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Era poco lo que quedaba por estudiar. La acción de la sidra había destruido toda la piel, la carne y el tejido cerebral. No había restos de cabello. Y aunque el poso fue examinado minuciosamente, en el barril no apareció otra cosa digna de importancia.

¿Quiere tomar un vaso de agua? ¿O prefiere sidra?

El doctor Atcliffe descubrió que el cráneo correspondía a un hombre de una edad comprendida entre los dieciocho y los veinticinco años. Para un patólogo, el sexo está relacionado con procesos mastoideos y bordes supraorbitarios, en tanto que la edad corresponde a la osificación de la epífisis.

Algunos periódicos creían equivocadamente que la bala había sido el agente metálico que había provocado la correosidad de la sidra. En realidad, en el tonel no se encontró bala ninguna, porque había atravesado el cráneo de parte a parte dejando una patente herida de salida. Así pues, ¿qué pudo causar la contaminación metálica?

Un par de empastes dentales.

Como diría después el doctor Atcliffe, si la víctima hubiera poseído una dentadura perfecta, la sidra no habría quedado contaminada, y tanto el tonel como lo que había quedado en el fondo del mismo habrían sido devueltos a Gifford Farm para ser nuevamente reutilizados.

Respire hondo y hablemos de los agujeros producidos por la bala. El del lado izquierdo, que tenía alrededor de una pulgada y media de diámetro y estaba situado sobre el orificio aural, correspondía a la entrada del proyectil. La bala se había abierto paso hasta la mejilla derecha, justo detrás del ojo, que era el punto de salida. El doctor Atcliffe, basándose en el tamaño de los agujeros, consideró que la bala era del calibre 45, que había sido disparada a una distancia de menos de un metro del lugar donde estaba la víctima, pero no más cerca de cuarenta y cinco centímetros, y que no era posible determinar la fecha del fallecimiento.

Se habló mucho de la posibilidad de que se produjeran otros siniestros descubrimientos. En Shorn Ram se abrieron otros dos toneles, y ocurrió lo mismo con otros diecisiete, suministrados por Gifford Farm, en tabernas de Frome, Shepton Mallet y pueblos circundantes. Los taberneros no se opusieron en absoluto, porque habían observado una marcada disminución en la venta de sidra. Sin embargo, en los barriles no se encontró otra cosa más siniestra que unos huesos de cordero y, aunque usted y yo quizá podríamos hacernos atrás ante la perspectiva de beber una sidra alimentada con carne de oveja, para los habitantes de Somerset en el año 1944 la cosa no tenía nada de particular.

Las pesquisas realizadas en torno al asesinato estuvieron dirigidas por el inspector Judd, del cuerpo de policía de Somerset, ciudadano de Glastonbury, temeroso de Dios, famoso por sus sermones laicos. La gente llenaba de bote en bote la capilla de Lent todos los primeros domingos de mes para oír como el tejado de cinc se estremecía con el famoso sermón que aquel señor pronunciaba sobre la templanza. Detestaba al demonio de la bebida y precisamente inició sus averiguaciones en el sitio que él designaba con siniestros acentos como «la fuente»: Gifford Farm.

En las tabernas corría la voz de que George Lockwood sería colgado, destripado y descuartizado, antes de que el caso fuese dilucidado ante los tribunales. Las cosas no podían estar peor para él. El tonel estaba marcado con su nombre, lo había suministrado en agosto, él mismo había clavado la tapadera en noviembre y no existían indicios de que nadie lo hubiese manipulado después.

George Lockwood no recordaba que nadie se hubiese comportado de manera sospechosa durante las tres semanas que duró la preparación de la sidra, como tampoco estuvo en condiciones de arrojar ninguna luz acerca de la identidad de la víctima. Suministró al inspector Judd, eso sí, una lista de todos los braceros y ayudantes que habían trabajado en la granja. Todos fueron localizados e interrogados, salvo tres excepciones: Barbara, Duke y Harry. Barbara, por supuesto, estaba muerta, mientras que los dos soldados americanos habían abandonado Inglaterra en junio de 1944 para tomar parte en la invasión de Europa.

