Выбрать главу

– ¡Imposible subirlo arriba! -dijo Reina, abriendo la puerta-. ¿Te gusta? Queda bien en la entrada, ¿no?

– Sí-dijo Zofia mordisqueándose el labio.

– ¿Qué te pasa?

– Reina, usted no es de las que dicen «te lo había advertido», ¿verdad?

– No, ése no es mi estilo.

– Entonces, ¿podría poner este jarrón en sus habitaciones, por favor? -le pidió Zofia con la voz quebrada.

Acto seguido subió al primer piso. Reina la miró mientras subía la escalera; cuando desapareció de su vista, murmuró:

– ¡Te lo había dicho!

Mathilde dejó el periódico y miró a su amiga.

– ¿Has pasado un buen día?

– ¿Y tú? -contestó Zofia, dejando el bolso al pie del perchero.

– ¡Vaya respuesta! Claro que, viéndote la cara, la pregunta sobraba.

– Estoy cansada, Mathilde.

– Ven a sentarte en mi cama.

Zofia obedeció. Cuando se dejó caer sobre el colchón, Mathilde gimió.

– Lo siento -dijo Zofia, levantándose-. Y a ti ¿qué tal te ha ido el día?

– Ha sido apasionante -respondió Mathilde haciendo una mueca-. He abierto la nevera y he soltado un buen improperio, ya conoces mi sentido del humor…, eso ha hecho que un tomate se partiera de risa, y después me he lavado la cabeza con un champú al perejil.

– ¿Te ha dolido mucho hoy?

– Sólo durante la clase de aerobic. Puedes sentarte, pero con cuidado.

Mathilde miró por la ventana e inmediatamente añadió:

– ¡No, quédate de pie!

– ¿Por qué? -preguntó Zofia, intrigada.

– Porque vas a volver a levantarte enseguida -respondió Mathilde sin dejar de mirar hacia la calle.

– ¿Qué pasa?

– No puedo creer que te traiga otro -dijo Mathilde riendo.

Zofia dio un paso atrás con cara de sorpresa.

– ¿Está abajo?

– Es una monada. ¡Ojalá tuviera un hermano gemelo para mí! Te espera sentado en el capó del coche con flores. ¡Vamos, baja! -dijo Mathilde, ya sola en la habitación.

Zofia estaba en la calle. Lucas se puso de pie y le tendió un nenúfar rojo que sobresalía orgullosamente de un tiesto de barro.

– Sigo sin saber cuáles son tus flores preferidas, pero por lo menos ésta te incita a hablarme.

Zofia lo miró sin decir nada. Lucas avanzó hacia ella.

– Déjame por lo menos que te dé una explicación.

– ¿Una explicación de qué? -repuso ella-. No hay nada que explicar.

Le dio la espalda y entró en casa, se detuvo en medio del recibidor para dar media vuelta, salió de nuevo a la calle, se acercó a él sin pronunciar una sola palabra, se apoderó del nenúfar y volvió a entrar en casa. La puerta se cerró tras ella. Reina le cortó el paso y confiscó la flor acuática.

– Yo me ocupo de ella, y a ti, te doy tres minutos para subir a arreglarte. Coquetea y hazte la tiquismiquis, es muy femenino, pero no olvides que lo contrario de todo es nada. Y nada no es gran cosa… ¡Venga, rápido!

Zofia intentó replicar, pero Reina puso los brazos en jarras y dijo en un tono autoritario:

– ¡No hay «peros» que valgan!

Al entrar en sus habitaciones, Zofia fue directamente al ropero.

– No sé por qué, pero en cuanto lo he visto, he presentido que esta noche compartiría una cena ligera a solas con Reina -dijo Mathilde, admirando a Lucas a través de la ventana.

– ¡Ya está bien! -repuso Zofia, exasperada.

– Ya lo creo que está bien, ¡pero que muy bien!

– No me pinches, Mathilde, no es un buen momento.

Zofia descolgó la gabardina del perchero y se dirigió hacia la puerta sin despedirse de su amiga, que dijo en tono categórico:

– Las historias de amor siempre acaban arreglándose… salvo en mi caso.

– Para de una vez, ¿quieres? No tienes ni idea de lo que estás diciendo -repuso Zofia.

