Alice profirió otro grito de dolor.
Agarré el cadáver con ambas manos y lo atraje hacia mí, lejos de las balas de paja. Cayó pesadamente sobre mí. Inmediatamente después me estaba debatiendo contra un muerto.
Gracias a Dios, tengo brazos fuertes. Lo levanté y lo empujé a un lado y aproveché el mismo movimiento para incorporarme.
Alice lanzó un grito todavía más penetrante.
Busqué en el bolsillo derecho de Harry y esta vez encontré el arma. La saqué, apunté a Bernard y apreté el gatillo.
La bala se alojó en la espalda. Cayó hacia adelante, cara al suelo, y se desplomó sobre una bala de paja. No sabía si estaba muerto, pero no quería disparar un segundo tiro.
Alice se quedó inmóvil un segundo, después se dio la vuelta en el suelo y me miró, los ojos desorbitados por el horror.
– ¡Estás ardiendo!
No lo estaba… bueno, no mucho. Harry sí estaba ardiendo. Su ropa empapada de gasolina ardía como una tea. No sé si había sido el mechero o la escopeta lo que había prendido la gasolina. Me aparté bruscamente del cadáver y tiré de la chaqueta, que había quedado atrapada en él y que ya empezaba a humear.
La rapidez con que arde la gasolina es impresionante. Al mirar hacia la puerta, vi enormes llamaradas blancas y amarillas que impedían la salida. Era imposible salir.
Alice estaba de pie a mi lado, tratando de arrastrarme al otro lado del granero, donde el fuego todavía no había llegado. Gracias a su ayuda, conseguí arrastrarme y deslizarme a través del granero, pero allí tampoco se estaba tranquilo. No había gasolina, ciertamente, pero el humo negrísimo formaba unos remolinos que iban a parar directamente a nuestra cara. Se dice que, antes de que uno se queme, suele morir ahogado.
– La escalera… -grité, arrastrándome muy penosamente.
De conseguir encaramarnos al desván, éste sería para nosotros una pantalla que impediría que nos alcanzasen las llamas y el calor. Yo no pensaba en la supervivencia, sino únicamente en la inmediata necesidad de poner algo entre nosotros y el fuego.
Juntos, levantamos la escalera y la apoyamos en el suelo del desván. El calor era intensísimo. Se oía una especie de rugido semejante al de las cataratas del Niágara, mientras las cosas, a nuestro alrededor, crujían y estallaban.
Alice fue la primera en trepar.
Quizá le parezca una ridiculez, pero antes de seguirla busqué mi bastón. Revolví entre la paja hasta que di con él y conseguí arrojarlo arriba. Después me agarré a la escalera y me encaramé por ella, una mano tras otra, con una técnica que había ido mejorando con la práctica.
Arriba, el principal problema era el humo. Alice había desplegado el cuello de su jersey para cubrirse la boca con él.
Quiero ahora atribuirme el mérito que me corresponde por la buena idea que tuve. Le hice un gesto para que me ayudara a subir la escalera al desván.
Tiramos de ella entre los dos. Por la parte de abajo estaba ennegrecida y humeante. Le indiqué a Alice que podíamos servirnos de ella como ariete para golpear el tejado desde abajo.
Era un gran riesgo. Existía la posibilidad de que las llamas subieran y se colaran por la abertura que consiguiéramos hacer. Yo tenía puestas mis esperanzas en el suelo del desván, y consideraba que serviría de pantalla el tiempo suficiente para que consiguiéramos escapar. A la velocidad que avanzaba el incendio, el suelo no podía resistir muchos minutos más. Era dudoso si se derrumbaría antes de que las llamas dieran cuenta de las balas de paja almacenadas arriba.
Me subí sobre una de las balas y, mientras Alice dirigía la parte delantera de la escalera, nos hicimos atrás y golpeamos con fuerza las tejas por la parte más baja del desván. No conseguimos otra cosa que un soberano golpe en los brazos. No sin un cierto cinismo, pensé en aquella perogrullada que asegura que las viejas construcciones como aquélla estaban hechas para perdurar. ¡Benditas construcciones aquellas de pacotilla que se hacían en el siglo diecinueve o benditas las tejas colocadas por el aprendiz en su primer día de trabajo!
Pegamos otro golpetazo. Con un estimulante crujido, se desprendieron dos tejas y el extremo de la escalera asomó por el agujero. Volvimos a retirarla y seguimos a la carga a ritmo frenético. Cayó otra teja y, a continuación -¡Dios fuera loado!-, otras cuatro. Ya teníamos un agujero más que regular. Soltamos la escalera y sacamos la cabeza al exterior, ávidos de aire. Con mi bastón, desprendí unas cuantas tejas más y acto seguido hice una señal a Alice para que saliera por la abertura.
