Выбрать главу

– Recoge la mesa.

Y éste obedeció sin rechistar.

14

– ¿Por qué no te sientas?

Así que Harry obedeció su orden, Alice le dirigió una mirada fría, que nada tenía de filial.

– Has dicho que tú habrías estado en condiciones de puntualizar algunos extremos delante del tribunal. Ésta es tu ocasión de nacerlo. Voy a hacerte retroceder hasta los días cruciales de 1943.

Con un aire de autoridad que hubiera resultado muy propio de un experto abogado en el momento de interrogar a un testigo, fue arrancando a Harry toda la historia: como él y Duke me habían conocido en la tienda de la señorita Mumford, cómo habían ido en el jeep hasta Gifford Farm, cómo habían conocido a Barbara y cómo se habían ofrecido a recolectar manzanas.

– ¿Por qué? -preguntó Alice.

Harry levantó las cejas, pero no dio ninguna respuesta. Toda su jactancia había desaparecido.

– Quiero saber por qué os ofrecisteis a prestar ayuda.

– Éramos dos soldados aburridos que querían beber gratis y hacer amigos. Supongo que por esto.

– Barbara era el foco de atracción, ¿verdad?

– Por supuesto que sí. Era guapa. Tenía la piel más blanca del mundo, unas mejillas sonrosadas, un cabello negro y sedoso. Era una maravilla de chica, aunque un tanto distante.

A tan conmovedora apología todavía añadió una nota a pie de página:

– Yo, de todos modos, no esperaba ganarme sus favores.

– ¿Duke sí? -preguntó Alice.

Por si todavía no hubiera habido pruebas bastantes para demostrar su autocontrol, éste había quedado totalmente comprobado en la manera de formular aquella pregunta, como si aquel padre de quien nunca hasta aquel momento había podido mencionar el nombre sin que le temblara la voz, se hubiera convertido de pronto en una cifra.

Harry movió negativamente la cabeza.

– Era un hombre casado.

– También lo eran centenares de otros soldados que salían con chicas inglesas -dijo Alice-. Puedes ser franco conmigo.

– En todo el tiempo que estuvo aquí, jamás miró a una mujer.

– Eso no es verdad -dijo Alice en el mismo tono razonable de antes-. Acompañó a Barbara la noche del concierto del Día de Colón.

Pero la compostura de Alice no hacía mella en Harry y la voz de éste no pasó de un graznido de protesta:

– Fue para ayudarme.

Y en seguida sus palabras se apelotonaron como un torrente.

– Hace veinte años de todo eso. Las buenas chicas iban de dos en dos, amparándose en la compañera frente a tíos como yo, ¿comprendes? Yo no podía salir con Sally si no encontraba a alguien que fuera con su compañera. Y el papel le tocó a Duke. Él iba al volante, empleando sus manos para conducir, mientras que Barbara iba sentada a su lado, con las manos en el bolso. Ni siquiera hablaban. La acción se desarrollaba en el asiento de atrás.

– ¿Y en noches sucesivas?

Harry adoptó un aire de sorpresa.

– ¿Acaso no se encontraban en secreto? -preguntó Alice.

– ¿Dónde, por el amor de Dios?

– En los prados que rodean la granja. Barbara salía a pasear por las noches. Duke debía de esperarla en el jeep.

– Oye nena, ¿quién te ha vendido esta patraña?

Alice no respondió. Ni siquiera me miró.

– Escucha bien -dijo Harry-, Duke se pasaba la mayoría de las noches escribiendo a Elly. Puedes creerme. De haber salido por las noches con el jeep, yo lo habría sabido. Por todos los santos, ¿no ves que yo estaba con él?

– Quizá te lo ocultaba.

– ¡Narices!

Alice, que seguía absolutamente serena, dijo:

– Sigamos mirando para atrás, ¿quieres? Un día hubo una partida de caza con la participación del señor Lockwood y de su hijo.

Harry asintió con la cabeza.

