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Hannah abrió unos segundos después. Estaba guapa, más que guapa. Unos pantalones oscuros cubrían sus largas piernas y un suéter del mismo tono de verde que sus ojos le caía suelto por debajo de la cintura. Tenía las mejillas arreboladas y la boca… Ver su sonrisa le hizo desear besarla con pasión. Se conformó con saludar, besar suavemente su mejilla y darle las flores.

– Éste es uno de mis momentos tradicionales -dijo.

– Son preciosas. Pediré que suban un jarrón cuando encarguemos la comida -dio un paso atrás y dejó que entrara-. Ven a admirar la comodidad del Lakeside lnn.

El echó un vistazo al amplio salón. A un lado había una pequeña cocina americana y una mesa para dos.

– Muy agradable -comentó.

– No es un hogar, pero servirá hasta que tenga la casa -bajó la voz y se inclinó hacia él-. Además, aquí ocurre algo especial. Cuando me voy por la mañana, las hadas vienen y lo ordenan todo. Es maravilloso.

– Ojalá fuera así en el mundo real -dijo él sonriente.

– Exacto. No debería decirte esto, pero soy desordenada. He mejorado algo, pero tengo tendencia a dejar las cosas tiradas por ahí. Por eso lo de las hadas es aún mejor -señaló el sofá-. Siéntate y te diré cuáles son las especialidades de Casa Hannah esta noche.

Dejó las flores, le dio la carta y se sentó. Eric, en vez de mirar la carta la miró a ella.

– No tienes por qué invitarme a cenar -dijo con voz firme.

– ¿Y si quiero?

– No es necesario.

– Pero si cocinara yo, no te quejarías -protestó ella con una sonrisa traviesa.

– Eso es verdad.

– Eric, no lo has pensado bien. Si cocinara en casa no sólo compraría y pagaría la comida, tendría que hacerla. El servicio de habitaciones es mucho más fácil.

– Es posible, pero… -se removió en el sofá.

– Ya lo sé -alzó una mano para detenerlo-. Es el hecho de firmar el cheque. ¿No podrías desviar la vista?

– No lo creo.

– Eres un hombre muy típico.

– Como he dicho antes: tradicional.

– ¿También eres honrado y fiable?

– Intento serlo.

– De acuerdo -suspiró ella-. Entonces te permitiré pagar, pero con una condición: en cuanto me instale en la casa, prepararé una cena para ti.

– Eso me parece bien -aceptó él, encantado de que tuviera intenciones de seguir viéndolo.

– Como pagas tú, puedes pedir lo que quieras -señaló la carta-. ¿Qué te apetece?

Eric estudió las páginas que tenía ante él, aunque hubiera preferido comerse a Hannah. Cinco minutos después, pidieron la comida y un jarrón para las flores. Hannah le preparó un whisky del minibar.

– Me siento como si estuviera en un avión -bromeó él-. Pásame una bolsa de cacahuetes.

– Tendrá que ser una caja de galletitas con formas de animales -dijo ella, tras revolver en la cesta de aperitivos-. No creo que sea lo mismo.

Volvió al sofá y apoyó los pies en la mesa de centro. Eric la imitó.

– Háblame sobre tu día -le dijo, mirándolo-. Es obvio que tienes muchas reuniones.

– Es parte de mi función. Trabajo con varios departamentos, coordinando proyectos. Además hay reuniones de empleados, de planificación y de presupuestos.

– Y yo creía que pasaba demasiado tiempo sentada en la facultad de Derecho, escuchando a gente -frunció la nariz-. ¿Te gusta lo que haces?

– Ahora que soy director tengo más poder de decisión -asintió con la cabeza-. Si uno de mis departamentos tiene problemas, puedo tomar decisiones para dar la vuelta a las cosas. En el hospital tenemos la obligación de proporcionar asistencia médica de calidad. Eso lo complica todo e incrementa el reto, yo… -se detuvo y sonrió avergonzado-. Perdona, me he dejado llevar.

– Eso me gusta. Tu entusiasmo por lo que haces es como una presencia tangible. No creo haberme interesado nunca tanto por las leyes; posiblemente sea una de las razones por las que lo dejé. ¿No te importa trabajar tantas horas?