– Si hubieras conocido a mi ex, te habrías hecho una idea de lo que es el infierno. Vamos, vete y pásatelo bien.

Reina había puesto el nenúfar en una mesita. Lo miró atentamente y murmuró:

– ¡En fin!

Echando una mirada a su reflejo en el espejo de encima de la chimenea, se arregló apresuradamente los cabellos plateados y se dirigió sin hacer ruido a la entrada. Asomó la cabeza por la puerta y le dijo en voz baja a Lucas, que caminaba arriba y abajo por la acera:

– Ya sale.

Al oír los pasos de Zofia, se apresuró a entrar en sus habitaciones.

Zofia se acercó al coche malva en el que Lucas estaba apoyado.

– ¿Para qué has venido? ¿Qué quieres?

– Una segunda oportunidad.

– Nunca se tiene una segunda oportunidad para causar una primera impresión buena.

– Me encantaría demostrarte esta noche que eso es falso.

– ¿Por qué?

– Porque sí.

– Es una respuesta poco satisfactoria.

– Porque esta tarde he vuelto a Sausalito -dijo Lucas.

Zofia lo miró. Era la primera vez que percibía en él cierta fragilidad.

– Yo no quería que cayera la noche -prosiguió-. No, es más complicado. «No querer» siempre ha formado parte de mí; lo que resultaba extraño hace un rato era sentir lo contrario. ¡Por una vez he querido!

– ¿Has querido qué?

– Verte, oírte, hablar contigo.

– ¿Y qué más? ¿Que encuentre una razón para creerte?

– Deja que te lleve a cenar. No rechaces mi invitación.

– No tengo hambre -dijo ella, bajando los ojos.

– Nunca has tenido hambre. No soy sólo yo quien no lo ha dicho todo… -Lucas abrió la portezuela del coche y sonrió-. Sé quién eres.

Zofia lo miró fijamente y subió al coche.

Mathilde soltó la cortina, que se deslizó lentamente sobre el cristal. En el mismo momento, un visillo cubrió una ventana de la planta baja.

El coche desapareció al final de la calle desierta. Circulaban sin decir nada bajo una fina lluvia otoñal. Lucas conducía despacio; Zofia miraba hacia fuera, buscando en el cielo respuestas a las preguntas que se hacía.

– ¿Desde cuándo lo sabes? -preguntó.

– Desde hace unos días -respondió Lucas, incómodo, frotándose la barbilla.

– ¡Maravilloso! ¡Y durante todo este tiempo no has dicho nada!

– Tú tampoco has dicho nada.

– ¡Yo no sé mentir!

– Y yo no estoy programado para decir la verdad.

– Entonces, ¿cómo quieres que no piense que todo es un montaje, que has estado manipulándome desde el principio?

– Porque eso sería subestimarse. Además, podría ser a la inversa, todos los contrarios existen. La situación actual parece darme la razón.

– ¿Qué situación?

– Este bienestar desbordante y extraño. Tú y yo en este coche sin saber adonde ir.

– ¿Qué quieres hacer? -preguntó Zofia, con la mirada ausente vuelta hacia los peatones que caminaban por las aceras húmedas.

– No sé, ni idea. Estar a tu lado.

– ¡Para ya!

Lucas frenó en seco y el coche se deslizó sobre el asfalto mojado para acabar su carrera al pie de un semáforo.

– Te he echado de menos toda la noche y todo el día. He ido hasta Sausalito para pasear porque te añoraba, pero allí también te echaba de menos. Te añoraba y era una sensación agradable.

– Desconoces el significado de esas palabras.

– Sólo conocía su antónimo.

– ¡Deja de hacerme la corte!

El semáforo se puso en ámbar y después en verde, después otra vez en ámbar y después en rojo. Los limpiaparabrisas apartaban el agua imponiendo su ritmo al silencio.

– Yo no te hago la corte -dijo Lucas.

– Yo no he dicho que me la hicieras -repuso Zofia, moviendo vehementemente la cabeza-, he dicho que me la hacías. ¡Es distinto!

– ¿Y puedo continuar? -preguntó Lucas.

– Están haciéndonos señas con los faros.