– ¡Bah, tonterías! La única arma de que disponíamos era una cuarenta y cinco. Una pistola, una automática. No matamos nada. Y me adelanto a tu pregunta para decirte que Barbara no formaba parte del grupo.

– Pero en otra ocasión sí os la llevasteis.

– Sí, pero aquello era diferente. Duke había prometido al chico que le dejaría disparar con la cuarenta y cinco.

Harry clavó en mí sus ojos:

– ¿Es verdad o no?

Yo se lo confirmé.

– Barbara no hizo más que juntarse al grupo -continuó-. Disparamos unos cuantos tiros a una lata de aceite.

– ¿Y después?

– Pues dejamos la pistola en el paragüero de la casa, donde el viejo Lockwood guardaba sus escopetas.

Y con una sonrisa taimada añadió:

– Aquella 45 era como las botellas de Coca-Cola: no retornable.

– Esto significa que hubiera podido cogerla cualquiera el día en que se cometió el asesinato.

Harry no hizo ningún comentario.

– Hablemos del prensado de la sidra -prosiguió Alice-. Durante todo el tiempo que duró el proceso tú y Duke visitasteis varias veces la granja, ¿no es así?

– Por supuesto que sí.

– Y visteis cómo el señor Lockwood metía el cordero en los barriles.

– Claro.

– Y oísteis que Bernard decía que había visto la bicicleta de Cliff Morton tirada en una cuneta de la granja.

La respuesta de Harry fue esta vez más dogmática, puesto que, levantando en el aire un dedo gordezuelo, puntualizó:

– Esto es harina de otro costal. Duke vio en contadísimas ocasiones al chico que fue supuestamente su víctima. La primera vez que fuimos a recoger manzanas, me estoy refiriendo al mes de septiembre, hubo cierto incidente. Me parece que atraparon a Morton cuando estaba con Barbara. Y le dieron la patada del año. Ya no volvimos a verlo nunca más.

Llegados a este punto de la conversación, quise hacer una acotación. Harry estaba apartándose tanto del tema que no pude evitar la intervención.

– Que Duke conociera al hombre poco tiene que ver con el caso. El motivo no fueron los celos. Si lo mató fue por la agresión salvaje de que hizo objeto a Barbara.

Pero la intervención me valió la recompensa de una mirada glacial por parte de Alice.

– ¿Me permites continuar? -preguntó en un tono que dejaba fuera de toda duda que tenía intención de continuar.

Y volvió a la carga con Harry:

– Aquella tarde fuiste con Duke en el jeep con la intención de invitar a las chicas a una fiesta.

– Sí, la del Día de Acción de Gracias -confirmó Harry-. Y antes de que me lo preguntes, te diré que yo era el organizador. Aquélla iba a ser mi noche. Posiblemente no lo creas después de lo que acabas de ver, pero en aquellos tiempos Sally estaba loquita por mí. Yo sabía que la chica estaba a punto de caramelo. Lo único que tenía que hacer era prepararlo y ganarme a la familia Shoesmith. Así es que volví a pedir a Duke que acompañara a Barbara. Tenía que conseguir que él accediera y su afición a escribir canciones jugó a mi favor. Entonces estaba escribiendo canciones en el dialecto de Somerset, sirviéndose de las palabras que había oído. Las tenía escritas a medias y todavía le faltaban algunos versos.

– Y tú le dijiste que Barbara le ayudaría en la tarea.

– Has dado en el clavo.

– ¿Estás absolutamente seguro de que no había nada entre los dos?

– ¿Entre Duke y Barbara? Ni por asomo.

– ¿Ni por parte de uno ni por parte del otro? Quiero decir que tampoco por parte de Barbara. ¿Se había hecho ideas románticas en relación con Duke?

– Lo dudo. Si me pides mi opinión, te diré que salía para hacer un favor a Sally.

– Quizá debería preguntárselo a Sally… -dijo Alice con aire pensativo.

– ¡Claro! ¿Por qué no?

Parecía que Harry estaba deseando que los reflectores iluminasen a otro personaje.

– Acabemos primeramente con esta parte. Creo que pasaste a recoger a Sally camino de la granja.