Выбрать главу

Hola. Hay tres cometas nuevos y rojos. Por la velocidad que llevan permanecerán en nuestro sistema siete días. Tres cometas nuevos. ¿Eh ¿Cómo os llamáis?

– Espartaco.

– Progreso.

– ¿Y tú? ¿Cómo te llamas tú?

– Yo, Germinal.

VI. VAMOS AL RÍO, NOS BAÑAMOS Y “ACTÚO” CON POCA FORTUNA. (HABLA EL COMPAÑERO SAMAR)

He dormido cinco horas en casa de un compañero. Me han despertado las chinches y me he levantado para ir a buscar a Star, que vive cerca. Antes de llegar he oído su voz. Cantaba. Una vecina barría el portal de al lado y la escuchaba murmurando:

– Su padre, de cuerpo presente.

Al entrar, se dio cuenta Star y calló, con la mano sobre la boca. Yo no quise decirle que las vecinas la escuchaban con escándalo. La tía Isabela no había vuelto. Star se preocupaba por ella como una madre por su hija. Se lo hice observar recordándole que era su nieta y dijo, riendo, que a veces la vieja era más niña que ella misma. Luego añadió señalando con la mano la altura de sus rodillas.

– Así. A veces es así. Por eso yo no le guardo rencor cuando me riñe.

– ¿Por qué te riñe?

– Porque soy joven.

Yo la propuse que me acompañara. Se quedó mirándome:

– ¿Vas a actuar?

– Quería decir si iba “en comisión” a hacer algo. Le dije que sí, pero que no había peligro ninguno.

– ¡Lástima! -lamentó torciendo su cabeza-. Habría que ir a sacar a los socialistas a tiros.

A sacarlos de las fábricas y los talleres, se entiende. Suponiendo, claro está, que no secundaran la huelga. Me senté en su cama. Ella descolgó una boina gris y se la puso. Luego se la quitó, sacó de debajo del colchón una pistola pequeña y niquelada, la escondió dentro de la boina, dobló ésta, se quedó con ella en la mano y se me plantó delante:

– Cuando quieras.

– Pero ¿tú sabes manejar ese chisme?

Ella no se dignó siquiera contestar. Entonces yo cogí del suelo una armazón de muñeca que enseñaba el serrín por los desgarrones, y la levanté de una pierna.

– ¿Y esto?

Me dijo que ella se hacía muñecas, con trapo y serrín, pero nunca consiguió acabar de construir ninguna porque cuando tenía hecho el esqueleto e iba a enseñárselo a la tía Isabela, ésta soltaba a reír y le decía:

– Eso no es una muñeca; eso es un sapo.

Entonces ella miraba detenidamente su obra y no tenía más remedio que darle la razón. Inmediatamente aborrecía aquel ser mixto de batracio. Poco tiempo después volvía a construir otro, pero le ocurría lo mismo. Ya en la puerta concluía:

– Así llevo desde los ocho años.

Salimos a la calle. No hay duda de que Star tiene una fina sensibilidad. Basta que alguien relacione su obra con un sapo para que la considere fracasada y deleznable. El día que se olvide la tía Isabela de decirle su opinión, esta pequeña amará a su muñeca y creerá haberla logrado. Pero yo preferiría otra cosa: que no le repugnaran los sapos. Que alcanzara su graciosa y tosca belleza.

De pronto Star regresó a casa diciendo que olvidaba algo. Salió con una carta alargada de un tenue color violeta.

Anoche llevó la mía al pabellón del coronel, y el ordenanza de guardia la recibió y le dio ésta por encargo “de la señorita Amparo”. Tanta previsión me demuestra que ella está al tanto de lo que ocurre y que no se alarmaría mucho ayer tarde, al ver que no iba a buscarla. Me guardo la carta sin leerla. Instantáneamente el aire ha adquirido otro color. Quizá sea que sigue amaneciendo. Vamos andando hacia la Moncloa. Nos desviamos un poco, porque yo quiero ver el balcón de Amparo. El muro de ladrillo rojo está cubierto de trepadoras hasta el balcón mismo. Suben las más audaces rozando las maderas de un costado. Algunas campanillas azules tiemblan mojadas de rocío. La mañana es femenina; rubia como ella; alta y de una delgadez sazonada. Azul de ojos -inmensa de luz- como ella, y tierna y dulce con sus brazos frescos. La mañana es femenina y canta en la primavera:

En el aire con olor de pinos,

en el viento con olor de mayo;

por el aire vino riendo

por el aire se fue cantando.

