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– Es una invitación muy agradable. Ya te lo diré si me apetece -le gustaba la idea de pasar más tiempo con él y sería divertido. Pero en pleno verano se le notaría el embarazo y sería más incómodo. Quizá peligroso.

– Tu trabajo de verano debía ser muy divertido -dijo-. Pero siempre me pregunté cómo aprendiste tú -sabía que su madre no podía permitirse pagarle clases.

– Empecé trabajando en el quiosco de bocadillos -explicó él-. Cuando descubrí cuánto ganaban los profesores, empecé a juntarme con ellos. Me sacaban al lago después de cerrar y me enseñaban lo básico. Pasé muchas horas practicando y cuando aprendí lo suficiente, solicité trabajo.

– Tuviste mucha iniciativa.

– Tenía motivación -admitió él-. Quería pagar mi coche y ahorrar para la universidad. Eso implicaba pasar muchas horas en el lago.

– La mayoría de tus alumnas eran chicas guapas. No creo que sufrieras demasiado.

– No sé de qué hablas -sus ojos chispearon con humor-. Trabajaba entre diez y doce horas al día.

– Seguro. Flotando con un montón de jovencitas en bikini que te hacían compañía. Un trabajo duro. Cuando desembarcabas, un harén te seguía a todas partes.

– Me estás avergonzando -protestó él.

– Lo dudo -negó ella, viendo su sonrisita satisfecha.

– Exageras. Además, a ti no te impresioné.

– ¿Eso crees?

– ¿Qué quieres decir? -la miró con sorpresa-. Éramos amigos.

– Para ti, éramos amigos -Hannah se rió-. Yo estaba locamente enamorada -suspiró-. Fue muy triste, tantos veranos de amor no correspondido.

– Nunca me di cuenta -dijo él, atónito.

– No quería que lo notaras. Comprendí que no estabas interesado por mí en ese sentido, así que no dije nada. Prefería ser tu amiga. Además, las otras chicas iban y venían como las mareas y yo duré varios años.

– Pero eras muy joven.

– Cuando nos conocimos sí, pero el último verano tenía dieciocho años.

– Deberías haber dicho algo.

– Entonces no te habría interesado.

– ¿Y si me interesa ahora?

– ¿Te interesa? -ella pensó que sus sueños podían hacerse realidad. Eric se acercó y la rodeó con un brazo-. Me interesa mucho -murmuró él en su oído.

Hannah se dijo que sería fuerte y no se rendiría a la atracción que sentía por él. Se comportaría como una adulta, en vez de como una adolescente enamorada.

Sus buenas intenciones duraron hasta que la besó.

Capítulo 5

ERIC besaba su boca con una mezcla de posesión y ternura que hacía que ella se derritiera por dentro. El recuerdo de su último beso combinado con las sensuales sensaciones del que estaba recibiendo la confundían, lo único que podía hacer era… desear.

Una oleada de deseo recorrió su cuerpo. Sentía la presión de su boca contra la suya, la calidez de su aliento en la mejilla, el delicioso roce de un comienzo de barba. Él tenía una mano sobre su hombro y otra en su cadera. Ella apoyaba ambas manos en sus brazos.

Sus tensos senos clamaban «¡Tómame ahora!» y sentía un intenso calor entre las piernas. Eso había ocurrido en sólo dieciocho segundos y se preguntó cómo estaría cuando pasara un minuto.

No tuvo tiempo de imaginarlo porque sintió el suave toque de su lengua en los labios y los entreabrió para admitirlo. El primer roce de lengua contra lengua le provocó un escalofrío. Se acercó más a él, deseando que tocara todo su cuerpo, conteniéndose para no gemir y retorcerse. El profundo sonido gutural que emitió Eric le hizo adivinar que sentía lo mismo que ella.

Él rodeó su cintura con los brazos y la sentó sobre su regazo. Hannah apoyó la cadera en su vientre y más abajo, donde notó la muestra palpable de su deseo.

– Hannah -murmuró él contra su boca-. Me cuesta creer lo que me perdí hace años -dijo, acariciándole la espalda.

– Entonces era más tímida -sonrió, mordisqueó su labio inferior y le acarició el pelo.

