– De esos tengo muchos.
– No hablo de objetivos profesionales -torció la boca-, sino personales. ¿No quieres casarte? ¿No quieres tener hijos?
Él masticó un trozo de salmón y consideró la pregunta. Claro que quería hijos, siempre los había querido. Pero no estaba tan seguro sobre lo de una esposa. Desde su punto de vista, el amor no duraba. El matrimonio de CeeCee había sido un desastre. Exceptuando a su secretaria, no conocía a nadie felizmente casado.
Por desgracia, ese argumento no funcionaría con CeeCee. A veces, cuando se ponía así, era mejor esquivar el tema. Iba a rendirse cuando recordó que tenía algo de munición.
– Estoy viendo a alguien -le dijo.
– ¿Estamos hablando de salir con alguien, o de hacer entrevistas a secretarias? -CeeCee lo miró por encima del borde de la copa.
– Citas de verdad -dijo, alzando las manos con aire de victoria-. Con besos y todo.
– ¿Qué problemas tiene ella? -preguntó CeeCee con suspicacia.
– ¿Insinúas que sólo alguien con problemas saldría con tu hermano? Eso es muy duro.
– No, no quería decir eso. Nunca sales con mujeres que estén interesadas en algo más que pasar un buen rato. Supongo que ella también es así, ¿no?
Eric aún no sabía en qué punto de la escala de «sólo pasarlo bien» se encontraba Hannah. Iban a tener que hablar del tema, porque estaba muy interesado en seguir viéndola. Nunca lo había atraído tanto una mujer.
– Es fantástica -dijo, evitando la pregunta-. Guapa, lista, divertida. La conocí cuando trabajaba en el lago.
– ¿La conozco yo? ¿Cómo se llama?
– Hannah Bingham.
– ¿Una de ellos? -CeeCee arrugó la nariz-. Ten cuidado, Eric. Esa familia es problemática.
– Ella no es así. Hannah no nació rica. Es una de las hijas de Billy Bingham. No se enteró de que era su padre hasta que cumplió trece o catorce años. Es muy agradable, encantadora.
– Parece que te ha dado en serio -la expresión de CeeCee se tornó especulativa.
Era cierto, pero no en el sentido que sugería su hermana. Pero no pensaba discutir su interés sexual por Hannah con ella.
– Entonces, ¿la cosa va en serio? -preguntó.
– Sólo hace un par de semanas que la veo. Dame un respiro.
– De acuerdo. Pero no te mataría enamorarte.
– Ya basta de tortura -Eric ignoró el comentario-. Dime cómo va tu vida. ¿Y el trabajo?
– Ajetreado. La gente no deja de tener niños.
CeeCee era comadrona desde hacía años. Le encantaba su trabajo y Eric había aprendido de ella lo importante que era sentir pasión por la actividad diaria.
– ¿Va todo bien?
– Para mí sí -CeeCee suspiró-, pero la clínica…
– ¿Qué?
– Hubo problemas con un parto en casa hace unos meses -sus ojos se entristecieron-. Ahora los padres están creando problemas.
La clínica contaba con un programa especial que permitía a las mujeres sanas y sin riesgos dar a luz en su casa, si lo preferían. Contaban con comadronas especialmente preparadas para ayudar y asistirlas en el parto.
– Yo no estoy involucrada -esbozó media sonrisa-. Fue Milla. Es una profesional muy concienzuda. Por lo visto, el parto fue normal, pero los padres no prestaron atención a las instrucciones para limpiar el cordón y no llevaron al bebé a ninguna revisión posparto. El bebé acabó enfermo y en cuidados intensivos. Ahora han demandado a Milla y a la clínica, alegando que no cortó bien el cordón y no les explicó cómo limpiarlo.
La clínica y el hospital eran independientes, pero se conectaban a través de un pasillo de cristal y compartían prácticas, pacientes y personal. Un juicio así sería devastador para todos, especialmente para Milla.
– ¿Cómo se siente Milla?
– No muy bien. Algo así podría acabar con su carrera -CeeCee movió la cabeza-. En nuestra profesión un error puede tener consecuencias trágicas, pero no tiene sentido que procesen a Milla cuando lo hizo todo bien.