Cuando Judd suscitó la cuestión del suicidio de Barbara, George Lockwood admitió que había ocurrido el 30 de noviembre, dos días antes de que terminara la preparación de la sidra y de que se cerrara el último tonel, si bien éste no veía qué posible relación podía tener aquel hecho con lo que había ocurrido después. El encargado de las indagaciones había dejado establecido que Barbara se había quitado la vida en un momento en que el equilibrio de su mente se encontraba profundamente perturbado. Aunque Judd no siguió insistiendo en este aspecto, dio orden a uno de sus ayudantes más experimentados de que volviera a examinar las circunstancias que habían rodeado la muerte de Barbara.

Entretanto se hizo una comprobación relativa a las personas desaparecidas de Frome y Shepton Mallet, especialmente jóvenes, cuya edad estuviera comprendida entre los dieciocho y los veinticinco años. La cosa no era fácil. Algunos se habían presentado voluntarios al ejército sin informar de ello a sus familias, otros se habían emboscado y habían ingresado en el grupo de los desertores y algunos habían encontrado la muerte en Bristol, donde Tos bombardeos habían sido masivos.

Pese a todo se hizo la lista y a los pocos días la víctima era identificada. Las pistas habían convergido en ella de manera muy convincente.

El inspector encargado de volver a abrir los archivos relativos a la muerte de Barbara supo por el informe post-mortem que la muchacha estaba embarazada de dos meses. Se consideró que el sentimiento de vergüenza provocado por el embarazo, del que su familia no tenía ninguna noticia, había sido la razón principal que la había impulsado a quitarse la vida. No se estableció la identidad del responsable ni era cometido de la investigación averiguarla. La familia no había podido o no había querido hacer comentario alguno al respecto, si bien circulaban fundados rumores acerca de que el hombre en cuestión era Cliff Morton. Se decía de él que estaba obsesionado con Barbara y que la importunaba a menudo. En cierta ocasión, en septiembre, durante la recolección de manzanas, por haberse mostrado excesivamente obsequioso con la chica, había sido expulsado de la granja por el propio George Lockwood.

Cliff Morton era soltero y tenía dieciocho años. Sus padres se habían ido a vivir al extranjero cuando tenía doce años, dejándolo bajo la custodia de una tía materna, que vivía en una casita situada a una milla de distancia al sur de Christian Gifford. Dos días después de haberse realizado las pesquisas en torno a la muerte de Barbara, la policía se presentó en casa de Morton para interrogarlo sobre otra cuestión: le habían sido enviados los papeles para que se presentara al servicio militar a mediados de septiembre y no había dado señales de vida. Su tía les dijo que había abandonado bruscamente la casa sin informarla del lugar al que se había trasladado.

Así pues, el nombre de Cliff Morton figuraba también en la lista de desaparecidos preparada por la policía. La edad era la adecuada y, por otra parte, existía una conexión entre él y Gifford Farm. También había participado en la recolección de manzanas pero, como había sido durante muy breve tiempo, George Lockwood no había facilitado su nombre a la policía, descuido que con el tiempo lamentaría.

Los detectives hicieron una visita a un dentista de Frome que les facilitó la ficha dental de Morton. En enero de 1941 se había hecho dos empastes en dos muelas adyacentes del maxilar superior que correspondían exactamente con los dos empastes del cráneo.

Como prueba final de identificación, el doctor Atcliffe fotografió el cráneo y superpuso el negativo sobre una ampliación de una instantánea de Morton, proporcionada por su tía. En caso de que la criminología no sea su afición preferida, no sabrá que se trata de un método del que fue pionero el profesor Glaister, quien lo aplicó en el caso Ruxton en 1935. La coincidencia resultó total. Estaba fuera de toda duda razonable que Cliff Morton era la víctima del asesinato.