– Yo también.

Ella tenía sus dudas al respecto, pero no dijo nada. Eric volvió a concentrarse en su boca, besándola sin descanso. Lo deseaba tanto que le costaba respirar. Nunca había sentido una pasión tan intensa, ni con sus novios de la universidad, ni con Matt, con quien estuvo a punto de casarse. Pero no quería pensar en Matt ni en el pasado; deseaba sentarse a horcajadas sobre Eric y recibirlo en su interior.

Mientras su cuerpo ideaba argumentos que justificasen la rendición total, su cerebro le recordaba que sólo era su segunda cita, que Eric era casi un desconocido y que llevaba un bebé de otro hombre en su interior.

La realidad la salpicó como agua helada. Quería rendirse, pero no podía, no tan rápidamente. Pero lo deseaba tanto que bajó la mano, la puso sobre la de él y la llevó hacia su seno derecho. El pulgar de Eric frotó su pezón y gimió levemente. Espirales de deseo descendieron por su cuerpo, asentándose en su entrepierna.

Debía ser ilegal desear tanto a un hombre. Lamentándolo en el alma, se echó hacia atrás. Eric rompió el beso y se miraron a los ojos. Los de él parecían casi negros y sus pupilas llameaban.

– ¿Vamos demasiado rápido? -preguntó Eric, con voz tranquila. Ella asintió-. Lo entiendo. Sólo es nuestra segunda cita. Pero todo esto es culpa tuya.

– ¿Qué? -se bajó de su regazo y lo miró fijamente-. ¿Por qué es culpa mía?

– Porque eres infernalmente tentadora -sonrió él, acariciando su mejilla-. ¿Cómo podría resistirme?

– Bueno, tú también tienes tu encanto -admitió ella, apaciguada-. Creo que ambos somos culpables.

– No quiero presionarte -aclaró él con expresión seria-. Me he precipitado un poco esta noche, pero no lo pretendía. A partir de ahora iremos más despacio.

Hannah era un hervidero de emociones. Por un lado, había sido ella la que dirigió la mano a su seno, era culpable; por otro, le gustaba que respetase sus sentimientos y quisiera ir más lento. Eso implicaba que se verían de nuevo, un plan muy atractivo.

– Me gusta lo de ir más despacio.

– De acuerdo -se levantó, la puso en pie y besó su boca suavemente-. Voy a salir de aquí antes de ceder a la tentación de arrancarte la ropa. Te llamaré mañana.

– Estaré esperando.

Salió y Hannah cerró la puerta a su espalda. Después rió como si tuviera catorce años, corrió al sofá y se tiró encima.

– Creo que le gusto -susurró-. Es fantástico.

A las 10:17 de la mañana siguiente, regresó el sentido común. Hannah, sentada ante el escritorio de su suite, intentaba poner su vida en orden. Pero le estaba costando mucho no pensar en Eric.

No sabía qué tenía ese hombre para acelerarle el corazón. ¿Su aspecto? ¿Que era un buen tipo? ¿El pasado? ¿O era la combinación de todo lo que la volvía loca?

Sabía que no podía precipitar la relación después de su último desastre, aunque Matt y Eric no se parecían en nada. Matt era desenvuelto y sofisticado, un ejemplar típico de la costa este. En cambio, hacía años que conocía a Eric, su historia y sus valores; había tenido muchas novias, pero no se había aprovechado de ellas. Matt siempre había ido a sacar lo que pudiera.

Hannah reunió coraje para hurgar en la herida de su corazón. La sorprendió que fuera mucho menos doloroso de lo que esperaba. Pensar en Matt ya no le daba ganas de gritar o llorar. Por fin entendía que había sido el objetivo perfecto para su tipo de seducción.

Su rápida recuperación la alegraba y entristecía al mismo tiempo. Era maravilloso no despertarse cada mañana inmersa en la agonía emocional, pero si había superado lo de Matt tan rápidamente, ¿lo había querido de verdad? ¿Cómo podría justificarse ante su hijo?

– Supongo que no tendremos conversaciones serias hasta dentro de un tiempo -dijo, acariciándose el vientre-. Entretanto, pensaré cómo explicártelo.