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– ¡No puedo creer que te hayas atrevido!

– ¿Atrevido a qué? -susurró Satán.

– ¡A hacer trampas!

– Ah, o sea que he sido yo el que ha hecho trampas primero -replicó el Presidente con arrogancia.

– ¿Cómo has podido atentar contra el destino de nuestros enviados? ¿Es que ya no tienes límites?

– ¡Esto es el mundo al revés! ¡Era lo último que me faltaba por oír! -dijo Satán en tono burlón-. Has sido tú quien ha empezado a hacer trampas, amigo.

– ¿Que yo he hecho trampas?

– ¡Ya lo creo!

– ¿Qué trampas he hecho yo?

– ¡No adoptes ese aire inocente conmigo!

– Pero ¿qué es lo que he hecho? -preguntó Dios.

– Has vuelto a las andadas -dijo Lucifer.

– ¿Con qué?

– ¡CON LOS HUMANOS!

Dios tosió y se acarició la punta de la barbilla mirando a su adversario.

– Vas a dejar inmediatamente de perseguirlos.

– Y si no lo hago, ¿qué?

– Si no lo haces, seré yo quien te persiga a ti.

– Ah, ¿sí? Inténtalo, a ver qué pasa. Va a ser muy divertido. ¿Tú que crees, que los abogados residen en tu casa o en la mía? -replicó el Presidente, pulsando el botón de su cajón.

El tabique empezó a cerrarse con lentitud. Dios esperó a que estuviera semicerrado y respiró hondo. Entonces, desde el otro extremo de la mesa, Satán oyó su voz gritándole:

– ¡VAMOS A SER ABUELOS!

El tabique se detuvo en el acto. Dios vio el semblante aterrorizado de Satán, que se había inclinado para mirarlo de nuevo.

– ¿Qué has dicho?

– ¡Me has oído perfectamente!

– ¿Chico o chica? -preguntó Satán con inquietud, en voz baja.

– ¡Aún no lo he decidido!

Satán se levantó de un salto.

– ¡Espera, voy! ¡Esta vez tenemos que hablar de verdad!

El Presidente se acercó rodeando la mesa, cruzó la división y se sentó al lado del Señor en el otro extremo de la mesa. Siguió una larga conversación que se prolongó…, se prolongó…, se prolongó hasta la noche…

Y después amaneció y hubo…

… Una eternidad

En Central Park soplaba una tenue brisa…

Un montón de hojas se arremolinó alrededor de un banco, en uno de los lados de la avenida peatonal. Dios y Satán se habían sentado en el respaldo. Los vieron llegar desde lejos. Lucas y Zofia iban de la mano. Con la otra, los dos empujaban el cochecito doble. Pasaron por delante de ellos sin verlos.

Lucifer suspiró, emocionado.

– ¡Tú dirás lo que quieras, pero la niña es más guapa! -dijo.

Dios se volvió para mirarlo de hito en hito con expresión burlona.

– Creía que habíamos quedado en que no hablaríamos de los niños.

Se levantaron y caminaron juntos por la avenida.

– De acuerdo -dijo Lucifer-, en un mundo totalmente perfecto o imperfecto, nos habríamos enfadado. ¡Olvidémoslo! Pero ahora que estamos solos cara a cara, puedes decírmelo. ¿Empezaste a hacer trampas el cuarto o el quinto día?

– Pero ¿por qué te empeñas en creer que hice trampas? -Dios le puso una mano sobre el hombro a Lucifer y sonrió-. ¿Qué me dices del azar?

Hubo un atardecer… y muchos otros amaneceres.