¿Cómo se llama el dulce amor?

Yo había guardado la carta en el bolsillo precipitadamente. Parecía que todo el mundo se había levantado y miraba por las ventanas. El pabellón del coronel quedaba a nuestras espaldas. Ella dormiría con ese gesto de niña de tres años cuya conciencia está por crear todavía, sueño de madera, de mármol. Star me miraba de reojo, y preguntaba afirmando:

– Tu novia es hija del coronel, ¿verdad?

En el cuartel toca diana la banda. Largos acordes majestuosos. Fuerza y diafanidad. En la imaginación se abren ventanas iluminadas y yo siento una ira enconada contra esas trompetas que van a acariciar sus oídos. No quiero que llegue a ella otra armonía que la de mis palabras. Esa diana que sigue tocando quiere alejarme de ella o bien captarme y embriagarme.

– ¿No es la hija del coronel?

Me vuelvo violentamente hacia Star:

– Sí, ¿y qué? Tú no entiendes de estas cosas.

Star se ríe de una manera extraña. Puede que sí, que entienda.

– La conozco.

– ¿De qué la conoces?

– Entro a veces al cuartel a buscar sobras del rancho para los compañeros parados. También voy al pabellón del coronel por la escalera de servicio.

– ¿La has visto a ella?

– Me ha dado a veces ropa vieja que yo doy a los más necesitados. ¿No has visto a Floreal? Esa chaqueta que lleva es del coronel García del Río.

Todo esto me molesta bastante. Mis amigos son los mendigos de su padre. Esta reflexión me hiere y me arrepiento de haberla hecho. Star se queda mirándome:

– Tú eres un anarquista. Tú no querrás casarte por la iglesia y ella no podrá abandonarlo todo para irse a pasar fatigas contigo. Esto lo sabes tú bien.

La sencillez de estas palabras me deja un poco desorientado. La pequeña, aunque rara vez opina, cuando lo hace revela buen sentido. Ese buen sentido al que yo temo.

Seguimos callados. El amanecer se ha quedado extático bajo la diana de los artilleros y el tono de mercurio del cielo se sostiene sobre las sombras sin clarear más. Ya cerca de la Moncloa le pregunto:

– ¿Qué te parece a ti la vida?

– ¡Vaya una pregunta! Si he de decirte la verdad, no he pensado nunca en eso.

Me detengo y la miro a los ojos:

– ¿No se te ha ocurrido pensar que podría ser mejor o peor?

Se encoge de hombros. En el azul de sus pupilas como en el del cielo hay una estrella. ¿Sus ojos? Son tranquilos y se posan sin penetrar. Luego contesta:

– Pensarás que soy tonta.

Yo sigo andando.

– No pienso nada.

Sabe que voy “a actuar” y ha dicho que iría conmigo. Bajamos constantemente desde que salimos del barrio. Como no vamos al centro sino a uno de los costados de la ciudad y no hay metro ni tranvía, nos trae más cuenta ir a campo traviesa. El paisaje se anima con las construcciones de la Ciudad Universitaria en la otra parte del río. Tardamos aún media hora en llegar a un sitio bastante solitario donde hay dos postes metálicos y un transformador. Examino los alrededores de una ojeada. La carretera está lejos. El silencio y la soledad son absolutos. El aire es suave, dulce y denso. El río hace un remanso y el fondo se ve limpio y pedregoso. Un tenue resplandor hace más cristalina la superficie. Quisiera bañarme.

– ¿Has desayunado tú, Star?

– No.

– ¿Quieres bañarte?

– Bueno.

Comenzamos a desnudarnos. Al sacarse el jersey me doy cuenta de que ha sido una proposición excesiva. Hay tal alegría sin embargo en sus gestos que me siento contagiado yo también. El agua, el aire, la luz, producen una embriaguez gloriosa. Antes de terminar de desnudarnos, nos mojamos la cabeza. Luego me quito la camiseta y los calzoncillos y me lanzo al agua. Llega a la cintura. Está fría, pero no tanto como las duchas de enero. ¡Abrazarse al agua, revolcarse en ella, sentirse ligero y activo en su fría resistencia! No he vuelto la cabeza cuando oigo chapotear y reír a mis espaldas. Ahí está la pequeña Star, que me ha alcanzado, quebrando cristales con brazos y piernas. Ríe satisfecha. Nada más que yo y con mejor estilo.