– No -el trabajo era la mejor parte del día-. Estoy dispuesto a trabajar mucho y eso me ha beneficiado.

– ¿Por eso escalaste tan rápido?

– En parte. También tuve buenas oportunidades en el momento adecuado y suerte.

– Seguro que tuvo más que ver con las horas de trabajo que con la suerte. ¿Es difícil ser mucho más joven que el resto de personas que está a tu nivel?

Eric consideró la pregunta. Cuando su hermana le preguntaba por el trabajo le daba respuestas fáciles, para no preocuparla. Por primera vez, tuvo la tentación de sincerarse.

– ¿Es una pregunta demasiado personal? Podemos hablar de otra cosa -sugirió Hannah tocándole suavemente el brazo.

– No importa. Pensaba en cómo explicarlo. A veces me consideran un gallito que lucha por hacerse sitio; otras veces me consideran innovador y lleno de ideas frescas. Así que hay ventajas y desventajas.

– Igual que en tantas otras cosas en la vida.

– Sí, así es. Decidí hacer un máster en administración de empresas porque sabía que me ayudaría a ascender. Algunos están resentidos por eso.

– Pero ellos también podrían hacer uno si quisieran. No tiene sentido -tomó un sorbo de agua-. ¿Cuándo lo hiciste? ¿Cómo pudiste graduarte en la universidad, hacer el máster y ascender en tan poco tiempo?

– Lo saqué en dos años, mientras trabajaba.

– No debes haber tenido mucha vida personal -comentó ella atónita.

Eso era un eufemismo; había trabajado entre cuarenta y cincuenta y cuatro horas a la semana, asistido a clase por las noches y estudiado el fin de semana.

– Quería hacerlo -se justificó.

– Así que te mataste en la universidad, conseguiste un gran trabajo y seguiste estudiando y subiendo. Eso debe querer decir que tienes una gran motivación o que intentas demostrar algo.

– ¿Intentas psicoanalizarme?

– No sé si funcionará -dijo ella. En ese momento llamaron a la puerta-. El jarrón -dijo Hannah.

Eric la observó ir hacia la puerta. Le gustaba su forma de moverse. Se había quitado los zapatos y tenía unos pies muy bonitos.

Mientras ella colocaba las flores en el jarrón, reflexionó sobre su pregunta. ¿Estaba motivado o quería demostrar algo? En el fondo, le daba igual; mientras tuviese éxito profesional se consideraría un ganador en la vida.

Después de cenar, Hannah sugirió que volvieran al sofá. Era más cómodo que seguir sentados a la mesa.

– Hoy me llamó la agencia de fideicomiso -dijo ella en cuanto se sentó-. Con todo firmado, dicen que podríamos cerrar la operación la semana que viene.

– Yo recibí el mismo mensaje, pero podemos retrasarlo unos días si necesitas más tiempo para prepararte.

– Gracias, pero no. Estoy lista para pasar a la siguiente etapa de mi vida.

– ¿Vas a plantar esas bayas?

– Puedes apostar a que sí -rió ella-. Ya he elegido cuántas plantas quiero y dónde ponerlas.

– Avísame si necesitas ayuda con los trabajos pesados.

– No pareces un aficionado a la jardinería -la oferta de Eric la agradó y sorprendió.

– Soy un hombre de muchos talentos.

Ella se imaginó cavando y riendo con él y sintió un escalofrío de excitación. Su parte sensata le decía que no fuera deprisa con Eric ya había cometido ese error con Matt. Esta vez debía asegurarse de que el hombre que le interesaba quería que su pareja ocupase un lugar primordial en su vida.

– ¿Piensas conseguir un barco? -preguntó él. Ella tardó un segundo en centrarse en la conversación.

– No sé si recuerdo cómo navegar a vela.

– Tuviste un profesor genial. Deberías recordarlo todo.

– Odio desilusionarte -dijo ella. Había estado más interesada en el profesor que en la vela-. Sospecho que es una de esas cosas que se olvidan si no se practican.

– La vela es como montar en bicicleta. Nunca se olvida. Avísame si quieres un barco. Podemos empezar por alquilar uno, para practicar.