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– ¿Qué querías comentar sobre el trabajo? -inquirió.

– ¡Oh, es verdad! -Mari se volvió hacia él-. Estoy interrumpiendo.

– En absoluto.

– Guapo y con buenos modales -sonrió ella-. Sigues siendo un rompecorazones, Eric.

– Así es -rió él-. Voy dejando un rastro de mujeres trágicas donde quiera que voy. ¿A qué vienen tantos cumplidos?

– Necesito tu ayuda.

– Siéntate, por favor -sugirió él, señalando una silla.

– No gracias, no quiero quitarte demasiado tiempo -miró por encima del hombro y bajó la voz.

– Necesito que me ayudes con la financiación de un nuevo centro de investigación.

– Ésa no es mi área -comentó él con sorpresa.

– No te asustes. No necesito que reúnas el dinero. Sólo quiero que apoyes mi plan. Si tú estás de acuerdo, los altos directivos tendrán mejor disposición.

– Aprecio tu voto de confianza, Mari, pero yo sólo soy un director de nivel medio.

– Pero que sube como la espuma, o eso dicen. ¿Podemos concertar una reunión?

– Desde luego. Llámame por la mañana y organizaremos algo.

– Eres el mejor -agradeció Mari. Después miró a Hannah-. Disfruta de tu cena con nuestro ídolo local.

– Te lo prometo -rió Hannah.

– A ver si quedamos a comer un día de estos -sugirió Mari.

– Sí, estaría muy bien.

Mari agitó la mano y los dejó solos. Eric miró a Hannah y ella sonrió con ironía perversa.

– Ni lo menciones -advirtió, moviendo la cabeza.

– Una chica como yo no suele tener la suerte de cenar con alguien tan famoso -se burló ella.

– Hannah, te he dicho que no lo mencionaras -gruñó.

– Alguien que sube como la espuma y es todo un rompecorazones -agitó las pestañas-. Y yo, poco más que una pueblerina. Me da miedo avergonzarte -se inclinó hacia él-. ¿Estoy usando el tenedor correcto?

– Pienso ignorarte -dijo él.

– Vale ya lo dejo -suspiró ella-. Pero es reconfortante saber que algunas cosas nunca cambian. Tenías éxito con las mujeres antes y sigues teniéndolo. Me gusta la consistencia.

Él se encogió de hombros. Era cierto que nunca había tenido problemas para ligar. Pero al fin y al cabo daba igual, sólo buscaba pasar un buen rato. Había aprendido mucho tiempo atrás que el amor no duraba y que cuando terminaba la gente se marchaba.

– Pareció sorprenderte que Mari te pidiese ayuda.

– Nunca me la ha pedido antes. No sé qué cree que puedo hacer, pero estoy dispuesto a intentarlo.

– Ella trabaja mucho.

– Es una característica familiar.

– Estoy de acuerdo -Hannah dejó el tenedor en la mesa-. Por eso no he mencionado mi vuelta a casa a ningún miembro de la familia -desvió la mirada.

– Es tu decisión, Hannah -la animó él.

– Lo sé. Eso es lo que me digo, pero aun así siento mucha culpabilidad.

Él no sabía de culpabilidades, pero sí que era una locura renunciar a una licenciatura en Derecho de Yale para regresar a Merlyn County. Pero era su opción.

– Ahora que Mari y Ron saben que estoy aquí, el secreto no durará mucho. Soy una tonta, pero tenía la esperanza de que tardaran un poco más en descubrirme.

– No eres tonta -la consoló Eric, deseando apretar su mano para reconfortarla.

– Pero no soy muy lógica.

– ¿Quieres ser lógica? -preguntó él.

– ¿No te parece una buena cualidad para una abogada?

– Sería bastante útil. ¿Estás pensando en volver a la universidad a terminar la carrera?

– Estoy muy confusa sobre mi vida -cerró los ojos-. Prefiero que hablemos de ti. Cuéntame lo que haces a lo largo del día.

– Tengo reuniones. Escribo informes. Superviso lo que hacen los demás. Ya sabes, cosas de gestión.

– ¿Cosas? -ella sonrió-. ¿Acaban de ascenderte a director de un importante hospital y defines tu trabajo como «cosas»?

– Sí. Pregúntaselo a Jeanne. Hay montones de «cosas» que hacer -rió él.

– En realidad no trabajas, ¿verdad? -se inclinó hacia delante-. Es todo fachada.

