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Bien veo que me gustan ya los hombres. Algunos, claro está. Y tienen que ser compañeros, porque los otros me resultan así como los frailes. Pero yo no quiero tener hijos hasta que hayamos hecho la revolución, y por lo tanto… A veces, ante un hombre guapo, pienso si me gustaría besarlo en la boca y casi siempre me da asco.

El gallo cacarea y bajando otra vez el ala se alza sobre las patas amenazando mis piernas. Nunca se ha puesto tan furioso. Me levanto y corro, pero él se interpone y me obliga a huir a un rincón. Entonces agarro un listón que hay contra la pared y lo amenazo. Se resigna de mal humor y me siento, con el listón cerca. El gallo comienza a cacarear y a querer marcharse. Bueno. ¿En qué íbamos? “Hay sólo dos hombres a quienes pienso que podría besar sin asco, aunque luego me limpiaría la boca.” El gallo amenaza cacareando y le doy dos azotes. “No diré los nombres. Si los dijera tendría más importancia el haberlo pensado, y lo cierto es que no tiene ninguna.”

¿Y el gato? Se oye ruido en el tejado y debe ser él. Ni siquiera en una noche como ésta se queda en casa. Hemos tenido siempre unos gatos bastante sinvergüenzas. Nunca dijo padre que el gato fuera anarquista, y si le puso a éste Makno fue cuando era muy pequeño y no sabía aún sus mañas. Yo creo que el gato es comunista autoritario, pero yo no le tengo manía como padre, y me parece que en una época de lucha contra el capitalismo, como la que vivimos, debemos ir juntos todos: el gallo, el gato y yo. En eso de las ideas yo creo que es más el carácter del individuo que las mismas ideas, y en los hombres a mí me gusta más el carácter comunista que el anarquista. Samar no es anarquista y si está con nosotros es porque tiene más fe en la organización y en la valentía revolucionaria de los individuos. A mí no me la da. Villacampa es anarquista. Tiene la cara quieta y los ojos tranquilos y habla un poco por demás. Ésos son anarquistas, mientras que los comunistas siempre parece que tienen prisa y miran de reojo y a veces no saben qué hacer con las manos. Samar me ha dado una nota diciendo lo que tengo que hacer esta noche con los papeles y algunas otras cosas de mi padre. Me la ha dado en un sobre y yo la he guardado dentro del jersey. Vamos a ver lo que dice para hacerlo enseguida, no venga la policía a registrar. ¡Qué nota más larga! ¿Pero qué es esto? “Nena mía de mi alma: Perdóname. Hasta ahora -las siete- no he podido escribirte-” Una carta a la novia. Se ha confundido y yo voy a enterarme hasta el final para ver cómo son las cartas de amor. El papel es muy elegante y la letra menuda. “Te escribiré poco, pero tú sabes que te quiero. Te quiero desesperadamente. Tengo un hambre infinita de tus brazos y de tus labios. Quiero darte una vida que ignoras y llenarla de luz y de paz. Pero en el torbellino de mi vida este cariño me desconcierta. Yo quería para ti toda la quietud y todo el reposo que mi alma tiene cuando se abandona y piensa en nuestro cariño. ¿Podré algún día dártelos? ¡Esa paz y ese reposo que me huyen!… Estoy riéndome, a pesar de todo, pensando que esas interrogaciones, esos signos de admiración y sobre todo esos puntos suspensivos te disgustan porque ocupan espacio en la carta. Me río con un poco de la felicidad que tú me guardas, que tú me darás. Si supieras con qué impaciencia veo pasar los días que faltan. ¡Qué ganas terribles de llegar! Pero a veces la vida, las cosas, parece que me alejan. La vida es estúpida, pero nuestro cariño nos salvará, porque un beso tuyo será el secreto fecundador de universos y vidas y alegrías nuevas que ya conozco, mi pequeña, a medias, a través de tus ojos bonitos, pero que el día en que seas mía me convertirán en un dios. Esa aspiración a la divinidad que hay en todas las religiones, yo la realizaré con esta religión mía de tu cariño, de tus manos y de tu boca. No sé decirte cómo te quiero. Sólo sé que he tenido grandes alegrías y dolores, he conocido la vida hasta los rincones más escondidos, en lo dulce y en lo amargo; creía tener en mi alma todos los secretos, saberlo todo, alcanzarlo todo. Sabía por qué son felices las gentes un día y por qué se suicidan al siguiente. Por qué nace del estiércol una flor, y de ella, en el mismo día, otra flor más hermosa y por qué el Sol que las fecunda las mata. Sabía por qué las nubes se hacen agua y el agua roca y la roca montaña y la montaña volcán, y por qué del color, de la luz y del amor de las nubes con las rocas y Tos mares surgen pequeños seres independientes como los planetas y como ellos obedientes al amor de otros. Entre ellos ha habido unos a los que les ha quedado un poco de sol dentro del corazón. Y éstos se llaman hombres y ese Sol se les convierte en un veneno que se llama sabiduría y a veces mueren o se matan envenenados. Yo sabía todas esas cosas, y conocía las raíces de mi propio conocimiento y los caminos por donde me habría de llevar, y cerraba los ojos y cantaba canciones tristes y a veces quería matar o quería matarme como los demás o quizá me había suicidado ya y no lo sabía. De pronto, nena mía bonita, fíjate lo que ocurre: te conozco a ti. Eso nada más. Sigo viéndolo todo igual, pero la triste sabiduría se va convirtiendo en fe. Me emborracho todos los días con la luz de mi propio corazón, con el Sol que se quedó allí escondido y que de pronto crece y llena todo mi ser y sube a mi cerebro y me marea. Canto entonces canciones alegres y río a carcajadas. ¿Sabes de qué me río? De la sabiduría envenenada de los hombres, de la conciencia triste de las rocas, del destino atropellado de los ríos. Las montañas me parecen pequeñinas como en el atlas, y los volcanes frívolos y ridículos con su estruendo; las flores, desdeñables por su levedad. Todo equivocado y torpe, caminando a su propia ruina. Todo menos tú y yo. El secreto del universo, de su inmensidad y de su eternidad, lo he aprisionado yo en tus ojos de corza y late y vibra en el fondo de mi alegría. Todo es triste menos nosotros. Todo es feo menos nuestro cariño, todos suspiran y lloran menos yo. A todos los ha envenenado el Sol, menos a mí. Mi sabiduría venenosa se fundió en la luz y se evaporó con mi propio Sol de mi corazón. Y ahora no sé nada ni quiero saber nada. Vivo como un planeta joven que rueda feliz ignorando las leyes a que obedece. Tú y yo, nena. ¡Tú y yo! Los demás se ahogan en su desolación, porque he robado al mundo su alegría para ofrecértela a ti y he robado su felicidad para llevártela a ti, y les he cubierto de sombras el alma para proyectar en la tuya toda la luz. ¡Tú y yo, nena!”