso ha llevado tiempo.
– ¿Consiguió descifrar el disco? -pregunté.
– Sí.
– ¿Y el contenido ha satisfecho sus expectativas?
– Ampliamente.
Se estaba guardando algo. Lo notaba en su comportamiento. Esperé que continuara.
– William Holtzer ha sido declarado persona non grata y se le ha enviado de vuelta a Washington -prosiguió-. Su embajador nos ha informado que presentará su dimisión en la CIA.
– ¿Va a dimitir y ya está? ¿No le van a procesar? Ha hecho de topo para Yamaoto, ha proporcionado información falsa al gobierno de EEUU. ¿El disco no le implica?
Asintió con la cabeza y suspiró.
– La información del disco no es el tipo de prueba que se pueda usar ante un tribunal. Y ambas partes desean evitar un escándalo público.
– ¿Y Yamaoto? -pregunté.
– El asunto de Toshi Yamaoto es… complicado -respondió.
– «Complicado» no me suena nada bien.
– Yamaoto es un enemigo poderoso. Hay que combatirlo de forma indirecta, con sigilo y con tiempo.
– No lo entiendo. ¿Y el disco? Creía que había dicho que era la clave de su poder.
– Lo es.
Entonces caí.
– No lo van a hacer público.
– No.
Permanecí en silencio durante un buen rato mientras extraía mis propias conclusiones.
– Entonces Yamaoto aún piensa que está por ahí -deduje-. Y usted ha firmado la sentencia de muerte de Midori.
– A Yamaoto se le ha dado a entender que el disco lo destruyeron elementos corruptos del Keisatsucho, por lo que su interés por Midori Kawamura se ha reducido de forma sustancial. De momento estará segura en Estados Unidos, donde Yamaoto carece de poder.
– ¿Qué? No puede exiliarla a Estados Unidos así como así, Tatsu. Ella tiene su vida aquí.
– Ya se ha marchado.
Todo aquello era demasiado para asimilarlo de golpe.
– Es probable que sienta la tentación de contactar con ella -prosiguió-. Le recomiendo que no lo haga. Ella cree que usted está muerto.
– ¿Por qué iba a creer eso?
– Porque se lo dije.
– Tatsu -repliqué con una voz peligrosamente seca-, explíquese.
Siguió hablando como si nada.
– Aunque sabía que a usted le preocupaba la seguridad de ella, cuando le comuniqué su muerte no sabía lo que había ocurrido entre ustedes -dijo-. Lo deduje por su reacción.
Hizo una larga pausa y luego me miró de forma inexpresiva, con cierta resignación.
– Lamento profundamente el dolor que siente ahora. No obstante, estoy más convencido que nunca de que hice bien al decírselo. Su situación era imposible. Lo mejor es que ella no sepa nada de su implicación en la muerte de su padre. Piense lo que supondría para ella saber eso después de lo que ocurrió entre ustedes.
Ni siquiera me sorprendía que Tatsu hubiera encajado todas las piezas.
– No tenía por qué saberlo -me oí decir.
– En cierta medida creo que ya lo sabía. Con el tiempo su presencia le habría confirmado sus sospechas. En cambio, ahora se ha quedado con los recuerdos de la muerte del héroe que cayó cumpliendo los últimos deseos de su padre.
Me di cuenta, aunque no podía asimilarlo del todo, de que Midori ya formaba parte de mi pasado. Era como un truco de magia. Ahora lo ves; ahora no lo ves. Ahora es real; ahora no es más que un recuerdo.
– Si se me permite decirlo -concluyó- la historia entre ustedes fue breve. No hay razón para creer que el dolor por su pérdida sea prolongado.
– Gracias, Tatsu -conseguí decir-. Es un consuelo.
Agachó la cabeza. Habría sido impropio de él verbalizar sus sentimientos encontrados, y en cualquier caso seguiría haciendo lo que tenía que hacer. Giri y ninjo. Deber y sentimiento. En Japón, siempre se impone el primero.
– Sigo sin entenderlo -reflexioné al cabo de un minuto-. Creía que quería publicar el contenido del disco. Eso confirmaría todas sus teorías sobre las conspiraciones y la corrupción.
– Acabar con las conspiraciones y la corrupción es más importante que confirmar mis teorías al respecto.
– ¿No es lo mismo? Bulfinch dijo que si se hacía público el contenido del disco, los medios de comunicación japoneses no tendrían más remedio que hacerse eco y que Yamaoto perdería su poder.
Asintió con un movimiento lento.
– Tiene parte de razón. Pero hacer público el contenido del disco es como lanzar un misil nuclear. Sólo se hace una vez, pero el resultado es la destrucción total.
– ¿Y entonces? Lance el misil. Destruya la corrupción. Devuélvale el aliento a la sociedad.
Suspiró y la simpatía que le produjo el arranque que acababa de observar quizás atenuó la impaciencia que solía producirle tener que explicármelo todo paso por paso.
– En Japón, la corrupción es la sociedad. El óxido ha penetrado tan profundamente que invade toda la superestructura. No se puede eliminar de un plumazo sin provocar una debacle en la sociedad que se apoya en la misma.
– Y una mierda -repliqué-. Si está corrupta, se puede eliminar. Sin miramientos.
– Rain-san -contestó, con cierto tono de impaciencia-. ¿Ha pensado en lo que surgiría de las cenizas?
– ¿Qué quiere decir?
– Póngase en el lugar de Yamaoto. El Plan A es usar la amenaza del disco para controlar el PLD desde la sombra. El Plan B es hacer estallar el disco -hacerlo público- para destruir al PLD y llevar a Convicción al poder.
– Porque la cinta únicamente implica al PLD -deduje, ahora que empezaba a comprender.
– Por supuesto. En comparación, Convicción parece un modelo de corrección. Yamaoto tendría que salir de la sombra, pero por fin contaría con una plataforma con la que desplazar el país a la derecha. De hecho, creo que eso es lo que espera a largo plazo.