– Has descubierto mi secreto.

– ¿Es el único que tienes? -preguntó ella con los ojos verdes muy abiertos.

– En absoluto -replicó él, pensando en lo atractiva que le parecía.

– Qué bien. Voy a tener que sacártelos todos. ¿Cuál sería la mejor forma de hacerlo?

– ¿No deberías ser tú quien lo descubriera?

– Puede, pero sería mucho más fácil que lo confesaras todo. Así que… ¿cómo puedo hacerte confesar?

A él se le ocurrieron media docena de maneras, pero ninguna de ellas era practicable en un lugar público.

– No te lo diré.

– Vale. Entonces tendré que adivinarlo.

Hannah disfrutó de la cena más de lo que esperaba. Aparte de que Eric le gustaba, era fácil hablar con él, mirarlo y divertirse. No había habido ningún momento incómodo, ni siquiera cuando apareció su prima Mari.

Eric, a pesar de su éxito, no alardeaba de sus logros. A lo largo de los años había conocido a muchos hombres que disfrutaban dando detalles de lo maravillosos que eran y lo afortunada que era ella al estar a su lado. Eric dejaba que fueran sus acciones las que hablasen.

Sentada en el coche, mientras la llevaba de vuelta a su hotel, se enfrentaba al eterno dilema de las mujeres. Dónde, exactamente, iban a despedirse y qué iba a ocurrir cuando lo hicieran.

Como tenía una suite, en vez de un simple dormitorio, podía invitar a Eric a subir sin darle la impresión de que quería llevárselo a la cama. Lo encontraba muy atractivo y sexy, pero era su primera cita y además estaba la cuestión de su embarazo. No se le notaba vestida, pero desnuda era obvio.

Movió la cabeza y borró las imágenes de Eric desnudo de su mente. Era una primera cita; como mucho se darían un beso en la mejilla. El sexo estaba totalmente fuera de lugar.

– Lo he pasado muy bien -dijo Eric, rescatándola de ese torbellino mental.

– Yo también.

– ¿Quieres que lo repitamos otro día?

– Desde luego que sí -aceptó ella, aunque verlo iba contra su plan de llevar una vida menos complicada.

Cuando aparcaron el coche frente al hotel, Hannah aguantó la respiración. Era momento de decisiones. ¿Qué decir, qué hacer? Si seguían viéndose iba a tener que decirle lo del bebé. Pero no en ese momento. Si las cosas progresaban habría tiempo más adelante.

Él apagó el motor y se desabrochó el cinturón de seguridad. Se volvió hacia ella y tomó su mano.

– Pienso acompañarte hasta tu habitación -dijo, con una voz tan suave y sexy que le provocó escalofríos-. Pero el vestíbulo es un sitio demasiado público para un beso de buenas noches.

Iban a besarse. Hannah estaba encantada y aterrorizada al mismo tiempo. El último tipo al que había besado había sido un desastre, pero Eric era distinto. Y quería besarlo.

Él se inclinó hacia ella y Hannah soltó su cinturón; se encontraron a mitad de camino. Un segundo antes de sentir su boca, se dijo que sólo era un beso, no significaba nada.

Pero cuando sintió sus labios firmes y cálidos, se descubrió deseando que pudiera significar algo. Quizá incluso mucho.

Capítulo 4

ERIC besaba como un hombre que disfrutaba de la actividad en sí misma, sin que fuera un paso para lograr un objetivo. Hannah disfrutaba de la sensación de su boca, del peso de su mano en el hombro, de la cercanía de su cuerpo. El calor se palpaba en el ambiente y ella empezó a sentir un cosquilleo en el vientre y más abajo.

Si la excitaba con un beso casto, no sabía lo que ocurriría si las cosas iban a más. Una descarga eléctrica le bloqueó el cerebro y así pudo concentrarse en el contacto de sus labios, en el agradable aroma masculino de su piel y en la suavidad de sus mejillas bien afeitadas.

Él restregó la boca de un lado a otro antes de dejarla quieta y ejercer la presión justa para demostrar interés sin avasallar. Puso la mano tras su cabeza y ella se acercó más. Cuando sintió su lengua en el labio inferior, la húmeda y cálida caricia le provocó un escalofrío. Desde que cumplió los dieciséis años, pasó tres veranos preguntándose cómo sería un beso de Eric. La experiencia real era mejor de lo que había imaginado. Entreabrió los labios y se preparó para sentir el impacto de su lengua contra la suya…