– A veces la gente no acepta la responsabilidad por su actos. Resulta más fácil acusar a otros -tocó su brazo suavemente-. ¿Puedo ayudarte de alguna manera?
– Hablar ayuda. También ayudaría que te casaras.
– ¿En qué iba a cambiar mi matrimonio la situación?
– Sería una distracción -ella soltó una risita-. Acéptalo, Eric. Tienes una deuda conmigo. Como favor especial a tu hermana, deberías casarte.
– Hazlo tú antes.
– Sabes que eso no ocurrirá.
– Nunca se sabe -dijo. Le gustaría ver a su hermana feliz, viviendo con alguien.
Él no estaba interesado en algo para siempre, pero Hannah lo intrigaba. Aunque no quisiera casarse con ella, encontrarla en su cama sería muy satisfactorio.
Capítulo 6
EL martes por la mañana, Hannah fue al despacho de Eric para recoger las llaves. Desde la tarde anterior, era la orgullosa propietaria de su primera casa.
Aunque era un gran paso, estaba emocionada y muy segura de su decisión. Le estaba resultando mucho más difícil decidirse por unas persianas para los dormitorios.
– Pareces contenta -comentó Jeanne al verla-. ¿Hasta qué punto se debe a tomar posesión de tu casa y hasta qué punto a un hombre atractivo que ambas conocemos?
– ¿Podría contestarte cuando haya calculado los porcentajes? -bromeó Hannah.
– Claro que sí -Jeanne se levantó y señaló las sillas que había junto a la pared-. Siéntate. Tiene una conferencia telefónica y me pidió que te dijese que, por favor, lo esperases -le guiñó un ojo-. Y no me invento nada, incluso dijo «por favor».
– Eric es muy educado -dijo Hannah, sentándose.
– Que sea educado no es lo importante -Jeanne se sentó frente a ella y bajó la voz-. Espero que estés de acuerdo en que es guapo y un gran partido.
– ¿No lo consideras capaz de conseguirse él mismo las chicas? -dijo Hannah, intentando no sonreír.
– Claro que sí, pero, ¿lo hace? -hizo una mueca-. Él no. Prefiere trabajar hasta tarde a salir con una mujer atractiva. Al menos, así ha sido hasta ahora. Hum, me pregunto qué ha cambiado. ¿Podría ser culpa tuya?
– No estoy segura de querer asumir la responsabilidad de eso. Eric es encantador y lo pasamos muy bien juntos. Pero sólo hemos salido un par de veces -no confesó que las dos citas habían acabado con besos apasionados y que se acaloraba al pensar en ellos.
– Quizá podrías considerar algunas citas más -sugirió Jeanne-. Me quejo de Eric todo el tiempo, pero la verdad es que es un hombre estupendo. Y necesita alguien que lo quiera.
Hannah obvió ese comentario. En su opinión, Eric era autosuficiente. No sabía si necesitaba alguien que lo quisiera ni si sería capaz de devolver ese amor.
– Lo pensaré -respondió.
– Bien -Jeanne sonrió con complicidad-. ¿Cómo es la mansión de los Bingham por dentro? ¿Tienen muchos sirvientes?
– En realidad no me siento como si encajara allí -aclaró Hannah, tras hablar un poco de la casa-. Supongo que es porque yo no nací ni crecí rodeada de riqueza.
– Supongo que eso podría ser un problema -aceptó Jeanne risueña-. Pero estaría dispuesta a esforzarme para superarlo. ¿Crees que Myrtle adoptaría a una asistente de mediana edad como hermana honorífica?
– Podría preguntárselo.
– Eso estaría muy bien.
– ¿Qué estaría muy bien? -preguntó Eric saliendo del despacho-. Jeanne, ¿estás torturando a Hannah?
– Sólo un poco. Yo lo denomino entretenerla.
Hannah se puso en pie y miró al hombre que invadía sus sueños. Tenía un rostro perfecto. Era lógico enamorarse de un hombre tan guapo y bien educado.
– Jeanne es fantástica -dijo Hannah.
– No digas eso delante de ella -Eric se llevó un dedo a los labios-. Ya se considera imprescindible.
– ¿Y lo es? -preguntó Hannah, entrando al despacho.
– Probablemente, pero es mejor que no lo sepa -sonrió a Jeanne-. Por favor, atiende mis llamadas.