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– ¡Lo había olvidado! ¿Qué ocurrió?

– Me ofrecieron el puesto de vicepresidente.

– Eso es fantástico. Felicidades. Debes estar muy contento.

– No lo acepté.

– No entiendo -Hannah lo miró fijamente.

– Es mucho, demasiado pronto. Ahora mismo no estoy dispuesto a dedicar tantas horas al trabajo. No pasaría suficiente tiempo contigo y con el bebé. Cuando lo expliqué, me ofrecieron un puesto de director. Menos responsabilidad pero un amplio margen de ascenso. Dije que lo pensaría. Antes quería comentarlo contigo.

El corazón de Hannah se desbordó. No había suficiente sitio en el mundo para contener su júbilo. Eric la amaba y quería formar una familia con ella y el bebé.

– Haz lo que te haga feliz -le dijo-. Eso quiero.

– Tú me haces feliz -dijo él, atrayéndola a sus brazos-. Sólo tú, Hannah. Para siempre.

Justo cuando su boca descendió para besarla, Hannah sintió un cosquilleo en la tripa. Apenas un ligero movimiento, pero reconoció lo que era.

– He sentido al bebé -exclamó-. Se ha movido -tomó la mano de Eric y la apoyó sobre el movimiento.

– Parece que da su aprobación -dijo él.

– Nuestro bebé sabe que vas a ser un buen papá y yo también.

Esposo y padre, pensó Eric mientras la besaba. Seis meses antes se habría reído de la idea. Pero en ese momento no se le ocurría nada mejor. Había sido afortunado en el amor y en la vida y pensaba pasar los siguientes setenta años dando gracias por ello.

SUSAN MALLERY

***