No se anduvo con chiquitas. Quise introducir la escalera a través del agujero, pensando que podría ayudarnos a bajar desde el tejado, pero Alice me gritó:
– Déjalo, Theo. Es demasiado corta.
Sentía bajo mis pies el calor que iba creciendo en el suelo del desván. Dije a Alice que se hiciera a un lado. Cogí una bala de paja y, metiéndola por el boquete, la arrojé junto al borde exterior del granero: serviría para amortiguar nuestro aterrizaje cuando saltáramos. Arrastré otra hasta el sitio donde yo estaba y la arrojé junto a la primera.
Alice se echó a gritar:
– ¡Theo, por el amor de Dios!
Salí al exterior y trepé por el tejado.
Sería una caída que no debía de superar los cuatro metros y medio; por otra parte, el humo que nos empujaba hacia afuera constituía un incentivo suficiente para inducirnos a saltar. Tras mirar las balas de paja que había arrojado al exterior, pronuncié una frase que era familiar para los dos:
-«All right, then?» [6]
Alice tenía el rostro tiznado y las gafas salpicadas de carbonilla. Con una sonrisa, sacó la mano y, tras darle la mía, saltamos los dos.
23
– ¡Ojalá la exposición sea correcta! -dijo Digby, creo que por tercera vez-. Si me hubiera avisado habría traído a un fotógrafo.
– ¡Deje de quejarse, por favor! -le replicó Alice en un arrebato de cólera, quizá para liberarse de la tensión que sentía-. ¿No tiene su exclusiva?
Digby, encogiéndose de hombros, intentó adoptar una actitud que daba a entender que la cosa no iba con él. Parecía un buitre apostado a la espera.
– ¿Qué es una fotografía? -preguntó Alice.
Con voz llena de recelo Digby dijo:
– ¿Cómo? ¿Los dos saltando del tejado en llamas? Voy a decirle qué es: Huida del granero de la muerte. ¡Eso es! La foto de mi vida. Mañana aparecerá en la primera página del periódico y millones de personas la verán.
Mañana. Yo no quería saber nada de mañana. Terminar con el pasado ya era bastante tarea de momento. Los tres estábamos sentados en la mesa de la cocina de la granja. El agente de turno era un muchacho joven. En la habitación contigua, el inspector Voss estaba interrogando a los Lockwood. Al otro lado de la era, un destacamento de bomberos con sus mangueras sofocaba el fuego del granero.
– Quiero aclarar un punto -dije a Digby, liberando el resentimiento que sentía-. ¿Usted estaba esperando con su cámara fuera del granero mientras Alice y yo estábamos en aquel infierno, luchando con las llamas?
– No es trabajo de periodista meterse donde no le llaman, amigo.
– ¡Por el amor de Dios, Digby!
– En cualquier caso, no podía acercarme una vez iniciado el incendio.
– Pero antes de que empezara, usted ha visto cómo Alice se metía dentro dispuesta a habérselas con un hombre de la corpulencia de Bernard Lockwood…
Digby, imperturbable, observó:
– Alice actuaba de forma totalmente independiente, ¿no es verdad, encanto?
Alice ignoró la observación y, dirigiéndose a mí, dijo:
– Lo que ha ocurrido ha sido lo siguiente, Theo. Me he enterado de la muerte de Sally en el incendio a través del periódico, lo que me ha revelado que me había equivocado contigo. Me refiero a lo del asesinato de Morton… La persona que había matado a Sally lo había hecho para que callara. Tenía miedo de que tú o yo fuéramos a verla y la hiciéramos hablar. Por muy ruines y bajas que fueran las cosas que te dije, sabía que no eras hombre para cometer un asesinato a sangre fría. Primero he pensado en Harry, pero no me lo imaginaba quemando su propia casa y por otra parte estaba convencida de que, pese a su insensibilidad, no era capaz de matar a Sally. Quiero decir que el domingo estaba dispuesto a que hablásemos con ella, pero eso de que se emborrachara lo sacaba de quicio. Por consiguiente, ¿quién podía haberlo hecho? La respuesta tenía que estar en Gifford Farm. Cuando Digby te ha llamado por teléfono y tú has colgado, en seguida le he dicho dónde había que ir. Digby ha cogido una cámara y nos hemos plantado aquí más aprisa que corriendo. Para evitar a Bernard y a su escopeta, hemos dejado el coche en la parte de arriba del prado y nos hemos acercado lo más disimuladamente que nos ha sido posible.